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López Velarde: entrevista con Martha Canfield

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En 2015 apareció La provincia inmutable. Estudios sobre la poesía de Ramón López Velarde. A pesar de ser uno de los libros más intensos y agudos que se han escrito sobre la obra del poeta zacatecano, nunca había sido publicado en México y era prácticamente desconocido entre los expertos en el tema. 
Su autora, la poeta y profesora universitaria Martha Canfield, nacida en Uruguay en 1949 y radicada en Florencia desde 1977, es una conocida especialista en la obra de algunos autores hispanoamericanos como Jorge Eduardo Eielson o Alvaro Mutis. Unos meses antes de publicarse el libro, aquel mismo año, Canfield ganó el premio Ramón López Velarde por aquel estudio, que había aparecido por vez primera y única hacía más de seis lustros en Italia –por cierto en lengua española, como parte de las ediciones de la Facoltà di Magistero de la Universidad de Florencia–. El Instituto Zacatecano de Cultura y la revista de poesía La Otra pusieron remedio a esa omisión del ámbito velardiano mexicano publicando el libro, acompañado de un prólogo de quien esto escribe. 
Cuando trabajaba en mi texto introductorio hice a Martha Canfield algunas preguntas por correo electrónico, que aparecieron aquel año en la revista Luvina. Reproduzco aquí la entrevista para que la conozcan los lectores de este blog.

¿Cómo llegaste a López Velarde y cómo y en qué circunstancias decidiste trabajar su poesía?
Todo empezó en un seminario de mi viejo y querido profesor Oreste Macrí en la universidad de Florencia. Éramos unos diez alumnos, no más, y todas las semanas cada uno de nosotros debía presentar a un autor ubicado entre Modernismo y vanguardias y analizar su obra en base a la metodología propuesta por él en la que había sobre todo contexto histórico y análisis estilístico y métrico. 
Yo pensé en López Velarde, como autor en un punto de transición entre Modernismo y post-modernismo. Me pareció que su obra se prestaba a una disección despiadada, como las que hacía Macrí, y que eso todavía no se había hecho. Lo propuse en unas tres clases seguidas y ya desde la primera, el profesor me dijo que ese trabajo merecía ser desarrollado y publicado. Y así empecé a escribir el libro.
¿Cuáles son las principales enseñanzas que te dejó tu trabajo al lado de Macrí?
Oreste Macrí fue mi verdadero maestro. Creo que lo que aprendí de él no tiene límites, me abrió caminos, me iluminó, me estimuló. Te cuento que incluso después que se jubiló, yo lo visitaba regularmente (y lo hice hasta su muerte). Ya nos veíamos todas las semanas, el día jueves, en lo que él llamaba con término español, “la tertulia”; era un lindo grupo y nos encontrábamos en la librería Seeber a eso de las 6 de la tarde, para ver las novedades y de ahí nos íbamos a un café donde tomábamos un aperitivo y nos quedábamos de charla hasta las 7.30 -8.00 de la noche, hablando de todo un poco. 
La tertulia había nacido en tiempos remotos, cuando Eugenio Montale vivía en Florencia y era director del Gabinete Vieusseux (antes de que lo echaran por no querer inscribirse en el partido fascista) y Macrí era un joven estudioso que se había trasladado a Florencia desde la Puglia de donde era originario; los miembros históricos de la tertulia eran los grandes poetas florentinos Mario Luzi, Piero Bigongiari, Alessandro Parronchi, a los que luego se agregaron otros profesores y escritores. 
Mario Luzi
Cuando Macrí me invitó a participar en esas reuniones yo me sentí muy honrada, como comprenderás, y no falté un solo jueves. Allí pude conocer de cerca a Luzi, a Bigongiari, entrar en confianza con estos escritores, leer poemas en borrador, asistir a discusiones que hoy podrían considerarse históricas… Pero con Macrí había una relación muy profunda, de maestro a alumna, casi de padre a hija. Y yo iba también a su casa y cada vez que escribía algo lo primero que hacía era hacérselo leer y esperar con ansia sus comentarios, que él no se demoraba en pasarme. Un día me dijo algo que no puedo olvidar: me llamó “su única verdadera alumna”.
Las referencias para el desarrollo de tu estudio sobre López Velarde (algunas: Bachelard, Freud, Bataille) ¿serían otras si lo emprendieras el día de hoy?
