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Santos, 1923

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Cierta conmoción causó entre algunos de mis hermanos y primos esta fotografía de Santos, el abuelo común, tomada poco antes de emigrar a México. El documento de donde la saco no es otro que su cartera de identidad como emigrante, expedida el 22 de octubre de 1923 por el español Consejo Superior de Emigración. Sólo quince días después, el 9 de noviembre, Santos Fernández Bueno cumplirá 17 años, los que va a tener tres semanas más tarde, el día que ponga los pies en Veracruz.
Santos, al final de su vida.
Foto: José L. Fernández Tolhurst
Conmueve, es cierto, ver convertido en poco más que un niño al impenetrable hombre maduro, al hermético adulto mayor, al silencioso y entrañable anciano del que tan cerca estuvimos hasta su muerte, ocurrida cuando iba camino a los 96 de su edad, el 11 de mayo de 2002. No mucho antes de eso, lo retrató mi primo José Luis Fernández Tolhurst en su departamento de Polanco, mirando significativamente al poniente.
El documento, además de una impresión de sus huellas digitales, incluye una descripción del joven Santos, quien mide un metro sesenta y dos centímetros, tiene una corpulencia regular, el pelo y los ojos castaños, y un color de piel que aparece descrito como “sano”. Su oficio es “jornalero”. Cuenta con el permiso expreso de su padre, el maestro del pueblo de Asiego de Cabrales, Aquilino Fernández Berridi, quien firma la autorización.
Una vez que veo con detenimiento el retrato de 1923, me doy cuenta de que mi joven abuelo lleva una señal de luto, un lazo colocado diagonalmente en la solapa izquierda. Mi querida amiga Marta Gómez Rodríguez, una inteligente y sensible cabraliega parcialmente emigrada a Holanda que de tarde en tarde me orienta en asuntos relacionados con el mundo de nuestros ancestros, me dice que ese género de luto quizás sea aquél que solía llamarse “de alivio”. Ya no es el que sigue a la pérdida sino uno menos riguroso, que permite a los deudos “vestir con colores más claros y tejidos menos opacos”.
Así que la muerte por la que Santos manifiesta su luto no debe de ser muy reciente. Luto, en todo caso, ¿por quién? No por su madre, desde luego, porque sé que mi abuelo se despidió de Serafina Bueno al partir a México, aunque luego ella murió tan pronto que nunca volvieron a encontrarse, así que el día que se tomó la fotografía seguramente estaba con él, o no muy lejos. ¿Será del tío suyo que volvió de México enfermo y murió en Asiego, del que me hablaron en el pueblo? ¿O de aquel otro tío (los dos eran hermanos de su madre) que resbaló por un precipicio de Cuera, un día de San Roque?
Guillermina y yo. Asiego de Cabrales, primeros años del siglo XXI.
Aquí es donde viene en mi ayuda Guillermina. La anciana prima hermana de mi abuela a la que traté hasta poco antes de su muerte, camino ella misma de los noventa años, en el pueblo de Asiego, donde también había nacido, me regaló, allá por los días en que la visitaba a principios de este siglo, una relación de todos los vecinos de Cabrales que murieron durante el siglo XX. La relación está organizada de manera cronológica, año por año y mes por mes, así que la consulta es sencilla.
Lo que no es tan sencillo es dar con la relación misma, que debe de estar en algún lugar de la pila más bien caótica de mi archivo de fotocopias, papeles de todos los géneros, folletos y fotografías –fruto de mis investigaciones sobre la emigración de asturianos a México, parte esencial de la base documental a partir de la cual escribí mi libro Oriundos, que verá la luz en otoño.
Metida la cabeza entre los documentos, doy por fin con la relación de los muertos del siglo XX en el concejo cabraliego. Nada me cuesta, entonces, acudir al año de 1923. Allí, en junio, en una línea en donde ya anduve alguna vez, cuando sabía mucho más que todo lo que volveré a saber sobre mi familia (al grado de que era capaz de poner en duda algunos datos), veo que aparece el nombre de Josefa Berridi Bueno, la abuela de Santos. 
Así que ése es el luto que traía Santos cuando se encaminaba al nuevo mundo, el luto que veo reflejado en un detalle de aquella vestimenta excepcional para el modesto jornalero que había sido hasta ese día, apenas un adolescente con los ojos puestos ya en América.

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Más sobre mi familia y Asturias en este blog:
Retratos asturianos, https://bit.ly/2KnktdZ
Autógrafos remotos, https://bit.ly/2KpuLgW
En la boda de Lola y Félix, https://bit.ly/2yIiLCK
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8




La infancia según Viceversa (abril de 1997)

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Aunque no iba buscándolo a él, porque fui a ver la Biblioteca y no a saludar a su director, una tarde de inicios de enero, al acabar de recorrer el inmenso edificio de Buenavista, cuando empezaba a dirigirme hacia el estacionamiento, me encontré cara a cara con Daniel Goldin. 
Foto: FF
Fue un golpe de suerte: como entonces me preparaba para escribir el texto sobre Alberto Kalach que entregué a Arquine en abril (la editorial especializada en arquitectura, que prepara actualmente un ambicioso libro sobre la obra de mi amigo arquitecto), agradecí mucho al director de la biblioteca Vasconcelos que me ayudara a completar la visita de reconocimiento y me mostrara algunos espacios cerrados actualmente a los visitantes.
Biblioteca Vasconcelos. Foto: TAX
Cuando estábamos en el invernadero, que algún día (cuando haya la voluntad y el presupuesto necesarios para hacerlo) será un espacio de conferencias y conciertos como no hay otro en la ciudad, Goldin me preguntó si conservaba algún ejemplar del número que Viceversa dedicó a la infancia para regalárselo a él.
Se trata de una entrega especial en la que una docena de notables escritores mexicanos rememoran los días de la niñez; una de las peculiaridades de aquel número es que los textos se publicaron acompañados de una fotografía, proporcionada por los escritores mismos, de cuando eran niños. La lista de colaboradores es muy atractiva: Rosa Beltrán, Gerardo Deniz, Juan García Ponce, David Huerta, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Eusebio Ruvalcaba, Daniel Sada, Paco Ignacio Taibo II, Juan Villoro y Luis Zapata. Los textos son muy buenos, pero me parece que lo mejor del número es la colección de las imágenes de aquellos doce niños que acabaron convirtiéndose en escritores.
La entrega de Viceversa, que cuenta también con colaboraciones literarias de Bernardo Atxaga y Ángeles Mastretta y fotografías de Mariana Yampolsky, apareció en abril de 1997, con una hermosa imagen de portada del fotógrafo catalán Pep Ávila, diseñada por José Luis Silva. Me hace gracia pensar que la presentación editorial, que escribí yo mismo (“Infancia: la preciosa clave del ser”), esté ilustrada con un dibujo de María Kalach, hecho cuando la talentosa hija de mi amigo arquitecto tenía apenas 5 años.
Desde hace seis meses está sobre mi escritorio, a la vista de los ojos, el ejemplar que cualquier día le llevaré en persona a Daniel Goldin. De pronto, caigo en la cuenta de que, si ha estado allí, a mi lado, discretamente, durante todo este tiempo, quizás sea porque desea salir retratado en este blog. Cedo a su silenciosa petición y reproduzco algunas de las fotografías incluidas en esa entrega grata a la memoria no sólo para mí.
Rosa Beltrán
Gerardo Deniz
Juan (y Fernando) García Ponce
David Huerta
Carlos Monsiváis
Elena Poniatowska
Sergio Pitol, en brazos de su madre
Juan Villoro

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Más sobre Viceversa en este blog:
Mis diez portadas preferidas, http://bit.ly/VXMFDt
Un retrato de Rulfo en Viceversa, https://bit.ly/2lYMqOM
A veinte años de su fundación, http://bit.ly/1q7lIik
El número de Scherer, en línea, http://bit.ly/1TUsPvD
De Orwell a Trotski a Viceversahttp://bit.ly/SQ5p6V
Viceversa en la historia del diseño gráfico en México: primera parte, http://bitly.com/S5fFHU; segunda parte, http://bit.ly/XDodtG; tercera parte, http://bitly.com/Ze9KW8.


Epígrafe popotámico

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No es el baúl de Pessoa, pero el archivo de papeles que Juan Almela fue entregándome a través de los años –y específicamente los que me cedió unas semanas antes de su muerte–, me depara todavía algunas sorpresas. Esta vez ha sido un documento de cuya existencia tenía yo un vago recuerdo, pero que no había visto en mi archivo –y eso que yace entre otros que he manoseado hasta el cansancio.
Se trata de su explicación (o mejor dicho: su “visita guiada”) del epígrafe en lengua alemana que antecede al primero de sus ataques a José Emilio Pacheco –esos trabajos por cierto bastante excepcionales para nuestra literatura que fueron publicados, primero respectivamente en las revistas Milenio y Viceversa, luego en el libro Anticuerpos y por último en la colección de su prosa reunida, De marras–. Quien conozca la primera de aquellas diatribas se habrá topado con esos cuatro versos, sin crédito de autoría, indescifrables para cuantos ignoramos la lengua de Goethe:
Doch Abraxas bring’ ich selten!
Hier soll meist das Fratzenhafte,
Das ein düstrer Wahnsinn schaffte,
Für das Allerhöchste gelten.

Juan Almela en "flagrante delitro". Archivo: FF
El propio Almela decía que su costumbre de publicar epígrafes sin crédito, que está ya en la primera página del primero de sus libros, la había tomado de su admirado Eliot. Bien: pues yo sabía, porque a él le gustaba contarlo, que esos versos eran precisamente del autor del Fausto. Incluso me sabía su significado en español porque se lo oí decir en diversas ocasiones a él, al grado de terminar aprendiéndomelo de memoria:
Traigo abraxas raramente:
ahí suele lo grotesco,
fruto de locura lúgubre,
pasar por lo más sublime.

Como siempre buscando otra cosa, específicamente el artículo en el cual la poeta y periodista mexicana Margarita Michelena escribió famosamente, para ilustrar hasta qué punto le parecía que los poemas de Deniz no valían nada, que ella podía hacerlos en razón de “unos veinte al día”. 
Buscando, decía yo, los papeles de aquel caso, di con una copia del texto donde Almela explica el sentido de los versos goethianos, da alguna clave sobre el papel que juegan en su descalificación de Pacheco e incluso los reproduce con una traducción literal, palabra por palabra. El motivo de este post es mostrar el documento que me esperaba al fondo del archivo almeliano, para terminar de aclarar la alusión.

Epígrafe popotámico
por Gerardo Deniz
Es del poema ‘Prendas de dicha’, ‘Segenspfänder’, segundo del Diván de Goethe, quien finge ser un vendedor de 'talismán de cornalina… amuletos… signos escritos en papel…’ y, acto seguido:
Traigo abraxas raramente:
ahí suele lo grotesco,
fruto de locura lúgubre,
pasar por lo más sublime.
(La estrofa se completa con dos versos. ‘Sag ich euch abrurde Dinge, / Denkt, dass ich Abraxas bringe’. ‘Si os digo cosas absurdas, / pensad que abraxas os traigo’.) Acerca de la cabalística palabra ‘abraxas’ se ha escrito demasiado, lo cual aquí no importa. Pero una nota a la edición del Diván que tengo afirma: ‘Im Divan bedeutet Abraxas theologischer Schund’:
‘En el Diván, ‘abraxas’ alude a las tonterías teológicas’. Un poco dogmático,  quizá, pues, luego de chuparme el Diván entero, con todo y copiosas prosas anexas, no recuerdo si la palabra ‘abraxas’ vuelve a aparecer una sola vez. Los versos en cuestión rezan literalmente: [sigue la reproducción de los versos alemanes con sus equivalentes en español, palabra por palabra]”.
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Foto: FF


Más sobre Gerardo Deniz en Siglo en la brisa:
Quince razones para asomarse a De marrashttp://bit.ly/2bmYunI
Deniz en Buenos Aires, http://bit.ly/1N37oAb
Cómo y cuándo nació el seudónimo, http://bit.ly/1RTMiXd
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Su vida con el Fondo, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritoshttp://bit.ly/12RrW9H


Sobre las deposiciones de los seres mitológicos

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La semana pasada me referí en este lugar a un documento muy conocido entre los lectores de Deniz: el artículo en el cual la poeta y periodista mexicana Margarita Michelena escribió, para ilustrar hasta qué punto le parecía que sus poemas de no valían nada, que ella podría hacerlos en razón de “unos veinte diarios”. 
Foto: Roberto Portillo
Lo dijo muy posiblemente porque la irritó el que se le entregara a Deniz el Premio Xavier Villaurrutia de 1991, en una ceremonia en la que ella estuvo presente, y acaso lo dijo sobre todo porque el poeta de Gatuperio afirmó aquella vez, en su breve discurso de recepción (descrito por como “asaz desagradables palabras al final de la ceremonia”), que se le estaba premiando por la cuarta o la quinta de sus vocaciones.
No es el momento para extenderme en el asunto, del que ya conté algo en el prólogo a De marras, la prosa reunida de Deniz publicada por el FCE en 2016, y sobre el que he trabajado por extenso en el capítulo correspondiente del libro que escribo estos meses. 
Vuelvo a ello ahora porque me divierte seguir excitando la curiosidad de aquellos conocidos míos que no estaban al tanto, mostrando esta vez la manera en la que el poeta reaccionó al despropósito de aquella dama de la cultura mexicana del siglo XX. Me refiero a la primera de las veces a que aludió a ello en un poema (hubo una segunda vez, unos años más tarde): se trata de “Fecal”; está en la segunda página de su libro de 1992, Op. Cit. y en Erdera ocupa la página 423. He aquí el poema:

Fecal
Por Gerardo Deniz
A Doña Margarita Michelena

Tanta cosa como estudian, y nadie se interroga
por la mierda de los seres mitológicos.
¿Era ancha plasta la del minotauro?
¿boñigo ovoide la de la quimera?
¿Eran mixtas, acuosas, blancuzcas, como de ave,
las deyecciones de la hidra? ¿especialmente pestalocis
las de la esfinge? ¿Fue estreñida escila?
¿Qué aclarar, al respecto, de Tifón?
–si Nonno nos lo pinta melómano, entre otras cosas,
informa muy poco acerca de sus aguas mayores.

Fuentes, las eternas; los vasos, las inscripciones, la colección Teubner
y hay otras. Que perforar tarjetas. Paralelamente
convendría establecer el corpus de los coprolitos
encontrados en la cuenca mediterránea,
Asia Menor, el Euxino y aun Panticapea, por si acaso.
Ir, cada mañana, del manoseo respetuoso
al banco de datos, y viceversa.
Llevar un cedazo de Boas en la canana
y, mientras no se vea claro, buscarle funciones inéditas
con entremeses, postres y otros materiales no procesados.

Diréos, congéneres, lo que a mi juicio ocurrió
(y si los resultados de las investigaciones computadorizadas discrepan,
peor para las investigaciones computadorizadas):
los excrementos de cada uno de aquellos
entes abonaron sendas parcelas del escribir clásico,
géneros nuevos brotaron en suelos feraces
diferencialmente, y así tuvimos tragedia y comedia,
diferencialmente, y así tuvimos tragedia y comedia,
épica y lírica, historia, elocuencia,
más la filosofía, cosecha inexhaurible.
Olfateando las clámides a distintos estilistas
–como esos conocedores que huelen los corchos de coñac–
podría conjeturarse, apostar.
        —Ego, inquit, poeta sum…

–––––––––––––––––
Más sobre Gerardo Deniz en Siglo en la brisa:
Epígrafe popotámico, https://bit.ly/2uR0OgT
Quince razones para asomarse a De marrashttp://bit.ly/2bmYunI
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En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
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Leandra (Quijote I-LI)

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Leandra
Quijote I, capítulo LI
A Xavier Pascual Aguilar

Todo el bosque
       repleto de las voces
de los enamorados ocultos tras los árboles
diciendo el nombre
de Leandra;

todo el día y toda la noche,
Leandra, Leandra;

cada sombra de sauce, cada margen
de arroyo
esconde alguna voz que va diciendo el nombre
de Leandra;

y las voces de los enamorados
encantan cada hoja,
     cada nido
de pájaro
       –un bosque de sonidos y de símbolos
que van haciendo un eco
del nombre
de la ingrata;

y por los montes ásperos, los pastores
que han extraviado el norte,
                  y algunos la majada,
la llaman sin cesar antojadiza
y varia;

y todo va encantándose:

los huecos de las cuevas
y hasta las oquedades
          de los alcornoques
en donde algunos de ellos han hallado
casa;

el mismo cielo, en su girar
                        de estrellas,
de nubes y de soles, va escribiendo
su nombre,
         día y noche,
con las aves que pasan
encantadas;

y aquel menearse de hojas, por el aire
corriendo entre
las matas;
        y así por cada brote, cada ramo
de muérdago,
cada rama;

y la tierra en la tarde,
       erizada de grillos,
y los brillos que al ponerse el sol
entre las copas
de los árboles
     aprisa van tejiendo 
alguna red
que encanta;

y yo mismo, al recordarlo,
de sus enamorados ya sin número,
           cuyas voces
repiten encantadas
su nombre por el bosque,
alguno de ellos soy, y tú
Leandra.

***
(En los próximos meses publicaré un nuevo libro de poemas, el primero desde 2010, cuando apareció Palinodia del rojo bajo el sello de Aldus. Su título: Oscuro escarabajo. Con la excepción de un caso anómalo, un poema escrito hace una década y media, los veintiséis trabajos inéditos que aparecen en sus páginas fueron compuestos entre 2015 y 2017, cuando hacía algún tiempo que empezaba a pensar que no volvería a escribir poesía. 
Como en algunos otros asuntos relacionados con el oficio, vino en mi auxilio Auden, quien dejó apuntado en La mano de teñidor, precioso libro leído por mí en dos ocasiones en 2015, que el poeta no es capaz de conocer la anticipación. Éstas son sus palabras: “Nunca podrá decir: ‘Mañana escribiré un poema y, gracias a mi entrenamiento y mi práctica, sé que lo haré bien’. Ante los ojos de los demás un hombre es poeta si escribió un buen poema. Ante sus ojos, un poeta sólo lo es cuando hace la última corrección de un nuevo poema. Antes de eso, sólo era un poeta en potencia; después es alguien que dejó de escribir poesía, quizás para siempre”.
Metido en las revisiones del nuevo libro, poco antes de darlo a la imprenta, se me ocurre celebrar la noticia con mis lectores publicando uno de los poemas que aparecen en sus páginas. Escojo, sin pensarlo mucho, “Leandra”. 
Su epígrafe lleva al lugar de donde tomé la idea, las últimas páginas del Quijote de 1605. Nuestro entrañable loco, Quijano el Bueno, es conducido en contra de su voluntad a su aldea en tierras manchegas; de camino, la comitiva que lo acompaña y custodia, conformada por el cura, el barbero y Sancho, hace un alto para compartir refrigerio con un clérigo y un singular cabrero, quien les cuenta la deliciosa historia de Leandra.
El momento en que Leandra es hallada en una cueva,
en el grabado original de Doré.
La dedicatoria a Xavier Pascual Aguilar se explica porque, de toda la colección, “Leandra” es el poema que más le gusta a mi amigo madrileño, quien ha leído el libro y lo ha subrayado, lo ha comentado y anotado –y hasta lo ha escuchado de viva voz, al menos una vez completo–, desde los días finales del año pasado, cuando el volumen tenía ya la forma con la que aparecerá próximamente. 
Xavier Pascual Aguilar, de visita en la Ciudad de México, poco después
de correr el Medio Maratón de la ciudad, el pasado domingo. Foto: FF
Pero hay más: la personalidad toda de mi amigo es un cruce de dos caminos bien definidos, que van en direcciones opuestas. Uno de ellos conduce a Quintanar de la Orden, a sólo unos kilómetros de El Toboso, en el corazón mismo de La Mancha cervantina. En ese pueblo, tierra de su madre, viven Juan Haldudo y Andresillo, famosos personajes de los capítulos iniciales del primer Quijote. (1)
Delante de los molinos de viento de Campo de Criptana,
La Mancha, ca. 2002. Polaroid de Xavier Pascual Aguilar.
Hace diez años pasé unos gratos días en Quintanar de la Orden, en compañía de Xavi y su familia, y todavía estuve al menos en otra ocasión en tiempos recientes, precisamente durante aquel 2015, cuando comimos en la aldea de Dulcinea y visitamos los molinos de viento de Mota del Cuervo, al principio de cuanto terminó cristalizando en mi nuevo libro. En Palinodia del rojo, por cierto, hay un poema dedicado a una hermana de su madre: quien quiera buscarlo, se llama “A la señorita Piedad Aguilar, al volver de un viaje” y está a partir de la página 17 de ese libro; también puede leerse en este blog –un poco más abajo, el link.)

___________________
(1) El otro camino va a Cataluña, específicamente a La Fatarella, en Tarragona, donde nació su padre. Imagínese lo que significó para mi amigo, barcelonista que mira la realidad a través de cuanto ocurre al equipo de sus sueños, la irrupción en el mundo azulgrana del manchego Iniesta.

La ilustración que abre este post es una acuarela de Luis Tasso sobre un grabado de Doré; representa el momento en el que Leandra es hallada en una cueva. La tomo de la Wikipedia.

“Leandra” (audio). Grabación de Xavier Pascual Aguilar.
“La tía Piedad”, https://bit.ly/2M3LLXV

Más sobre Palinodia del rojo en este blog:
La edición, http://bit.ly/1bLNQ65
La presentación, http://bit.ly/HAijY6
Lectura del poema “Paloma y no”, http://bit.ly/lKlTwP
“Milagro en la playa”, http://bit.ly/W7y222
Tres años de Palinodia del rojo,http://bit.ly/IxEKNa

Xavier Pascual Aguilar en Siglo en la brisa: 
Un poema de Wendell Berry, http://bit.ly/1cGVP0R
19 imágenes de los Estados Unidos, http://bit.ly/Px26R5
El soundtrack de una vida, segunda parte, http://bit.ly/NFn3cM


Alí Chumacero: dibujos felizmente obscenos

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Ya he contado que tuve la suerte de conocer a Alí Chumacero como tutor del Centro Mexicano de Escritores, cuando fui becario de aquella institución en el periodo 1988-1989 (el link, al calce). La primera vez que escribí sobre ello, hace ahora cerca de ocho años, aproveché para publicar un curioso documento: la fotocopia de un texto mío que estuvo en sus manos durante una de las sesiones de trabajo, sobre la cual el gran poeta y editor hizo tachaduras y correcciones.
Levantada la sesión, aquella vez, cuando nos despedíamos, me cuidé de volver sobre mis pasos y recoger de la mesa de trabajo la fotocopia anotada, con la intención, desde luego, de conservarla, pero sobre todo con el propósito de intentar aprovechar hasta el último detalle de cuanto había señalado en ella uno de los lectores más sagaces y experimentados de la literatura mexicana del siglo XX. 
Alí, me di cuenta entonces, no sólo había tachado y corregido lo que le parecía torpe y erróneo sino que había dibujado en los márgenes de las hojas unas simpáticas figurillas, entre ellas tres perfiles, dos de ellos enfrentados, diversos estudios de bocas y narices, y un ratón con una guitarra pulsada con aire divertido y satisfecho. 
Ahora que se han conmemorado cien años del nacimiento del autor de Páramo de sueños e Imágenes desterradas he vuelto los ojos a aquellos dibujos y los he encontrado igual de simpáticos, pero más interesantes, y también, por qué no decirlo, felizmente obscenos. Antes de verlos a detalle, diré todavía algo sobre el poema. Como fueron muchos y atinados los reparos del tutor del Centro Mexicano de Escritores, “Envío”, como se llamaba el texto entonces, quedó fuera de la plaquetteque armé al poco de acabar el periodo de la beca, El ciclismo y los clásicos (Los Cuadernos de Malinalco, 1990). 
Más de veinte años después, cuando el editor Miguel Ángel de la Calleja hizo la segunda edición de aquella serie de poemas, me pareció que el texto no era peor que los que sí habían sido incluidos así que procedí a restituirlo al lugar adonde cronológicamente pertenece (Parentalia, 2012, pág. 7). 
No fue en vano, desde luego, cuanto reprobó Chumacero a finales de la década de 1980 por lo que versión final del poema tiene algunos cambios tomados de su consejo. Por mi parte, hice otros, empezando por el título: no fue ya “Envío”, sino, en la línea imperante en el resto de los poemas, “Exhorta a una hermosa conocida suya a dejar la doncellez”.
Chumacero se presentaba en las reuniones de la pequeña casa del Centro Mexicano de Escritores invariablemente reidor y dicharachero, como se dice que fue siempre. Yo tengo los mejores recuerdos de su afabilidad y bonhomía. Simpático y flexible, lo cual era más evidente porque el otro tutor, Carlos Montemayor, era exactamente lo contrario, el poeta, que por entonces arribaba a los setenta años, tenía ya el pelo totalmente blanco y todavía usaba esas características gafas de pasta negra, rectangulares, de gran tamaño, que hacían más interesante el corte triangular de su rostro moreno.
Becarios del periodo 1988-1989 del Centro Mexicano de Escritores.
A la izquierda, arriba, el poeta Jorge Fernández Granados.
Siempre de traje y de corbata, Alí acomodaba su enorme humanidad a una de las cabeceras de la mesa del comedor de la casita que ocupaba el Centro en la colonia Villa de Cortés, y asistía, monolítico y estupendo y en perfecto silencio a aquellas interminables y soporíferas lecturas de sus jóvenes aprendices. De cuando en cuando, se las arreglaba para echar una siesta, todo lo discreta que se quiera y sin perder nunca un solo milímetro de contención y derechura. Eso sí, cuando le tocaba opinar, lo hacía con voz viril, de frente, al detalle y sin perder nunca de vista cuanto le parecía relevante. 
Como verá quien se asome a las fotocopias de mi poema, Alí anotaba problemas de ritmo y sintaxis, hacía ver el abuso de ciertas palabras, recomendaba renunciar a peripecias formales injustificadas, sugería evitar las rimas que le parecían involuntarias y aconsejaba acudir a los metros italianos cuando los becarios nos acercábamos a ellos, a veces sin darnos cuenta. Para las discusiones de filosofía creativa, la pertinencia o no de temas y maneras de abordarlos y otras florituras literarias, para eso estaba allí, debidamente rígido y solemne, Carlos Montemayor. En realidad, estoy convencido de que todo el numerito le producía a Alí una perfecta pereza, y ya entonces yo me daba cuenta de que no le faltaba razón.
Otra cosa es lo que se diría para sus adentros. Ahora que veo de nuevo la fotocopia del poema que estuvo en sus manos se me ocurre una lectura de los dibujos que dejó plasmados en ella. Imagino a Alí meditando sobre lo que decía mi “Envío”, calificando de inútiles los rodeos en los cuales se complacía mi poema, y acaso diciéndose, como me parece que permiten suponer los trazos que hizo distraídamente sobre los márgenes de la hoja, que con los problemas amorosos como los que planteaba la elusiva Fabiana había que dejar de lado los escarceos perifrásticos e intentar una suasoria más directa y carnal. 
Díganlo, si no, la nariz de uno de los dos personajes de la derecha, la cual se prolonga hasta convertirse en un falo, disimulado a continuación con unas antenas que le dan un aspecto de oruga, y el evidente sexo femenino que aparece debajo de ella, trazado con conocimiento de la materia e indudable pericia. 
A la izquierda, como si fuera el espíritu chocarrero siempre e incluso burlesco de Chumacero, un simpático roedor celebra la feliz ocurrencia con notas divertidas y entusiastas.
_________________
Centro Mexicano de Escritores, 1989.

Los retratos de Alí Chumacero proceden de la red, donde se ofrecen si crédito de autoría. El que abre este post proviene de https://bit.ly/2AQecYh; la foto en la que también aparecen Octavio Paz y Marie-Jo Tramini, de https://bit.ly/2LXNFgx.

“Becario”, https://bit.ly/2uic9Wp

Más poemas en este blog:
Tres poemas de El ciclismo y los clásicoshttp://bit.ly/Ucscgb
Contra los barbados de este tiempo, https://bit.ly/2M2gmID
Un poema de 1991, https://bit.ly/2vKy1tV

Últimas tardes con Federico Álvarez

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A José Manuel Mateo
Lo digo sin falsa modestia: lo mejor de Contra la fotografía de paisaje, mi libro de 2014, no lo escribí yo, sino Federico Álvarez. Cuando proyectaba el índice de aquel volumen, armado a partir de materiales publicados a lo largo de los años anteriores, decidí incluir las notables respuestas que mi viejo maestro de Teoría Literaria dio por escrito al cuestionario que le propuse cuando aparecieron sus memorias de infancia y primera juventud. 
En aquellas respuestas, Federico se muestra como era en persona: un hombre luminoso y vital, de una extraordinaria inteligencia, que se expresaba con una envidiable transparencia. Pude constatar que conservó esas virtudes hasta el final de su vida porque me reencontré con él en un par de ocasiones un año antes de su lamentable fallecimiento, ocurrido ahora hace tres meses, el pasado 18 de mayo. ¡Dos ocasiones apenas! Muy pocas, es verdad, pero harto suficientes para disfrutar de nueva cuenta de su resplandeciente y evocadora conversación, de su generosidad y su buen talante, todo aquello que ayudó a encender el amor por la literatura en tantos estudiantes que, como yo, asistimos a sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras en las últimas décadas del siglo pasado.
Federico Álvarez. Foto de Javier Narváez.
Fue gracias a José Manuel Mateo, el fiel amigo de Federico que se mantuvo siempre a su lado, que volví a verlo, primero una tarde de sábado en su pequeño departamento de Copilco, por cierto en el mismo conjunto de edificios donde visité en repetidas ocasiones al arquitecto Carlos Mijares en sus últimos años, cuando Alberto Kalach y yo hicimos las entrevistas que cristalizaron en nuestro libro Croquis
Carlos Mijares y Alberto Kalach. Foto: FF
Ahí vivía Federico (o Fede, como le gustaba que lo llamaran), en un espacio más bien oscuro pero repleto de libros y recuerdos, y ahí nos recibió a Daniela y a mí aquella tarde de mayo de 2017 de la que volví tan entusiasmado por haber charlado de nuevo con mi querido maestro como ella conmovida con la personalidad de aquel anciano carismático y entrañable al que veía por primera vez.
Dos semanas más tarde volvimos a encontrarnos con él, en esta ocasión para comer en una marisquería de Miguel Ángel de Quevedo, donde Federico dio rienda suelta a su gusto por los camarones, y lo oímos nuevamente hablar del exilio español, al que pertenecía, de la Guerra Civil y de la España contemporánea, con el mismo aire ligero y corazón alegre que lo caracterizaban. 
Nunca, ni en aquellos momentos de felicidad compartida, dejé de tener presente aquello que dejó escrito en sus memorias, de que la extrema vejez, como la suya, en su caso agravada por un cáncer lento e inexorable que le llenaba de piedras el camino de casi todos los días, era como estar frente a un pelotón de fusilamiento, a la espera de la inminente descarga final. Si le fallaba la memoria a corto plazo y podía confundir los nombres de algunos conocidos y colegas de toda la vida, o de pronto se veía incapaz de recordar los lugares exactos donde ocurrieron las anécdotas a que hacía referencia, o de decir el título exacto de éste o aquel libro, la memoria que tenía que ver con los tiempos más apartados de su larga vida de noventa años se afinaba hasta el último detalle con absoluta precisión. Pero lo que hacía más sabrosa la plática era aquello con que invariablemente la salpimentaba, todas esas observaciones agudas y sonrientes que delataban un españolísimo gozo vital que era como una segunda naturaleza en él.
En su casa, además de otros temas, hablamos de libros. Entre los que estaban a la vista había un ejemplar de la edición de Anagrama de Habla, memoria, el maravilloso conjunto de evocaciones de infancia de Nabokov que yo acababa de leer precisamente por esos días, por cierto con el mismo entusiasmo que él experimentó al pasar por sus páginas, según contó aquella tarde –ejemplar que yo me cuidé de fotografiar, y en cuya última hoja Fede dejó anotados los pasajes que más le impresionaron.
Si nos recomendó la lectura, entre otros libros, de Los muchachos de la vía Pal de Ferenc Molnar, que por razones que ahora no consigo recordar él tenía en edición italiana, yo le pregunté por Miguel Prieto, de quien vi en uno de sus libreros una bella edición española, el catálogo de su exposición en España y México, un gran libro sobre la vida y la obra de aquel artista plástico y diseñador gráfico al que Fede trató y con quien puso en contacto a Vicente Rojo en los años de la mocedad de ambos amigos. Como se dio cuenta de que tenía dos ejemplares, creo recordar que uno impreso en México y el otro en España, me regaló uno de los dos.
Pero lo que más gracia me hizo fue algo poco menos que mágico y misterioso que repentinamente me devolvió a los primeros tiempos de la juventud, cuando lo conocí en persona en las circunstancias que están relatadas en mi libro. 
De pronto, José Manuel Mateo me hizo notar que sobre la repisa de uno de los libreros, encima de otras publicaciones, había unos ejemplares de Alejandría, la revista que fundé con unos amigos de la Facultad a mediados de los años ochentas. Los ejemplares estaban allí, arriba del todo, cerca de la puerta, al lado de las llaves del coche y del periódico de la mañana, como si yo se los hubiera entregado unas horas antes en uno de los pasillos de la Facultad al final de una de sus clases, sin importar que de ello hubieran pasado tres largas décadas.
Como le pregunté por la edición que prologó del libro de Max Aub, su suegro, sobre Luis Buñuel, me contó que le había prestado su único ejemplar a Miguel Ángel Flores, quien nunca se lo había devuelto, lo cual, me dijo, le dolía particularmente. Yo me ofrecí a conseguirle el teléfono de Flores, cosa que hice a día siguiente de nuestro segundo encuentro solicitando el dato en la revista Proceso, de la que aquel escritor y periodista era colaborador. 
Unas semanas más tarde le llamé a Federico para ver si había conseguido recuperar el libro, pero él ya no se acordaba de mi ofrecimiento de ayudarlo ni mucho menos de que le hubiera dado ningún teléfono de nadie. Como sacaba yo el tema, aprovechó entonces para volver a contarme el predicamento y a exponerme de paso el dolor de haber prestado irresponsablemente su único ejemplar de aquel libro tan valioso para él. No mucho después de nuestra conversación telefónica, leí en la prensa la noticia de la muerte de Miguel Ángel Flores, ocurrida el 18 de enero de 2018, cinco meses exactos antes que Federico.
Si no pude ayudarle a recuperar ese libro, me queda la satisfacción de haber formado parte de la afortunada y algo providencial cadena que permitió que la biblioteca de Federico, quien estaba muy preocupado por el destino de sus libros, haya quedado en posesión de la Universidad, después del acuerdo que el antiguo maestro de la Facultad de Filosofía y Letras firmó con el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, gracias a la voluntad y los buenos oficios de Mario Ruz, su actual director, y Fernando Rodríguez Guerra, su secretario académico. 
Por cierto, como se lo dije en su momento a Federico, en mi biblioteca, por causas que ahora no vienen al caso, hay dos ejemplares de las Conversaciones con LuisBuñuel de Max Aub, que es como se llama ese libro, por lo que me he prometido donar uno de ellos a la suya, ahora en Ciudad Universitaria, como una manera, simbólica y tardía si se quiere, de reparar aquella pérdida que tanto le dolió.
Veo las fotos que tomamos Daniela y yo durante las dos últimas tardes con Federico y me permito escoger un par de ellas para cerrar este post. Ambas imágenes fueron hechas en su departamento, que él me permitió recorrer y fotografiar en libertad. Son reproducciones fotográficas de fotos que estaban en lugares estratégicos de sus muchos libreros, apoyadas en los lomos de los libros. 
La primera es un retrato de él mismo: Fede aparece en ella en la flor de la vida: de barba, maduro y estupendo; se apoya en el letrero que está a la entrada de Lezama, aquel pueblo alavés de unas apenas cuantas decenas de habitantes, llamado como un admirado poeta cubano, delante de un Seat 127 con placas de Madrid. 
La otra es un retrato de la bellísima Elena Aub, su exmujer, a la que me parece que nunca dejó de amar, y de cuya dolorosa separación tal vez jamás se recuperó.
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Las últimas tardes con Federico Álvarez fueron el 27 de mayo y el 15 de junio de 2017. Las fotos del segundo de esos encuentros las hizo Daniela Carranza en el pasillo de conduce al restaurante Pardiños de Miguel Ángel de Quevedo, en Coyoacán; fue la última vez que estuvimos con él.

José Manuel Mateo editó, bajo su propio sello, un hermoso libro de ensayos de Federico Álvarez: Vaciar una montaña. 134 glosas. Ediciones Obranegra, México, 2009.

El libro de Max Aub sobre Luis Buñuel se llama Conversaciones con Luis Buñuel, seguidas de 45 entrevistas con familiares, amigos y colaboradores del cineasta aragonés. Aguilar, Madrid, 1985. Prólogo de Federico Álvarez.

Más sobre Federico Álvarez en este blog:
Sobre Contra la fotografía de paisajehttps://bit.ly/2MsVWVX
Entrevista con Federico Álvarez (fragmento), https://bit.ly/2M5THMo

Algo de política

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Este otoño publicaré Oriundos, una crónica familiar sobre la emigración española a México, redactada mayormente durante los cinco años que viví en Asturias. Como saben quienes conocen el libro, o me han oído contar detalles sobre aquel lustro, uno de mis principales afectos de ese tiempo fue mi tío abuelo Florentino. Aquel singular y voluntarioso octogenario estuvo tres décadas en México y terminó regresando a tierras asturianas, donde murió en 2006, a los noventa años de su edad, una década exacta después de que empezara yo a tratarlo. 
Florentino estaba cansado de oírme preguntarle sobre las historias más viejas de nuestra familia, y le desconcertaba y a veces incluso le irritaba el verme constantemente dedicado a unas averiguaciones y pesquisas que, desde su perspectiva, carecían de cualquier interés. Un día, el hermano de mi abuela Fernanda me preguntó, quizás para irritarme ahora él a mí, que si no tenía escrito nada sobre política, a lo que le respondí que no, como él bien sabía. Para sorpresa de todos, empezando por mí mismo (que no suelo ocuparme por escrito de ese tema), resultó que al final sí tuve alguna cosa que mostrarle, algo relacionado con un descubrimiento que asombró a casi todos, o mejor dicho a todos menos a él, que recordaba los hechos con precisión perfecta –y otra cosa muy distinta es que quisiera o no referírmelos–. A continuación, "Algo de política", un nuevo adelanto de Oriundos, libro que verá la luz en un par de meses.

Algo de política 
Por FF
Esta vez Florentino está dispuesto a llegar al fondo del asunto y por enésima vez me pregunta en qué trabajo, de qué vivo. Le contesto lo que suelo: estoy escribiendo un libro en que aparece él, en el que él es uno de los personajes principales. Otras veces se ha quedado en silencio, mirando a un punto fijo, como si no supiera qué opinar; hoy se inquieta: escribo, sí, eso ya se lo dije, pero ¿en qué trabajo? Le leo el pasaje sobre Fernanda y el arroz Covadonga y él afirma, a buena voz, para que lo oigan todos: “Lo que pones ahí es la pura verdad. Pero la prósima vez trae algo que no sea de la familia. ¡Eso no le interesa a nadie!”. [...]
Pero una vez que acabo de transcribir sus palabras, a Florentino le entra un acceso de ira y me pregunta que para qué escribo todo eso. Ni siquiera se toma la molestia de escucharme: “Pon cosas modernas, hoombre. ¡Eso no lo vas a leer más que tú! ¡Lo único que haces es estropear esa libretina!”. Y porque sabe por dónde va a ir mi respuesta, lo que le dará un nuevo motivo para embroncarme, me pregunta: “¿No tienes algo de política?”. Otea hacia mí, los ojos inmensos tras las muchas dioptrías, y es evidente el fastidio que se produce en él cuando le repito lo que bien sabe: no escribo de política. Hace una mueca al tiempo que vuelve a decirme, como ha hecho varias veces, que mejor vaya “haciéndolo de una vez porque eso es lo que da de comer”.
Florentino y su sobrino Pepe Luis conversan en Puertas de Cabrales.
Foto: José Luis Fernández Tolhurst
Aunque para mí siempre estuvo claro que nosotros éramos franquistas, en la medida en que podíamos serlo a tantos kilómetros de distancia, tan apartados de todo lo que en términos prácticos fuera España vivida desde México, en la casa de mis abuelos nunca vi nada que externara simpatías ideológicas de ningún género. 
Boda en Covadonga,
1933.
Ellos se hicieron novios y se casaron durante la República, pero cuando estalló la guerra llevaban dos años largos en México por lo que su vivencia de los horrores del conflicto fue distante y de segunda mano. Antes que por una innegable falta de simpatía por la causa de los refugiados españoles, no tuvieron relación con ellos en primer lugar porque no tenían relación con casi ningún género de nadie. De todas formas, el médico que se preparaba para traerme al mundo cuando, anticipándose al diluvio de flores e invitados, Antonio Poo llevaba unas horas en la sala de espera del cuarto de mi madre, era un exiliado llamado Urbano Barnés. Al parecer nací no ligeramente rojo, como se espera de los niños tras el parto, sino francamente amarillo, y el benemérito pero ya anciano doctor Barnés desaconsejó la idea de un joven pediatra mexicano que insistía en hacerme una infusión sanguínea completa.
Arriba: Lluís Companys proclama en 1934 el Estado Catalán de la República Federal de España; abajo: su nieta María Luisa Gally recibe en 2009 el documento de reparación de su figura.
Mi contacto con el exilio ocurrió mucho más tarde, cuando tenía poco más de veinte años y trabajé en un instituto fundado en México por exiliados españoles; entre sus hijos y sus nietos me sentí desde el primer momento en casa. Mi jefa directa era una mujer inteligente y sensata llamada María Luisa Gally Companys, nieta del histórico presidente de la Generalitat fusilado por Franco. 
Nota de la directora del bachillerato del Instituto Luis Vives, María Luisa Gally Companys, conservado en un volumen de la Historia de la Literatura Española de Ariel.
Por aquellos días estuve en la conmemoración de un aniversario de la Segunda República; a la hora del brindis, un escritor un poco mayor que yo, responsable del discurso, dijo que los ahí reunidos por lo menos teníamos el consuelo de saber de qué lado habían estado los buenos. Más allá del pedestre maniqueísmo del comentario, el entusiasmo de mi familia por Franco me hizo sentirme avergonzado entre aquellas personas llenas de historias desgarradas que debían de tener toda la razón.
Por eso me sorprendió muchísimo, años más tarde, en Oviedo, un día entre microfilmes borrosos en los que buscaba el episodio del Packard, encontrar una declaración “del concejal republicanodel Ayuntamiento de Cabrales, Fernando Bueno Díaz”. ¿Cómo era posible? Nunca oí ni media palabra respecto a que el padre de Florentino hubiera estado metido en política, menos durante aquellos años y muchísimo menos que su nombre pudiera haberse visto asociado de ninguna manera a la palabra "república". 
Fernando Bueno Díaz, padre de Florentino, candidato republicano a concejal de Cabrales por el distrito primero. La voz de Asturias, 11 de abril de 1931.
Pero aquél sólo era el primero de una serie de hallazgos: conforme me fui metiendo en el asunto, resultó que Fernando Bueno había formado parte de la candidatura republicana que derrotó al monarquismo local en las históricas elecciones de abril de 1931, y hasta había sido, si se quiere de manera protocolaria y fugaz, el primer teniente de alcalde de la Segunda República en Cabrales. No sólo eso: en las elecciones de mes y medio más tarde, fue el candidato republicano más votado del concejo.
Acta de constitución del primer Ayuntamiento de la República.
Cabrales, 15 de abril de 1931. Fernando Bueno, presidente interino. 
Por los resultados de las elecciones se entiende que el episodio partió en dos al concejo: los republicanos de su capital, Carreña, por una parte, y por la otra los monárquicos de Arenas, su núcleo más poblado. Aunque incompletas, las actas del ayuntamiento de aquellas fechas son un tesoro que hasta donde creo nunca han sido utilizadas con ninguna finalidad. Entre lo que se lee en ellas y lo que publica la prensa de Llanes de esos días se pueden trazar con claridad las razones por las que la República, cuyo triunfo en la comarca fue excepcional en el contexto rural de la península, que en general apoyó al monarquismo, fracasó también en Cabrales.
Fernando Bueno, quinto por la izquierda, en la tienda La Hoja de Lata, 
de su propiedad, ca. 1927. El negocio estaba en un edificio que aún existe, en la esquina de Cinco de Febrero y Mesones.
Me parece explicable que después de cuarenta años de ausencia y con la idea de un apacible retiro, de regreso de un México todavía estremecido por la Revolución, Fernando Bueno quisiera mantenerse al margen de la política. Pero al adquirir la parte de Asiego del latifundio de la familia De la Bárcena y convertirse así en uno de los principales contribuyentes, la ley lo obligó a involucrarse en la cuestión pública, la misma ley que estuvo a punto de eximirlo por exigir por lo menos cuatro años de residencia fija en el término municipal, exactamente los que llevaba de regreso.
Fernando Bueno en la cantina La Hoja de Lata, 
contigua a la tienda del mismo nombre, ca. 1927.
Eso sí: metido en política, sus simpatías no podían estar sino del lado de la capital del concejo. No sólo por razones biográficas: Asiego es una filial de la parroquia de Carreña y él se había casado con una muchacha de ese pueblo. Por empatía también: imposible reconocerse en las aspiraciones de preponderancia local de Arenas, con sus apellidos compuestos y sus casas blasonadas. Apenas en 1910 Alfonso XIII había concedido el título de villa a Arenas por “su constante adhesión a la monarquía”. 
Es bien sabido que los emigrantes, si no por nacimiento, eran republicanos por naturalización: sus vidas eran lo más parecido a un alegato contra todo privilegio heredado. En el padre de Florentino, aquella noción política debía ser un fenómeno parecido a su mexicanidad. 
No obstante, pronto debe de haberse dado cuenta de que las ideas republicanas difícilmente podrían lograrse en las tierras frías de Cabrales. Y algo más, muy importante: a él y los suyos, su anciano padre Santos, que murió durante los años de la guerra, y su cuñado el maestro del pueblo, labradores, hijos y nietos de labradores apegados a las costumbres ancestrales, tiene que haberlos impresionado muy negativamente la persecución religiosa que la República fue incapaz de controlar.
Pero la mejor prueba del silencio bajo el que dormían esos hechos fue la reacción de Florentino cuando le pregunté por aquel pasaje de la vida de su padre. ¿Estuvo metido en política? ¿Alguna vez fue concejal? Y lo más grave: ¿es verdad que fue republicano? Primero, reacción muy en su línea, se hizo el sordo. No que él supiera, dijo, perfectamente espinoso, cuando insistí decidido a mi vez a llegar al fondo del asunto. Con una copia del recorte en la mano, una semana más tarde le leí la nota del 5 de junio de 1932 de El Eco de los Vallesque da cuenta del acuerdo del ayuntamiento cabraliego, tomado por unanimidad a propuesta del concejal republicano Fernando Bueno Díaz, de protestar contra la aprobación del Estatuto catalán de oponerse a “la integridad de España” o si constituyera “un privilegio sobre las demás regiones”.
El Eco de los Valles, Peñamellera Baja, Asturias, 5 de junio de 1932.
Fue la llave que abrió la puerta. Identificado setenta años más tarde con las mismas ideas de su padre respecto a los mismos temas, olvidó de pronto las reacciones en punta y se transformó en el delicadísimo diplomático de la escuela mexicana que también había en él. No pude irme ese día de su casa sin escucharle pedirme, ofreciéndome lo que fuera necesario por el costo de la reproducción, varias veces, como si el que se hiciera el sordo fuera yo, que no volviera a su casa sin una copia para él del valioso recorte.

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La foto de Lluís Companys la tomo prestada del diario El Mundo, https://bit.ly/22nGso5, donde aparece con el siguiente pie: “El presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclama el estado catalán de la República Federal de España el 6 de octubre de 1934”.

La foto de María Luisa Gally Companys la tomo de la nota de La Vanguardia que da cuenta de su éxito en las gestiones en favor de la reparación de la figura de su abuelo, https://bit.ly/2Bzt79o

Más sobre Oriundos en Siglo en la brisa:

Florentino y su yerno Félix Niembro, en la casa de éste
en Puertas de Cabrales.
Más sobre Florentino en este blog:
Florentino, a cuadro, https://bit.ly/2MI02gr
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
Retratos asturianos, http://bit.ly/1l76xRa
Ocios de 1946, http://bit.ly/1gQcF2R
En la boda de Lola y Félix, http://bit.ly/1hwQqwn




El amor de las indias por el tianguis

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Supe del precioso pasaje de fray Diego Durán sobre el amor de las indias por el tianguis en las memorias que Felipe Teixidor dictó a Claudia Canales en los últimos años de su vida, como escribí en mi reseña de ese libro notable, incluida en Contra la fotografía de paisaje (Conaculta/Magenta, 2014). 
Por eso me parece normal que sea en un libro editado por Teixidor, o al menos en el que advierto su discreta presencia, virtud que dio frutos impagables durante los años que trabajó para la familia Porrúa, donde me reencuentro con él. Lo glosé ya no sé dónde, quizás en mi cuenta de twitter, y el poeta Juan Carlos Bautista, me parece que seducido a su vez por el encanto del pasaje, me preguntó si sabía el lugar exacto del libro de Diego Durán de donde procedía. No supe decirle: lo había leído, le expliqué, en Lo que me contó Felipe Teixidor, hombre de libros, 1895-1980 (Conaculta, México, 2003), lugar en donde no se añade nada más. Mi amigo poeta me escribió poco después para decirme que no había dado con la cita, lo que me hizo pensar que quizás no estaba en Durán, y que, contra mi bien arraigada certeza sobre la precisión de Teixidor, el gran editor quizás por una vez había confundido el dato. Me olvidé del asunto, hasta hace unos días.
La admirable página inicial del Códice Féjerváry-Mayer
que está en el Museo de Liverpool, Inglaterra.
A últimas fechas he vuelto a mis lecturas mexicanas: Sahagún, como siempre, pero también la edición de la Poesía náhuatl que me regaló Almela, la cual incluye los famosos Cantares mexicanos, e incluso el códice Féjérvary-Mayer, que he visto con toda calma en el número facsimilar que en 2005 le dedicó la revista Arqueología mexicana.
 
Edición de Poesía náhuatl del Padre Garibay que me regaló Juan Almela.
Hace unas semanas, leí en la Historia de la literatura náhuatl del Padre Garibay (Porrúa, 1954), también regalo de Almela, una irresistible semblanza biográfica de Diego Durán, fraile dominico que arribó a México hacia los seis o siete años de su edad, a sólo dos décadas del final de la guerra de conquista. Los libros de Durán, en los que el fraile sevillano cuenta a detalle cuanto llegó a saber sobre la religión y la historia mexicas, están aderezados con todo género de sabrosos comentarios y recuerdos contados en primera persona, de los tiempos en que estaban vivas las cosas del viejo mundo mesoamericano.
Lápida conmemorativa de Bernal Díaz del Castillo. Antigua, Guatemala.
Otoño de 2012. Foto: FF

Si es que sigue vigente lo que escribió Garibay en 1954, Durán vivió la mitad de su vida en Oaxaca, época de la que no sabemos nada, y murió a los 51 años, cuando tenía sobre el escaño todavía algunos proyectos más. El gran nahuatlato lo considera el primer literato de México, aun antes que Bernal y Cortés, y con su libro delante uno no puede sino adherirse fervientemente a su opinión. 
Imagen del libro de Durán. En la edición de Porrúa, corresponde 
al Capítulo IX, pág. 96, párrafos 5 y 6. 
El padre Garibay hace un curioso comentario sobre la obra del dominico. Confieso que al pasar por vez primera por sus palabras experimenté una intensa emoción: la lengua escrita de Durán, dice, es "un testigo fiel del castellano que se hablaba en las primeras décadas de la dominación española", esto es del primer español que se habló en México (Historia de la literatura náhuatl, vol. II, pág. 55). Es cierto que no otra cosa podemos decir del portentoso Bernal, quien llegó a América con la lengua de Castilla resuelta en su talego, pero se vio luego ampliamente modificada por cuanto oyó y aprendió en las tierras recién descubiertas, y de ello da cuenta su Historia verdadera. Como sea, insiste Garibay, no es posible tratar a Durán sino como un nativo, como de hecho se le consideró cuando aún se discutía su lugar de nacimiento, y por eso todo lo que cuenta posee un incalculable valor.
He pasado unas tardes, francamente fascinado, leyendo el primero de los dos tomos de la edición de la Biblioteca Porrúa. El capítulo dedicado al culto y las fiestas de Xipe Totec, para decirlo sin rodeos, es algo de lo más asombroso que he leído en mi vida. Conforme he avanzado en su lectura, no he dejado de sentir que poco a poco voy acercándome al tianguis anunciado por Teixidor. Por fin, he llegado.
El pasaje está, entre otras maravillas y anécdotas sobre los mercados mesoamericanos –tianguiz o tianguis, como preferimos ahora; en todo caso, tianquiztli, en náhuatl–, en el capítulo XX de la Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme de Diego Durán (edición Garibay, Biblioteca Porrúa, 1967, pág. 178). Cuatro años después de mi pequeño intercambio epistolar con Juan Carlos Bautista, me apresuro a remitirle el delicioso parrafito a mi amigo poeta y lo copio aquí para deleite de quienes se asoman a este blog:

“Son los mercados tan apetitosos y amables a esta nación, y de tanta fruición, que acude a ellos y acudía en especial a las ferias señaladas gran curso de gente, como a todos es manifiesto. Paréceme que si a una india tianguera, hecha a cursar los mercados, le dijesen: Mira, hoy es tianguiz en tal parte, ¿cuál escogerás más aína, irte desde aquí al cielo o ir al mercado?, sospecho que diría: Déjeme primero ver el mercado, que luego iré al cielo. Y se holgaría de perder aquel rato de gloria por ir al tianguiz y andarse por él paseando de aquí para allá, sin utilidad ni provecho ninguno, sólo por dar satisfecho a su apetito y golosina de ver el tianguiz”.

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La imagen que abre este post pertenece al Capítulo XX del libro de Diego Durán (edición Garibay, Biblioteca Porrúa, núm. 33, 1967) e ilustra los párrafos 2 y 3 de la página 177. Representa unas "piedras redondas labradas" que había en los "mentideros" de los tianguis que tenían esculpida "una figura redonda, como una figura de sol, con unas pinturas a manera de rosas, a la redonda, con unos círculos redondos; otros ponían otras figuras, según la contemplación de los sacerdotes y de la autoridad del mercado y pueblo".

Más sobre Contra la fotografía de paisaje en este blog:
Resumen de su contenido, http://bit.ly/1HzF8oV
Por qué el título, http://bit.ly/1xS2jpo
Una reseña (dos veces) generosa, http://bit.ly/1MLwY1V
La foto de portada, http://bit.ly/1BwLVfM
La presentación, https://bit.ly/2BbUohR

López Velarde, ¿padecía una enfermedad venérea?

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Por supuesto que estoy de acuerdo con quienes piensan que el asunto no es esencial y por eso no vale ocuparse más de la cuenta de él, sobre todo porque lo que más nos interesa es la obra de López Velarde y no por fuerza los detalles de su biografía. A éstos, una vez establecidos (cuando lo están, desde luego, pues no siempre es el caso), vale la pena dejarlos tranquilos en su sitio a la espera del momento en que resulten necesarios. Si dedico este post al tema es porque de tarde en tarde escucho a algunos amigos negarse en redondo a la posibilidad de que López Velarde hubiera padecido una enfermedad venérea. Ramón, desde luego, no murió de sífilis: murió de asfixia, todos lo sabemos, a causa de una pleuresía. Sin embargo, las circunstancias del inesperado acontecimiento nos hacen pensar que su condición física debió de verse debilitada por algún factor ajeno al resfriado que se complicó al grado de quitarle la vida, como por ejemplo una afección venérea. ¿De qué manera explicarse, si no, el que haya muerto de pronto, cuando era un hombre en la flor de la edad, aparentemente sano, a los 33 años de su edad apenas cumplidos?
Pero vamos a los argumentos: están, por una parte, sus costumbres sexuales, de las que hay testimonios dejados por él mismo y sus contemporáneos (“no se le iba día sin sacrificar a Cipris y Afrodita”, resumió famosamente, unos años más tarde, Luis Noyola Vázquez); por el otro, las debidamente documentadas (y alarmantes) condiciones higiénicas de las prostitutas de la época. A mediados de 1991, se dio una discusión en las páginas de la revista Vuelta entre Guillermo Sheridan, a quien debemos la máxima aportación a los estudios velardianos por lo menos de los últimos treinta años, quien defendía la posibilidad de la enfermedad venérea, y Gabriel Zaid, el autor de Tres poetas católicos, para quien la causa de la debilidad de López Velarde a la hora de enfrentar la enfermedad se debió a una depresión.
Además de ponernos en circunstancia sobre la prostitución en la ciudad de México en los tiempos de López Velarde, Sheridan, como se verá, hizo un descubrimiento de algo que estaba a cielo abierto, evidente y a la vista de todos, en lo cual nadie había reparado porque yacía encriptado bajo una difícil cita literaria, a la espera de su hallazgo erudito. Dan ganas de pensar que ese descubrimiento deja las cosas resueltas. 
Recomiendo, desde luego, la lectura de la polémica; para quienes no la tengan a mano, reproduzco el par de párrafos que dediqué al asunto en mi ensayo “El enigmático caso de 'El sueño de los guantes negros'”, parte de mi libro Ni sombra de disturbio(Conaculta / Auieo, 2014). Arranco desde poco antes del meollo del asunto, en el inicio del apartado de ese ensayo dedicado a analizar la perspectiva católica de aquel gran poema, que Ramón no publicó en vida, un aspecto esencial (el catolicismo, quiero decir) del pensamiento y el arte de López Velarde que una parte importante de la crítica, henchida de arrogancia, ha tendido a desdeñar.

La perspectiva católica 
(Ni sombra de disturbio, fragmento)
Por FF
Desde luego que nos perderíamos de una aspecto esencial del poema [“El sueño de los guantes negros”] si no intentáramos verlo desde una perspectiva católica, como era la de López Velarde. Guillermo Sheridan, que recuerda la última conversación que tuvo el poeta poco antes de su muerte con su amigo el periodista Eduardo J. Correa, dice que el consejo que dio éste a su joven amigo de que debería de volver a los ejercicios espirituales de San Ignacio, era ocioso: Ramón “no requería de más ejercicios espirituales que los que ya le exigía su poesía”. 
Y se pregunta: “¿Podría haber imaginado siquiera que en la bolsa del saco negro su amigo llevaba desde hacía meses el manuscrito de ‘El sueño de los guantes negros’, uno de los poemas más complejos que podría haber escrito un católico?” (Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles(1905-1913), FCE, 1991, pág. 39).
Aquí viene al caso lo que dijo Octavio Paz: “nos hace falta un estudio de veras completo sobre las creencias de López Velarde” (El camino de la pasión, pág. 51). Y es que sin saber su verdadera relación con ciertos asuntos que él mismo enumera, como astrología, ocultismo, superstición, panteísmo, budismo y hasta cábala, es difícil profundizar en el significado de algunos pasajes de su literatura. La crítica se cuestiona: ¿creía Ramón en la resurrección de la carne o creía que creía? ¿O quería creer? Esa pregunta o una similar se hacen, cada quien por su lado, Paz y Martha Canfield. 
Al menos para el caso que nos interesa, una respuesta bastante rectilínea la ofrece el propio poeta: “Uno de los dogmas para mí más queridos, quizá mi paradigma, es el de la Resurrección de la carne”, dice con todas sus letras en la “Oración fúnebre” que dedica a su amigo Saturnino Herrán (Obras, pág. 305). Recordemos que al morir su padre, en fecha bastante temprana, había escrito que esperaba verlo con sus “pupilas de resucitado”. En aquel poema, que no siempre estuvo a la vista de los comentaristas, mencionaba el reencuentro anunciado en el libro del Apocalipsis:
Aquel buen ángel que guardó el sepulcro
de Jesucristo, y que miró extasiado
la tierra redimida, y a las santas mujeres
que buscaban al Amado,
las consoló, verá concluir su oficio
cuando el último Adán encuentre abiertos
los eternos lugares de Victoria
y no haya quien pregunte por sus muertos. 
El doctor José Molina Ayala, en su cubículo de la Universidad Nacional.
Foto: FF
Las referencias están perfectamente claras para cualquier creyente informado, como me asegura el doctor José Molina Ayala: “el ángel que guardó el sepulcro de Jesucristo” está en Mateo 28, 1-8 (“y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó de cielo y acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella”), y en Marcos 16, 1-8 (“un joven […] vestido de una túnica blanca”). Algo más complejo hay en la referencia al “último Adán”: puede ser Cristo mismo o sencillamente el último hombre. El asunto ha dado para diversas exégesis, pero quizás lo más importante sea que la estrofa de López Velarde señala hacia los versículos de Pablo sobre la resurrección, en los que dice entre otras cosas que “el último enemigo destruido será la muerte” (Primera carta a los corintios, 15, 26).
Ilustración de Fermín Revueltas del poema "El sueño de los guantes negros",
incluida en El son del corazón (1932).
Desde esa perspectiva, la boda imaginaria en el más allá ¿tiene realmente connotaciones necrofílicas? Un católico quizás diría que no: la vida apocalíptica que vivieron, según la frase de la penúltima estrofa,
Pero en la madrugada de mi sueño,
nuestras manos, en un circuito eterno
la vida apocalíptica vivieron
se refiere a que vivieron la vida de los resucitados. Un católico podría decir que el poema no habla del amor a la muerte sino a la vida, una vez que ha sido recuperada en el valle de Josafat. Recordemos que Paz dejaba abierta esa posibilidad: “Y ese amor, ¿es amor a la vida o a la muerte?”. 
Otro asunto es que López Velarde se complazca en las imágenes macabras que vienen con la muerte, como hizo en diversos lugares de su obra. (Algún amigo suyo recordó que ésa era una característica también de su personalidad: estaba aparentemente alegre y expansivo y de pronto se abismaba en honduras que le demudaban el rostro…)
Lector culto, conocedor de las Escrituras, empapado de un espíritu religioso como el que podría haber tenido Ramón, el doctor Molina Ayala me hace ver que “El sueño de los guantes negros” evoca, por la alusión al Mar Muerto, el episodio de Sodoma y Gomorra consignado en el Génesis, y sobre todo la visión del profeta Ezequiel que está en el libro bíblico de ese nombre.
Por supuesto que al mencionar Sodoma y Gomorra es imposible olvidar la discusión sobre si López Velarde tenía o no una enfermedad venérea que a partir de junio de 1991 enzarzó a lo largo de varios números de la revista Vuelta a Guillermo Sheridan y Gabriel Zaid, quienes luego publicaron sus argumentaciones por separado (Zaid: Tres poetas católicos, Océano, 1997; Sheridan: Una vida adicta, Tusquets, 2002). Aunque el poema haya sido escrito antes de mayo de 1920, es decir por lo menos un año antes de la muerte del poeta, ya sabemos que quedó inédito, lo que nos permite suponer que lo que entraña y evoca formó parte de sus preocupaciones hasta el final de su vida.
Guillermo Sheridan, autor de Un corazón adicto.
Los argumentos de Sheridan son bastante contundentes respecto a que Ramón bien pudo contagiarse de sífilis. Más allá de las abrumadoras estadísticas sobre la condición de las prostitutas de la ciudad de México en tiempos del poeta, más allá de sus recurrencias y costumbres personales, confirmadas suficientemente por él mismo y sus contemporáneos, y todavía más allá de la comentadísima prosa “La flor punitiva”, en la que López Velarde alude a alguna enfermedad de ese género, Sheridan aclaró una estrofa que había escapado a los especialistas y que parece dejar resuelto el asunto. 
Se trata de la alusión a una obra del dramaturgo francés Henry Lavedan que está en el poema “Ánima adoratriz”, en la que la referencia a la sífilis, una vez dilucidada, resulta bastante clara (Una vida adicta, pág. 311). De hecho, si en “El sueño de los guantes negros” no hubiera una alusión explícita al Apocalipsis, uno estaría tentado a pensar que hay algo en su atmósfera de la ciudad arrasada con azufre y fuego, como lo fue Sodoma por sus excesos y pecados: la posible circunstancia biográfica y la relación con el episodio del Génesis en un poeta acostumbrado a citar la Biblia, volcado en sí mismo y con frecuencia oscilante entre la carne y el arrepentimiento, parecería que embonan de manera exacta. (nota)

(Nota) Se antoja añadir al poema un detalle sumamente plástico que cuenta la Biblia: “mirando hacia Sodoma y Gomorra y toda la hoya, [Abraham] vio que salía de la tierra una humareda, como humareda de horno” (Génesis 19, 28-29).

______________________
La foto que abre este postes una edición de una fotografía de grupo de los colaboradores de la revista Pegaso. La imagen completa puede verse en la página 186 de Ramón López Velarde, Álbum, de Elisa García Barragán y Luis Mario Schneider, UNAM, México, 2000.

Tomo el retrato de Guillermo Sheridan de https://bit.ly/2PyLDRk, donde se publica sin crédito de autoría. Las fotos del primer ejemplar de Ni sombra de disturbio son mías; las publiqué en este mismo espacio cuando el libro acababa de publicarse. La foto que aparece debajo de esta nota es de mi hermano, José María Fernández Figueroa, y corresponde a la presentación de mi libro, en el Museo Tamayo, el 29 de abril de 2015. En el orden acostumbrado, aparecen en ella Marco Perilli, David Huerta, quien esto escribe, Luis Miguel Aguilar y Juan Villoro.

Más sobre Ni sombra de disturbio en este blog:
Fotos de la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
Una errata pertinaz, http://bit.ly/1R3E42m
La presentación en el Museo Tamayo,
http://bit.ly/1SvPw5I
Siete reseñas críticas, https://bit.ly/2LP9MB2



Cazadora (un poema de Oscuro escarabajo)

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A veces tengo la sensación de que le vendría bien un respiro a la Diana cazadora, con cuya escultura, ubicada a sólo unas calles de mi casa, convivo casi todos los días. Un respiro, quiero decir, que le permita abandonar siquiera unos minutos la rígida postura de flechadora de la estrella del norte con que fue capturada en bronce. Un día se lo dije por escrito. A continuación, un poema de Oscuro escarabajo, mi nuevo libro, que aparecerá a mediados del mes próximo bajo el sello de ediciones Monte Carmelo, del poeta y editor Francisco Magaña.

Cazadora
A Alberto Kalach

¿A poco, Diana,
       no has pensado
alguna vez abandonar un rato
la postura, relajar la torsión
y deponer el arco?

¿A poco no te gustaría
en alguna ocasión
renunciar a apuntar al septentrión
helado,
  y olvidarte, siquiera unos segundos,
de aquel vivir atada
a otear el cielo plúmbeo
de la ciudad?

¿A poco, dime, no sería
una gran idea,
    una tarde, aunque fuera,
aflojar la tensión de tus muslos de bronce,
bajar del pedestal
y echarte a andar,
          a solas o seguida
de tus galgos, hasta el vecino bosque
de Chapultepec?

¿A poco, dime,
     a poco no te encantaría
aspirar la amplitud
de los espacios verdes, y venir a perderte,
liberada y feliz,
     si no bajo el sagrado
muérdago o el fresno mágico,
entre los tepozanes
y los ahuehuetes?
___________________
Tomo la foto de Helvia Martínez Verdayes, modelo de la Diana cazadora, de https://bit.ly/2CKeHnz, donde se ofrece sin crédito de autoría. La foto de la Diana Cazadora de la ciudad de México, proviene de la Wikipedia, y es de jc_castaneda, como se indica en https://bit.ly/2x4U14b


Más sobre Oscuro escarabajo en este blog:

Más poemas en Siglo en la brisa:
Milagro en la playa, http://bit.ly/W7y222
Paloma y no, http://bit.ly/lKlTwP



Entrevista con La China Mendoza (1/2)

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Fotografías de Juan Miranda
Cuatro años antes de su muerte, un mediodía de primavera de 2014, María Luisa La China Mendoza me concedió una entrevista en el estudio de su casa de la colonia San Miguel Chapultepec de la ciudad de México. La conversación, que giró en torno a su paso por el periodismo, la literatura y la política, se mantuvo inédita hasta el pasado lunes, cuando la transmití en una emisión especial del programa radiofónico A Pie de Página del Instituto Mexicano de la Radio. Quiero dar las gracias a mis amigos Juan Miranda y Norma Yolanda Contla, compadres de La China Mendoza, quienes me llevaron por vez primera a su casa y volvieron conmigo unas semanas más tarde para hacer esta entrevista, en la cual la autora de las columnas La o por lo redondo y Trompo a la uña y de las novelas Con Él, conmigo, con nosotros tres y El perro de la escribana se expresó con libertad y desparpajo característicos sobre su vida y su obra. Entre otras cosas, como verá quien lea, La China habló del olvido al que la condenaron algunas de las mismas autoridades y los mismos amigos que luego se lamentaron ostensiblemente en público por su muerte, ocurrida a fines del pasado junio. La prueba irrefutable del desdén de sus colegas y sus contemporáneos es que prácticamente ninguno de sus libros se consigue en la actualidad. Esta entrevista, que publico ahora transcrita en este espacio en dos entregas consecutivas, es un testimonio de la manera sabia, riquísima, de legítimo sabor mexicano de expresarse de esta apasionada mujer, inolvidable y entrañable, que exploró con gracia los diversos ámbitos y registros de la lengua. Las fotografías que acompañan este post son de Juan Miranda.

—¿Tú crees que esté peor el periodismo que hace veinticinco años? 
—¿Ya me estás entrevistando?
—Ya puse la grabadora, pero… Yo digo que mientras más suelta sea la plática…
—Fíjate: yo estoy muy orgullosa de mi profesión. Siempre digo que de mi periodismo vengo y a mi periodismo voy. Yo soy esencialmente periodista, aunque no viva del periodismo en este momento porque me condenaron a sueldos de hambre. Soy de los menesterosos del periodismo. Y porque, además, ha ocurrido una cosa muy mala en el periodismo de mi país: que me ha desperdiciado. Formo parte de los desperdiciados. Habemos muchos desperdiciados. “Habemos” está mal dicho: hay muchos, y entre ellos estoy yo.
—¿Pero qué te hubiera gustado haber hecho para que no tuvieras esa sensación de desperdicio?
—Bueno, en primer lugar, no haber tenido esa tempestad literaria por escribir una novela, que fue lo que me arraigó a una silla de mi despacho, de mi cuarto de trabajo. Entonces, ya no tenía yo tiempo de hacer el periodismo que a mí me gusta, que es el de la calle, de la entrevista, de la investigación, de la hemeroteca. 
Todo eso que es tan bonito del periodismo. Y las mesas de redacción, las juntas de los periódicos. El afecto de los colegas, que es un afecto muy cálido, muy frutal, que no lo encuentras fácilmente entre los escritores, que son unos jijos de la tostada. Nunca te llegarán a querer como te quieren tus compañeros de profesión. Algunos, claro, tengo yo muchos enemigos también, desde luego, pero en general mi relación con ellos ha sido muy cálida. Y cuando estuve en la televisión también descubrí ese afecto de los compañeros televisivos. Ellos sienten que si tú haces bien el trabajo, para ellos bien, porque eso les favorece mucho, lo cual en la literatura no es así: puedes escribir una obra maestra, y siempre te ningunearán. Yo sí creo que en la literatura he sido otra desperdiciada. Y creo, todavía tengo la esperanza, de las correas que van a salir del cuero cuando yo me muera, pero eso ya no me interesa. Y a mi familia menos. A mi familia no le interesa lo que yo escribo ni nada, no le interesa nada. ¿Verdad que no te interesa? [pregunta a una sobrina suya, que está presente, quien contesta, riéndose:]
—No. Casi no leemos sus libros...
—A lo mejor te va a pasar eso que está pasando ahora con Ricardo Garibay, que fue ninguneado por el medio literario…
—En qué forma.
—… y ahora resulta que los más jóvenes, los que nunca lo leyeron [en vida de él], se dan cuenta de que fue un escritor genial, con una prosa extraordinaria.
—¡Qué manera de escribir! ¡Qué manera de escribir! Yo sí he escrito prólogos para sus libros, reproducciones de sus libros. Cuando estoy leyendo y levanto los ojos, así, en una frase genial, que levanto los ojos para relamerla, para olerla de nuevo la frase, quiere decir que es un genio. Eso me pasa con muy pocos… Con Proust, con Nabokov, con Jaime Sabines, con López Velarde... ¡Son los grandes escritores! Se te mete dentro una nube y explota, y sale mucha agua y te baña. ¡Ah, es una maravilla la literatura!
—¿Valió la pena, China, que sacrificaras lo que pudiste haber hecho en el periodismo por las novelas?
—Sí, sí, sí. Sí que valió la pena porque yo me he realizado mucho como escritora, estoy segura de lo que he hecho.
—Estás satisfecha como prosista.
—Absolutamente.
—Entonces por qué dices que también te sientes desperdiciada en el mundo de la literatura.
—¡Porque no me han dado el lugar que merezco! No faltaba más que me creyera yo también menos, ¿verdad? Porque todos los que nos representan en el mundo son Pedro, Juan y varios, ¡los mismos de siempre! A mí hace mucho que no me llaman a representar a mi país en Europa, en los congresos, en las ferias. Bueno, nunca he ido a la Feria de Guadalajara, es el colmo. 
—No lo puedo creer.
—Pues créelo. Todo el mundo dice el mismo. Y creo yo que ahora empeño en no ir, para seguir salvaguardando esa gran queja, esa, esa…
—…sí, como una especie de protesta.
— … de protesta. ¡Cómo es posible!
—A lo mejor eso tiene que ver con eso que llaman los académicos, la creación de un canon literario, y que a veces para crearlo hay consideraciones, bueno, políticas, hasta turísticas, y de pronto la calidad literaria a veces no está en ese canon.
—Probablemente, ¿verdad?
—Por qué, por ejemplo, Ibargüengoitia tiene tanto reconocimiento, y se habla tanto de él, pero de Garibay no, cuando Garibay es mejor escritor que Ibargüengoitia.
—Sí, qué barbaridad… No. Ricardo es un tema aparte en la literatura de México. Es uno de los (para que no seamos catequistas y decir “solamente él”), uno de los mejores escritores del siglo pasado de México. Su prosa no tiene comparación con ninguno de los demás escritores que deambulamos por el mundo en este momento… O que deambularon en el siglo pasado. Es de una contundencia… La casa que arde de noche es verdaderamente sensacional. ¡Qué hermosa, qué bien escrita! Par de reyes: ¡qué páginas de amor, de celos, de desierto, de incendios, de caballos, de borracheras…! Amén de todo su trabajo como periodista, que fue de primera. Su reproducción del habla de la gente… Eso no tiene comparación. Yo nunca me acuerdo, cuando estoy escribiendo, de cómo habla la gente. Yo invento que habla así, pero ése es mi derecho de escritora, pero él no, él reproducía exactamente hasta los pujidos. Fuimos a América del Sur y cuando íbamos en el avión empezó a hablar como chileno. Bueno, todo el avión se mataba de risa. ¡Era exacto! “¿No es cierto?”… “¿No es cierto?”, terminaba. “Señor, ¿quiere usted hacer el favor de poner los brazos en la espalda, derecho por favor, porque lo voy a fusilar, no es cierto?”
La China Mendoza, con su comadre y querida amiga Norma Yolanda Contla.
—Oye, China, ¿y cómo te sientes tú misma entre tus propios libros? ¿Cuál te parece tu mejor obra, la novela en la que tú te sientes mejor expresada?
—Todas me parecen extraordinarias, y perdón por la soberbia. No es verdad, no es a tal grado lo que parece. Es como mi cojera: se ve más que lo que es en verdad mi rotura de pierna. Creo que De ausencia es uno de los logros míos. Pero Fuimos es mucha gente creo que ha sido también muy desvisualizada, muy ignorada. Le han volteado la cara, y es una novela preciocísima.
—Entonces no has encontrado, digamos, el diálogo crítico que hubieras querido.
—No, no, para nada. Ni mucho menos.
—Porque además es difícil seguir trabajando si que tus colegas, de alguna forma…
—Al principio sí tuve mucha aceptación, y fue un trancazo. Pero fui caminando, sobresaliendo en el periodismo y empezaron a crecer los rechazos. Y luego, fui priista… Bueno, el acabose. Y fui diputada. ¡Lo nunca visto! Desde que entré a la televisión, fíjate, empezó el rechazo mayor. Nada más el único escritor que era un asiduo de la televisión era Salvador Novo, y después de Salvador Novo le seguí yo, trabajando en televisión, y eso fue muy mal visto. Bueno, ahora yo pregunto ¿qué escritor de la actualidad no ha pasado por la televisión? Nomás pregunto, ¿verdad?… Ricardo Garibay, que en paz descanse y que fue glorioso. Y qué te digo… no sé… 
—Arreola, ¿no?
—Arreola, que fue deslumbrante en la televisión. Todos, todos han pasado en su momento por la televisión.
—Quizá a lo mejor fue más gravoso tu paso por la política y tu priismo, que tu presencia en la televisión.
—En principio, fue la televisión, luego siguió la política y sobre todo la política protagónica, como es el caso de ser diputada federal. ¡Pero cómo iba yo a decir que no, si yo me crié entre políticos, yo soy guanajuatense! Los guanajuatenses hicimos la Independencia, somos conspiradores de naturaleza. ¡Cómo iba yo decir que no! Que me estuvieron oteando, me echaron el pial, como dicen en mi tierra. Bruta sería… 
Mi padre fue diputado en Guanajuato dos veces, fue dos veces presidente municipal, fue presidente de la Suprema Corte… ¿cómo se llama en Guanajuato la Suprema Corte? No me acuerdo. Bueno, como se llame… Lo correspondiente. Presidente de la Suprema Corte. Fue un hombre con una gran trascendencia política. Fue desde luego un hombre muy importante. Y así nos lo hizo saber a nosotros, así lo vivimos pues. Entonces, la política se desayunaba, se comía y se merendaba en mi casa. El otro día leía yo a Octavio Paz, que decía que su abuelo Irineo, cuando contaban las batallas, las batallas de no sé dónde de la Revolución y demás, era tan vivo, tan vívido lo que él contaba, que el mantel olía a pólvora. ¡Es una belleza! Bueno, pues yo viví, yo comí, desayuné y merendé en manteles que olían a pólvora. Pues mi papá era de Celaya, pues imagínate que allí Álvaro Obregón, pos era la papa, ¿verdad? Y las batallas, y te contaban cómo, la forma. Y tú lo oías deslumbrada. La Revolución fue para mí como si fuera una fiesta de familia, o un duelo de familia. Una cosa muy cercana. Por eso me siento yo tan mexicana… Yo nunca he estado avergonzada de ser mexicana. O que dijera yo: “chin… si yo fuera Susan Sontag”, tú verías como yo tendría en este momento un lugar desarrolladísimo en la literatura y en el periodismo, porque era Susan… Es más, pero fíjate que no.
—¿Pero te dejó a ti alguna satisfacción el ser política, más allá de que te costó…?
—¡Ah, claro! No hubo un instante... Siempre digo que es el gajo de una mandarina helada que yo me llevé a la boca con más placer, y lo saboreé con más placer. No ¡pero cómo puedes comparar la diputación con un gajo de mandarina! Sí, la comparo. En primer lugar me sentí realizada, me sentí respetada, me sentí joven y mujer… Me sentí coqueteada, me sentí... Bueno, casi lo puedo decir, que deseada. Fue muy hermoso. Y además, con esa cosa que da el fuero, no para que asaltes ni para que robes dinero, sino para que te sientas defendida de mí misma. Yo siempre he necesitado un hombre que me defienda, y casi nunca lo he tenido. Han sido temporadas chiquitititas. Nadie se la quiere jugar por mí, y la Diputación sí se la jugó por mí, el PRI, el Partido se la jugó por mí, desde que hice la campaña en Guanajuato. La gente que me cuidaba, la gente que me sostenía, la gente que me mandaban del Partido para que viera también cómo iba caminando… Mis discursos, el respeto que me empezaron a tener los demás políticos. ¡Ay, por favor! ¡Cómo no! Fue una satisfacción enorme. Si la vida me volviera a dar la posibilidad de volver a vivir la vida, y me dijeran: “¿qué quieres ser: periodista, escritora… o diputada?”, yo diría: “Diputada. Y senadora”.
—Es que ya ves que hay esa tradición muy del siglo XX, de que no puedes meterte a la política porque eso significaría que entonces ya no vas a poder hacer la crítica del poder. Supongo que ésa es la confusión que se puede criticar a un escritor que toma el gancho de la política: es decir, que está ya en el poder y entonces ya no puede criticar al poder, que casi en esencia tiende a la maldad…
—En cierto sentido sí hay una cierta razón, porque dentro de la política tú tienes una lealtad a tu partido, y hay muchas cosas que hay que atacarlas, pero con inteligencia, con sentido del tamaño de lo que vas a criticar y qué vas a criticar. Yo he pasado la vida, en mi estilo, criticando al gobierno, incluyendo el tiempo de diputada. Bueno, pero es que yo también traigo toda la caminata del periodismo. Yo crecí como mujer, como ser humano  dentro de la política… No sólo crecí de niña en la política, como pueblerina, como provinciana... 
Cuando fui mujer, me casé con dos periodistas, y entonces en mi casa pues se hablaba de periodismo. Mis amigos son periodistas, o eran en aquella época. Mis compadrazgos son con periodistas. Yo tengo nada más dos compadres y dos comadres, y todos son periodistas. Cómo voy a no tener la respiración periodística. Por eso estoy tan orgullosa y por eso me gusta tanto. Y por eso me hiere cuando no me consideran como periodista. Acabo de empezar a leer un libro que escribe Socorro Díaz, periodista. Llegó al periódico El Día cuando yo estaba subdirigiendo El Gallo Ilustrado, con Alberto Beltrán, y luego Enrique Ramírez y Ramírez me dio la posibilidad de dirigir Fin de Semana yo solita. Amén de que tenía toda la fuente de la literatura, de la pintura, de la música, etcétera, y me empecé a hacer muy sobresaliente en todo lo que sea cultura, dentro del periodismo. Entonces, cuando yo fui diputada, seguí teniendo yo el mismo fuelle respiratorio que cuando era nada más así, observadora, o alumna de Filosofía y Letras, o desvelada con mi grupo de amigos, bebiendo la copa y coqueteando en aquellas redes sexuales tan hermosas que había cuando era uno jovencito.
—¿Cómo? ¿Redes sexuales?
—Redes sexuales. Sí.
—¿A qué te refieres?
—Ahorita te lo explico. 

(La segunda parte de esta conversación aparecerá en este mismo espacio la próxima semana.)
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Todas las fotos que acompañan este post son de Juan Miranda.

Foto: Juan Miranda
Más sobre Juan Miranda en Siglo en la brisa
Un retrato de Rulfo en Viceversahttps://bit.ly/2lYMqOM
Octavio Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s
Maestro de fotógrafos ciegos, https://bit.ly/2OgOQot
Contra la fotografía de paisaje (portada), http://bit.ly/1BwLVfM

Más entrevistas en este blog:
A José de la Colina, https://bit.ly/2Obpjgl
A Gerardo Deniz, https://bit.ly/2MorbRq
A Yolanda Pantin, https://bit.ly/2Nz75sl
A Federico Álvarez, https://bit.ly/2M5THMo




La China Mendoza, entrevista (2/2)

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Fotografías de Juan Miranda
La semana pasada publiqué en este espacio la primera parte de la charla grabada de poco más de una hora que mantuve con María Luisa La China Mendoza cuatro años antes de su muerte (ocurrida en junio pasado). La entrevista, que giró en torno a su visión de su propia vida y su obra, se mantuvo inédita hasta el pasado lunes 17 de septiembre, cuando fue transmitida en forma de emisión especial del programa radiofónico que conduzco. Como conté hace ocho días, la conversación transcurrió en su casa de la colonia San Miguel Chapultepec, en presencia de sus amigos Juan Miranda y Norma Yolanda Contla. Las fotos son de él, y fueron hechas aquel mismo día y durante una visita anterior.

—Cuando yo fui diputada, seguí teniendo el mismo fuelle respiratorio que cuando era nada más así, observadora, o alumna de Filosofía y Letras, o desvelada con mi grupo de amigos, bebiendo la copa y coqueteando en aquellas redes sexuales tan hermosas que había cuando era uno jovencito.
—¿Cómo? ¿Redes sexuales?
—Redes sexuales. Sí.
—¿A qué te refieres?
—Ahorita te lo explico. Eso se lo dije un día a Carlos Fuentes. Fui a una fiesta a su casa, ya Carlos viejón. Yo también y todos los demás, ya eran viejones. Fuimos amigos desde la adolescencia. Estuve sentada, tomé la copa, cené, platicamos, pero todo era como calmo, como apagado, ni siquiera era vibrante de política y de discusión. Todo era así, aguado, pues. Yo le dije: “Carlos, tengo que decirte mi observación. Hacía mucho que yo no venía al grupo. Para mí ha sido muy impresionante ver qué poco jóvenes y llenos de vigor estamos”. “¡Ay, pero por qué lo dices?”, porque Carlos Fuentes siempre creyó que tenía como veinte años, ¿verdad? Le dije: “Porque antiguamente estábamos sentados el mismo grupo, estábamos platicando, lo que tú quieras, pero tú ya estabas enlazándote con el muchacho que estaba enfrente, y el que estaba junto ya estaba enlazándose con la que estaba de más acá. Podíamos estar casados, viudos, divorciados, todos seguíamos tejiendo un tejido sexual, una telaraña en el ambiente, que era tan excitante… La copa se te subía más, el sabor de las enchiladas era más fuerte, la música era formidable, bailábamos como locos. ¡No nos cansábamos nunca! Y regresábamos a nuestras camas en un estado de indefensión, porque te habías dado plenamente con el amigo que estaba enfrente de ti, nada más coqueteándote. No llegábamos a mayores. Fuimos un grupo muy puro, muy temeroso. Bueno, pues era la época en que el sexo siempre daba mucho miedo porque no había ni pastillas ni un demonio. Entonces siempre íbamos como ángeles poseídos del deseo, pero sin llegar a nada. Bueno, pues toda aquella sensación de tejido sexual, que tenías que hacer así para caminar para tomar o a que te repitieran las enchiladas se había perdido. Todos estaban serios…
—¿Y qué te contestó?
—Se rió, se rió mucho. Y dijo: “No, pues tienes tenía razón”.
—Pues lo que me cuentas confirma que tu mundo es el periodismo y es la literatura mucho más que la política, pero la política en este país marca con fuego, ¿no?
—Sí, a mí me marcó…
—En el mundo de los intelectuales, los artistas, a uno que anda con los políticos se lo cobran, ¿no? Está vendido…
—Ya está vendido. Pero a mí, pues para nada… Ora sí que pos cuícuiri, fíjate, yo nunca me vendí. Yo no tengo precio. Pero también porque así me enseñaron en mi casa, mis padres. Así me enseñaron mis directores de periódico y mis compañeros. Mis esposos, como si hubiera tenido una caterva… Yo tuve dos esposos, periodistas honradísimos, impecables y diamantinos. Entonces, pues así soy también, no faltaba más.
—Impecable y diamantino, como dice López Velarde. En ese mismo orden de adjetivos.
—Sí, impecables y diamantinos.
—Oye, China, ¿y encuentra uno la felicidad en el matrimonio?
—¡Ay, sí! A mí me encanta casarme, francamente. Me gusta mucho, creo es una situación ideal, la del matrimonio. Tener un compañero, un hombre que sabes que va a llegar a tu casa a comer contigo. ¡O a pelearse, no importa! Y que sabes que en la noche se va a desvestir delante de ti, ¡lo cual es un placer inaudito! Se va a acostar junto de ti, a dormir junto de ti, y va a despertar a tu lado. Y todo eso lleva implícito una protección, que yo siempre he necesitado la protección de mi padre. Que me proteja, que decida por mí, que pague la renta, que me lleve a pasear, que en los hoteles él arregle todo lo que hay que arreglar en el escritorio, en el desk como dicen en los hoteles. Y en fin, todo eso precioso del compañero sí me hace mucha falta.
—Pero ¿por dónde se rompe el matrimonio? ¿Qué es lo que hay que cuidar para que no se rompa el amor?
—Yo creo que la frivolidad masculina, el machismo masculino, que es un hecho en México. Pues bueno, ni modo, así es. Y el ojo bravo del hombre. El lingui-li-lingui. No puede pasar una señora… Y se va sus ojos tras sus traseros y tras sus piernotas. Llega un momento en que se va tras de ella completamente, y se rompió el matrimonio. Porque nosotros fuimos educadas con una necedad de dignidad, que tampoco ya no se usa, pero qué lata… No puedes perdonar. Porque así te enseñaron también, oye. Yo a veces pienso: me podría haber hecho guaje. Y yo seguiría casada, desde mi primer precioso esposo… Seguría siendo la señora Deschamps.
—Tienes buena relación con ellos, ¿no? Los dos viven ¿verdad, China? Te llevas bien con ellos.
—Sí. Tengo buena relación… pero de lejecitos. Porque a mí no se me olvida, acuérdarte. Eso no se te olvida. La piel no olvida. Los ojos que lloraron no olvidan la dignidad ofendida. Yo siempre decía: “¡Bueno, pero ponme los cuernos con Rosario Castellanos, por el amor de Dios… con alguien que valga la pena, no con esta liendruda… Por favor. O con esta engargoladora, ¿cómo es posible?” ¡Qué humillación! Pues eso no se olvida…
—Oye, China, no tuviste hijos.
—No. Tuve muchos perros. También no tuve tiempo. Y no tuve tiempo por el matrimonio, por el periodismo. Si yo hubiera dejado de trabajar nueve meses, pues no sé cómo hubiera caminado la casa, porque nosotros vivíamos de lo que él ganaba y de lo que yo ganaba. Y entonces juntábamos los dos pobres sueldos y podíamos darnos lujos pequeños hasta de restoranes, que yo ya no me doy. Y a mí me encanta ir a comer a los restoranes. Pues no, no me doy… Bueno, si me invitan, sí… Ah, te digo que acabo de leer un libro que escribió Socorro Díaz sobre Enrique Ramírez y Ramírez, que fue el director del periódico El Día, otra de las picas en Flandes de mi vida… Cuando yo fundé El Día, como fundadora fundadora, realicé uno de los grandes hechos de mi vida periodística, de mi vida real de ser humano. Dirigí mucho, aprendí mucho. Mi primer viaje como enviada especial, me mandó Ramírez y Ramírez a Nueva York, a la Feria Mundial… Fue maravilloso. Luego me mandaron a diferentes partes del mundo. Empecé a salir de mi pequeño establo, donde yo namás tomaba mi agüita y mis hierbitas, ¿verdad?, como burrito. Y fue fantástico… Entonces, Socorro Díaz escribió un libro muy interesante, de la historia de Enrique Ramírez y Ramírez. Y en ese libro están los fundadores, la gente que dirigió… No lo he acabado de leer, por eso no puedo pelearme plenamente, pero hay una foto maravillosa en donde está el director rodeado de periodistas, incluyendo un señor que fue rector de la universidad en Argentina. Están Beltrán y mi adorado Dorantes. Y, en fin, gente muy, muy importante del periódico. Como cinco hombres, y yo. Y yo traigo un traje Chanel que todavía le suspiro porque era maravilla. Y en el pie de grabado, yo no existo. No sabes cómo...
—Hay que reclamárselo a Socorro, ¿no?
—No, no sé si se lo diga alguna vez… No. Pero me dolió tanto... Dije: “¡Ándale, otra lección de humildad!” ¡Sin ningún derecho! ¡Pero cómo! Pero si yo fui la maravilla en el periódico. ¡Si todo el tiempo que estuve en el periódico fue triunfo tras triunfo! ¿Y por qué me salí? Porque me empezaron a tratar muy mal porque yo andaba con Edmundo, y eso les molestó muchísimo. Y entonces tuvimos que renunciar los dos. Pero fue una renuncia muy digna, no nos dieron un centavo, nunca hicimos molestia ni hicimos escándalo ni mucho menos. Y sale la fotografía más importante, por ahí anda, ahorita te la enseño, están todos muy serios y a mí no me dan el crédito. Eso es un poco la historia de mi vida, ¿eh?
—Entonces tus novelas no han tenido...
—Pues sí, sí tienen muy buena acogida, pero como que no trascienden, porque… Bueno, yo creo que los premios ya están comprometidos. Ya no hay…
—Sí, pues es un juego ahí, es un mecanismo, ¿no?, y más ahora que todo es comercial…
—Y los boletos de avión están ya repartidos también. Y el pago de los hoteles en el extranjero, ya está repartido. Ya no hay para mí, ya se acabó. Además, no se te olvide que yo adolezco de una falla tremenda en este país nuestro que yo adoro: soy mujer.
—Ahora, eso ha cambiado, ¿no? En los últimos años, no es lo mismo que hace medio siglo, ¿no?
—Bueno, sí ha cambiado porque en el periodismo hay muy buenas periodistas. Han sobresalido las mujeres de muchas maneras, ¿eh?, a pesar de que siguen siendo muy solemnonas. Como lagartos parados. ¿A poco no? Y yo no, yo tengo mucho sentido del humor, me burlo mucho de mí misma, me uso mucho para hacer reír a los demás. Pero desde luego hay directoras, hay muy buenas novelistas o reporteras o cronistas, o lo que tú quieras y mandes. No se le puede negar la preponderancia a Elena Poniatowska, ¿verdad?, como la tuvo Rosa Castro, cuando vivía y era la hermosa venezolana periodista que triunfaba en México; como lo era Magdalena Mondragón, una gran periodista mexicana; como fue la doctora Chapa. En fin. Hubo grandes periodistas a lo largo de la historia del periodismo en México y sigue habiéndolas ahora en este tiempo. No me preguntes quiénes, porque no soy capaz de hacerte una lista, pero sí te digo que como periodismo en general, ha sido magnífico conforme pasa el tiempo. Yo leo todos los periódicos con una felicidad y una dicha… Me encanta leer periódicos. No sé cómo hay gente a la que no le interesa el periódico. ¡Pero cómo! ¡Quién…! Ya te imaginarás que miento madres cuando está mal escrito algo. Vuelvo a leer la frase: ¿qué es lo que este desgraciado me quiso decir?
—Por qué será que algunos de tus colegas te desprecian, si tú fuiste quien…
—Ah, no, pues se les olvida. Hablan de todos los importantes en México menos de mí. Hablan de periodismo, pero no aparezco, ¡no me dan crédito! ¡Qué coraje! ¿Por qué? ¡Con qué derecho si me he roto las manos trabajando! … Qué cosa… ¡Pero qué pasa, por qué me ningunean! ¿Están esperando a que yo me muera para…? Yo no soy Ricardo Garibay, con esa obra literaria maravillosa. Y también me han negado mucho de la obra periodística. Claro que mis columnas son preciosas, pero no son tomadas en cuenta como periodismo. Claro que yo me paro en un foro, y hago reír hasta al boletero. Se hacen pipí de risa. Les devuelvo la alegría. Les regalo mi experiencia de mi grupo de inteligentes, que es maravilloso, yo vengo de la inteligencia… Les regalo el humor negro de mi familia. Me he criado entre políticos, pero me he criado entre reidores, entre palabras inteligentes, de risa loca. Eso no me lo perdonan…
—Y dime algo, ¿tus libros se consiguen?
—No…
—¿Ninguno?
—No, no, ni uno de jodida… Si yo fuera Susan Sontag. O de perdida Elena Poniatowska, ¿no?
—¿Y tienes todavía algún proyecto literario, alguna novela, algunos cuentos?
—No.
—¿No se te quedó en el tintero algo?
—No. Acabaron conmigo.
—Pero yo te veo muy bien. Te veo guapa, te veo fuerte...
—Sobreviviente soy del horror.
—¿Eres de 1930, verdad?
—Sí. Yo creo que soy sobreviviente. Todos mis amigos ya se murieron, todas mis primas hermanas ya se murieron. Ya la casa de Guanajuato no existe. Ya nada. Pero, bueno, sigo viviendo y… Ayer vino Kena a comer aquí, con Lorenza.
—¿Kena Moreno?
—Sí. Entonces estaban hablando mal de los hombres, que una mierda, y esto y lo otro… Dijo Lorenza: “Bueno, pues aquí La China es la única que todavía tiene muchas ganas de tener que ver con los hombres”. “¡Ay –yo dije–, pero pues si estoy viva!” Yo adentro sigo siendo la muchacha de veinte años. Yo veo los muchachos en la televisión, y ¡pero, ay, pero qué guapura! Ay, que este muchacho estuviera aquí sentado junto a mi cama platicando conmigo, qué delicia. ¡Estoy viva! Porque éstas no, fíjate. ¡Los odian, los odian a los hombres! Qué cosa, ¿no?
—Pero estás sensacional, China, estás muy bien, ¿eh? Estás sensacional. Guapa, joven, llena de luz. Y en esta casa, llena de luz, y en este precioso lugar que estás aquí defendiendo como debe de ser.
—Porque estoy viva, estoy joven…
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Todas las fotos que acompañan este post son de Juan Miranda


Foto: Juan Miranda
Más sobre Juan Miranda en Siglo en la brisa
Un retrato de Rulfo en Viceversa, https://bit.ly/2lYMqOM
Contra la fotografía de paisaje (portada), http://bit.ly/1BwLVfM
Octavio Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s
Maestro de fotógrafos ciegos, https://bit.ly/2OgOQot



Más entrevistas en este blog:
A José de la Colina, https://bit.ly/2Obpjgl
A Gerardo Deniz, https://bit.ly/2MorbRq
A Yolanda Pantin, https://bit.ly/2Nz75sl
A Federico Álvarez, https://bit.ly/2M5THMo


La Casa de la Cascada

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El pasado jueves 20 de septiembre tuve la grandísima fortuna de conocer la Fallingwater House (1935-1938) de Frank Lloyd Wright. La cantidad de ideas y emociones que provoca la visita a una de las casas más justamente célebres del siglo XX, no cabría en esta página. 
Como la cosa da para escribir largamente, me limito a publicar una pequeña selección entresacada de las muchas fotografías que mi compañera de viaje, la arquitecta Margarita Flores, maestra de la Universidad Iberoamericana, y yo, hicimos durante las dos horas y media que duró nuestra permanencia en la casa y su entorno. Me apresuro a hacerlo porque he visto que si no dejo rastro de algunas experiencias por lo menos en este blog, a veces tengo la sensación de que ni siquiera ocurrieron para mí. Con tristeza veo que todo lo que quisiera decir ha quedado en el tintero; me consuelo diciéndome que volveré próximamente al tema.
Un vistazo al Bear Run, afluente del río Youghiogheny, en el estado de Pensilvania, poco antes de alcanzar la Casa de la Cascada.

El trabajo con la piedra de Wright imita las lajas naturales de las márgenes del río Bear Run.

El respeto del entorno, característico de la obra de madurez de Wright, llega al extremo conmovedor de plegarse a todos los elementos del sitio.

El arquitecto norteamericano diseña integralmente la casa, incluido el mobiliario y las estanterías. La belleza y la armonía de la línea recta, expresión rectora de la Casa de la Cascada, se proyecta también en los trazos la sala principal.

Una suerte de compuerta en la estancia principal, esto es en el corazón mismo de la casa, se abre para descender al remanso que crea el Bear Run antes de precipitarse a los pies mismos de la Casa de la Cascada. No es ése su único objetivo: sirve también para crear una corriente de aire que ventila la casa y la refresca en los días de más calor.

Los principales objetivos de la estética del arte moderno se reflejan también en la segunda sala de la estancia principal. Sin olvidar nunca que los espacios tienen la función de su habitación (y su gozo), Wright traza las líneas con un gusto perfecto, que no ha envejecido ni un solo día.

El tema de la biblioteca incorporada a la escalera; al parecer, este detalle fue una petición expresa de la familia Kauffman, propietaria de la casa.

El baño carece de ese espejo protagónico que se ha instalado con arrogancia y sin discusión en nuestras casas, lo que cede el papel principal al entorno que se filtra a través de las ventanas, con una luz tamizada por el efecto de las plantas de las macetas.

La vista exterior de la escalera que baja del nivel superior de la casa a una de las terrazas transmite de nuevo los valores de la geometría desarrollada con elegancia e imaginación, como una forma de entendimiento espacial.

Esta imagen y la que sigue pertenecen a la estancia de la casa de invitados, que ocupa el espacio superior de la casa, y a la cual se llega por una escalera que sigue los accidentes ascendentes del terreno.

Vista contraria de la anterior. La estantería, la luz indirecta proyectada desde la parte superior y las líneas contrapuestas de la piedra en el muro y la celosía de madera hacen que la experiencia sea rica en sensaciones complementarias.

Una pileta, que juega a reflejar el verde imperante, yace a un lado de la casa de visitas.

La casa vista desde el lado del acceso. La línea recta, rectora de la casa, distribuye el espacio con generosidad y amplitud características. Nótese la escalera que baja al remanso del Bear Run, vista desde fuera.

La magnificencia y la extraordinaria serenidad de una obra maestra prácticamente posada sobre el agua.



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Carlos Mijares, detalle. Foto: Martirene Alcántara
Las fotos que conforman este postson mías y de Margarita Flores. 

Más sobre arquitectura en este blog:
A las vueltas con Vladimir Kaspé, https://bit.ly/2NNrL0y
Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB
La obra maestra de Carlos Mijares, http://bit.ly/1pVjqTH
Dos cabañas frente al mar, https://bit.ly/2trBai5
Atlatlauhcan, http://bit.ly/25jBsUq


Alcira

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El Museo de Arte Contemporáneo de la UNAM, el MUAC, presenta actualmente una muestra sobre Alcira Soust, un personaje de la Facultad de Filosofía y Letras de mis tiempos a la que yo conocí y con la que hablé en más de una ocasión. Dejé constancia de ello en mi libro Contra la fotografía de paisaje, en el capítulo dedicado a Los detectives salvajes. Tomo de mi libro la siguiente página, un retrato de la extraña y polémica mujer de carne y hueso que inspiró a Roberto Bolaño la creación del personaje Auxilio Lacouture de la más conocida de sus novelas.

Alcira
En su novela Amuleto, Roberto Bolaño se ocupa de la poeta uruguaya Alcira Soust, un personaje muy conocido en la Facultad de Filosofía y Letras en los años setentas y ochentas, que si no me equivoco apareció por vez primera bajo el nombre de Auxilio Lacouture en Los detectives salvajes. De ella se contaba un singular episodio, en el que Bolaño se basó para la construcción de su personaje: en 1968, cuando el Ejército violó la autonomía de la Universidad Nacional y ocupó Ciudad Universitaria, se encerró en unos baños y ahí se mantuvo mientras duró la presencia de los militares en el campus, viviendo sólo de agua. Como muchos de quienes pasamos por la Facultad por aquellos años, la conocí y hablé algunas veces con ella. 
La recuerdo como si la hubiera visto esta misma mañana: más bien alta, de pelo casi completamente blanco, con fleco y dos largas trenzas, invariablemente vestida de huipil, pantalones de mezclilla y huaraches. Allá por 1983 tenía el rostro muy arrugado y le faltaban los dientes, por lo que tenía la mueca de todos los desdentados, con los labios hundidos en el hueco desprotegido de la boca. Iba por los pasillos de la Facultad invitando nerviosamente a las más variadas actividades relacionadas casi siempre con la poesía, presentaciones editoriales, escenificaciones y lecturas, para lo cual repartía todo género de volantes que entregaba después de mojarse la punta de los dedos en la lengua. 
Cuando hablaba, cosa que le encantaba hacer con todo el que podía, se cubría la boca con la mano, como si le diera vergüenza enseñar las encías desnudas o se dispusiera a hacer revelaciones que nadie sino su interlocutor podía oír. Sobre todo hacía denuncias de las más diversas autoridades, nacionales e internacionales, gubernamentales o universitarias, de la rectoría o de Filosofía y Letras, para lo cual también se servía de interminables materiales impresos. 
Cuando estaba más nerviosa de lo común, volvía a un tema que la atormentaba: según ella, había un plan para llevársela de la Facultad, quizás para recluirla en un sanatorio o un manicomio, cosa que decía posando los ojos en la distancia, por arriba de que quien la escuchaba aun interesadamente, con una mirada siempre un poco vidriosa y en trance. Ésa era Alcira. Un día ya no la volví a ver por allí. La persona de carne y hueso era, a su modo, poética, y poético resulta el personaje de Bolaño: “Yo tuve sueños, no pesadillas, sueños musicales, sueños de preguntas transparentes, sueños de aviones esbeltos y seguros que cruzaban Latinoamérica de punta a punta por un brillante y frío cielo azul” (pág. 197).

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Foto: Juan Miranda
Las fotos que ilustran este post fueron tomadas de la página de Facebook dedicada a la memoria de Alcira Soust. 

Más sobre Contra la fotografía de paisaje en este blog:
Resumen de su contenido, http://bit.ly/1HzF8oV
Por qué el título, http://bit.ly/1xS2jpo
La presentación (abril de 2015), https://bit.ly/2BbUohR
Una reseña (dos veces) generosa, http://bit.ly/1MLwY1V
La foto de portada, http://bit.ly/1BwLVfM




Imprenta

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La imprenta está en Privada de Doctor Márquez, una callecita de una sola cuadra de la Colonia Doctores, paralela a Vértiz, especialmente atormentada por los baches; se le reconoce a simple vista, aun desde el cabo de la calle, porque su entrada está debajo de un gran ficus que se alza con autoridad sobre la banqueta, progresa con imaginación espacial ascendente y acaba inclinándose, por obra de su follaje y su peso, sobre el arroyo de la calle, conformando sobre ella una masa verde inusitada para aquel barrio más bien áspero de la ciudad. 
El impresor Marco Vinicio Barrera.
Durante el día, Marco Vinicio Barrera, el propietario de la imprenta, se rodea de sus empleados, con los que trabaja sin formalidades, de tú a tú. Va y viene; entra y sale; recibe llamadas y personas. Cualquier cosa representa un buen pretexto para saltar del sillón donde transcurre la charla: solicitar ejemplares de los libros que a través de los años ha hecho incansablemente a un amigo en común; pedir una llamada que viene a cuento; mostrar este o aquel ejemplar de cierta edición agotada.
En la misma manzana, pero del lado otro, quiero decir sobre Vértiz, hay un Lumen, lo que hace que la cita en la imprenta pueda incluir una visita a la bodega de aquella tienda en donde el impresor es recibido con respeto (y acaso con un poco de temor), para escoger los papeles, sacarlos a la luz con el propósito de confirmar el tono exacto de sus colores, palparlos. 
Primera capilla de Oscuro escarabajo.
Si uno consigue que se siente un momento, Marco Vinicio Barrera lo hace en su despacho de paredes colmadas de pinturas y conversa entonces sobre otros amigos comunes, cuenta incansablemente anécdotas, saca a colación relaciones escondidas entre todo género de personas y asuntos. 
La imprenta donde se hace la portada de mi libro.
Más tarde, cuando acaba la jornada y se retiran sus trabajadores (ayudante de la dirección, diseñador gráfico, maestros talleristas, etc.), se recluye en los espacios colmados de pinturas y plantas que, arriba de la imprenta, se despliegan generosamente (quiero decir los espacios, pero también las plantas y los cuadros), y entonces, al menos por unas horas, se convierte en el único habitante de aquella casa donde por el día resuenan rítmicamente las máquinas impresoras y por la noche velan los espíritus de la reproducción en serie.
Primera prueba de color de la portada de Oscuro escarabajo.
Aunque lo vi en persona por vez primera hace apenas unas semanas, Marco Vinicio Barrera es un viejo conocido para mí: y es que dos queridos amigos míos, ambos editores de primera, Marco Perilli (antes AUIEO, ahora La Mano Andante) y Miguel Ángel de la Calleja (Parentalia), son amigos y clientes suyos. 
Ni sombra de disturbio. Auieo/Conaculta, 2014.
Pero lo que hace especial la amistad de esos dos amigos míos con Marco Vinicio Barrera, o lo que hace que esa amistad sea tan especial para mí, es que dos libros míos editados por ellos han salido de las prensas de Estampa Artes Gráficas, que es como se llama su imprenta. 
El ciclismo y los clásicos,
Parentalia, 2012.
Me refiero a la segunda edición de mi plaquette El ciclismo y los clásicos, aparecida en 2012, y Ni sombra de disturbio, mi libro de ensayos sobre López Velarde, que vio la luz dos años después. Así, cuando entro al taller de Marco Vinicio Barrera, tengo la extraña sensación de que ya he estado en ese lugar. Lo hago esta mañana de lunes porque vengo a ver la prueba de portada de Oscuro escarabajo, mi nuevo libro de poemas, cuya impresión me ha encomendado mi editor, Francisco Magaña. Los pliegos del libro han sido ya impresos y sólo falta la portada para irse todo a cosido y pegado. No es mi primera visita de hoy; antes este mismo día estuve ya aquí, cuando vine por la mañana a ver papeles para decidir el color de las guardas que va a llevar el libro, siguiendo siempre los lineamientos de Ediciones Monte Carmelo, el sello con el cual Oscuro escarabajo va a empezar a circular a principios del mes próximo. Este postno quiere otra cosa que agradecer a Francisco Magaña, que me ha abierto las puertas de su editorial y me ha tenido la confianza de dejar en mis manos la supervisión de cuanto ocurra en la imprenta, y al impresor Marco Vinicio Barrera, quien ha trabajado en mi nueva colección de poemas con amor a los libros y culto a la amistad.
Los pliegos de Oscuro escarabajo, recién impresos y armados ya en ejemplares independientes, listos para irse a cosido y encuadernado.
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Las fotos que conforman este post son mías; fueron hechas en octubre de 2018.

Más sobre Oscuro escarabajo en este blog:


Boda civil

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Por esos días, cuando Santos entró en una etapa de difícil discernimiento respecto a lo que pasaba en su interior, lo que a la larga sería irreversible, se casó mi hermana Covadonga, quien quiso que él fuera testigo de la ceremonia civil. Mi abuela se puso muy nerviosa: Santos ya no estaba para aquellos trotes. 
Santos, ca. 2000. Foto: José Luis
Fernández Tolhurst. 
Lo más posible era que, una vez delante del libro de actas, se le olvidara para qué había ido hasta allí y no supiera qué hacer. Se convino en que yo lo acompañaría. Durante los días que precedieron a la boda, ella le dijo todas las veces que pudo: “Vas y pones: ‘S. Fernández’, ‘S. Fernández’, como firmas siempre”. Por si fuera poco, todas las tardes lo sentó un rato a la mesa del comedor y lo hizo firmar una y otra vez en una hoja en blanco. A pesar de aquellos preparativos, a Fernanda nunca le hizo ninguna gracia la idea.
Fernanda, ca. 2002. Foto: FF
Llegó la boda. Estábamos alrededor de los desposados cuando llegó su turno y lo llamaron. Le ofrecí el brazo. De camino hacia la mesa improvisada como oficina del registro público, cuando nos acercábamos al lugar donde estaba el juez extendiéndonos una pluma, todavía oí a Fernanda decirle, con insistencia, por lo bajo: “Pon como pones siempre: ¡‘S. Fernández’!, ¡‘S. Fernández’!”. Nerviosísima ante lo que pudiera suceder, le temblaba como nunca la cabeza. Ya allí, Santos se soltó de mi brazo. Tomó la pluma. Le quitó la tapa. La acercó al libro de actas.
Santos firma como testigo en la boda de mi hermana Covadonga.
Casino Español de la Ciudad de México, 18 de marzo de 1995.
A continuación escribió, con morosa parsimonia y elegante grafía, largamente como no había hecho nunca, con sus dos nombres y sus dos apellidos: “Santos Maximino Fernández Bueno”. Me miró, y me guiñó un ojo.

(Este texto es una página de mi libro Oriundos, que el lunes próximo entra a imprenta. Aparecerá a finales de noviembre, bajo el sello de Cataria Ediciones.)
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Más sobre Oriundosen este blog:
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir

Más sobre mi familia y Asturias en Siglo en la brisa:
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8
Retratos asturianos,https://bit.ly/2KnktdZ
Autógrafos remotos, https://bit.ly/2KpuLgW
En la boda de Lola y Félix, https://bit.ly/2yIiLCK


Primer ejemplar

Oscuro escarabajo, el libro

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Con una sola excepción, un texto que escribí en España en 2002, Oscuro escarabajo reúne veintiséis poemas escritos entre 2015 y 2016. Mi nuevo libro acaba de aparecer publicado por Ediciones Monte Carmelo, el sello del poeta tabasqueño Francisco Magaña. Tiene 76 páginas y su tiraje es de quinientos ejemplares en papel bond de 120 gramos, con tapas de cartulina corola damasco. Salió de las prensas de Estampa Artes Gráficas, del impresor Marco Vinicio Barrera, de la Ciudad de México. Aquí una serie de fotos hecha a uno de los primeros ejemplares.

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Más sobre mi nuevo libro en este blog: 
Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8


Chiapas, imágenes sueltas

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Aunque la imagen preponderante de mis cuatro días en Chiapas es la del río Grijalva a su paso por el Cañón del Sumidero convertido en una triste corriente de botellas de plástico (publiqué en mi cuenta de twitter y en mi página de Facebook un elocuente video de ese desastre que no parece importarte a nadie), el breve tiempo que pasé hace un par de semanas entre Tuxtla Gutiérrez, Chiapa de Corzo, San Cristóbal de las Casas y San Juan Chamula, me dejó unas cuantas estampas memorables, de entre las que destaco un puñado.
Uno de mis primeros intereses era visitar Na Bolom, la casa en San Cristóbal donde vivieron el arqueólogo danés Frans Blom y la fotógrafa suiza Gertrude Duby, y en la que la pareja de exploradores y coleccionistas europeos fundaron y dejaron un notable museo. Aquí un par de imágenes de objetos que tienen que ver con ella, con Trudy Duby, tal y como están expuestos en una de las salas de la casa. Arriba, un simpático retrato con cuatro cachorros de la misma camada; abajo, un par de juegos de lentes del modelo característico usado por ella en la vejez.
La fuente colonial de Chiapa de Corzo justifica el viaje a Chiapas, sobre todo para quienes tenemos interés en la arquitectura del siglo XVI mexicano.
Pero no sólo para nosotros. Ya se sabe que la arquitectura de aquella época que ha prevalecido es mayormente religiosa; esta magnífica fuente mudéjar, un alarde de equilibrio y simetría, airosa y aireada, es una maravillosa excepción. 
Hace treinta años, cuando la visité por primera vez como parte de un grupo de aturdidos mozalbetes, bebí una copa de tascalate junto a un costado de ella; ya entonces la bebida rojiza me hizo sentir que, en cierto modo, bebía algo del polvo desprendido de los sabios ladrillos de la “pila” de Chiapa. Esta vez repetí la operación, como una suerte de rito cargado de color y sabor. 
Las dos fotos de la fuente muestran, respectivamente, una imagen de conjunto y otra de detalle: contra el sol poniente, la primera; la segunda, arriba de estas líneas, un pormenor del conseguidísimo trabajo con el ladrillo.
El juego de los verdes característicos del trópico mexicano: un Maverick, nada menos, tan urgido de sombra como nosotros, debajo de un árbol en una de las acaloradas y coloridas calles del centro de Chiapa de Corzo.

Arriba de estas líneas, un par de fachadas interesantes del mismo poblado de Chiapa de Corzo (la primera de ellas, la del Hotel Lenin, francamente curiosa), cuyas calles recorrí sin brújula, bajo un calor agobiante. 
¿Y qué decir de este árbol, que, como la vida misma de esa zona del país, con todas sus contradicciones, se sale del espacio que le ha sido asignado, rompe la pared que constriñe sus raíces y sale a probar fortuna? 
¡Qué distinto de la imagen que publiqué hace unas semanas, de un rincón de la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright! Allí, el arquitecto norteamericano hacía un gracioso giro para respetar un árbol (originalmente el que hubo allí hace ochenta años, desde luego, y no el de tercera o cuarta generación que ahora lo ha sustituido); la naturaleza desbordada del trópico y el planteamiento todo menos cartesiano del alarife mexicano dan como resultado aquella singular estampa descriptiva de nuestros usos y costumbres.
Este par de imágenes fueron hechas desde dos distintos puntos de observación del Cañón del Sumidero, uno al principio y otro al final de la ruta de miradores. Tristemente un río de basura corre allá abajo: aquí arriba, las proporciones del cañón, cruzadas por diversas aves, entre ellas los buitres, nos devuelven al vértigo y la belleza de un espacio único en México. Un espacio, sospecho, despreciado por los gobiernos, ya sean entrantes o salientes. 

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Más viajes en este blog:
De viaje con María Rosa Lida de Malkiel, https://bit.ly/2F8lw3t
Viaje alrededor de mi escritorio, https://bit.ly/2F7nW2n
Viajes de un naturalista por el sur de México, https://bit.ly/2RGbrfv
Imágenes de Marrakech, https://bit.ly/2Fa1up9
Burdeos, imágenes de viaje, https://bit.ly/2D81pzJ




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