Lo que yo he aprendido de la mente humana leyendo a Freud, a Jung y a algunos de sus mejores discípulos, como Norman O. Brown, por ejemplo, es definitivo y no tiene pérdida. Y lo mismo puedo decir sobre lo que he aprendido a través de algunos teóricos de la literatura como Bachelard o Todorov. Creo que no podré liberarme nunca más de la influencia que me han dejado.
Un famoso y muy reproducido retrato de Freud
¿Sigue siendo útil la crítica literaria que trabaja a partir del psicoanálisis, como lo fue para ti al aproximarte a López Velarde? ¿Es posible usar ese método de trabajo 35 años después de que lo usaste tú?
Ya cuando escribí el libro sobre López Velarde no había una adhesión absoluta a la crítica psicoanalítica de la literatura. Incluso –creo que lo digo en el libro– yo misma quise servirme de las teorías de Bachelard para ciertas interpretaciones y para la aclaración de ciertos símbolos, a pesar de que Bachelard era muy contrario a la lectura freudiana. 
Gaston Bachelard
Pero entonces consideré que la crítica literaria puede y debe servirse de todos los métodos posibles, sin asumir una línea única de interpretación. La obra es abierta, como ha enseñado Umberto Eco, y por tanto también la crítica lo debe ser. El psicoanálisis nos ha revelado pliegues y sombras de nuestra psiquis y no tomarlo en cuenta es perder un instrumento fundamental. Cierto que Freud fue rígido en ciertos conceptos y luego otras escuelas lo moderaron o modificaron, empezando por Jung, en quien también me he inspirado en otros estudios literarios. Sigo pensando que lo importante es proveerse de la mayor cantidad de armas posibles para “desarmar” la obra literaria y poder hurgar entre líneas. Sólo así podemos llegar a descifrar el mundo que se esconde detrás de una composición.
¿De dónde proviene el concepto de “matria” que utilizas para describir la provincia velardiana, y que, según explicas, se confunde en López Velarde con la idea misma de mujer?
Más que con la idea de mujer es con la idea de madre, y por tanto también de mujer, de lo femenino. En “La suave Patria” él describe a México como una tierra cálida, protectora y generosa, que él mismo define “impecable y diamantina”, dos adjetivos que ha usado muchas veces para referirse a Fuensanta y a las provincianas. México, la “suave patria”, se configura en la imaginación de López Velarde de manera femenina, no masculina. 
Eso me hizo pensar en el concepto de “matria” (como figura materna) por oposición a “patria” (como figura paterna), en el sentido en que lo proponía Sergio Salvi, un historiador florentino, en varios de sus libros de finales de los años 70. Yo había leído, en la época en que estaba estudiando a López Velarde, algunos de estos trabajos: Le nazioni proibite, del 73, Le lingue tagliate del 75, y sobre todo Patria e Matria del 78. En este último Salvi explicaba cómo todos tenemos una nacionalidad y pertenecemos a un estado, pero no siempre ambos conceptos coinciden. El Estado o Patria está ligado al poder central, mientras que la nacionalidad es algo más complejo que tiene que ver con la lengua, las tradiciones, la historia. Salvi analiza muy claramente el problema de “las lenguas cortadas” en España, donde el Estado ha impuesto una lengua oficial, el castellano, que sofoca las lenguas de varias nacionalidades existentes dentro del territorio, o sea la vasca, la catalana y la gallega. Entonces contrapone al Estado, que es la Patria, la nacionalidad que llama Matria, con una palabra inventada pero sumamente expresiva. Creo que López Velarde había intuido la existencia de estos conceptos contrapuestos y oponía el poder central de la Ciudad de México a la nacionalidad zacatecana, así como contraponía el oro de los cultivos y de las minas, don divino, al negro petróleo, siniestro regalo del diablo. 
Frédéric Mistral
Por lo mismo le fascinaba la historia de la región de Provence en Francia y su relación con el poder central y opresivo –el Estado francés–, pero al mismo la literatura que reivindicaba una nacionalidad, una lengua, una historia. 
Él conocía perfectamente el movimiento felibrista y la obra de Frédéric Mistral. Por eso llama “Mireyas” a las provincianas de su tierra, como la protagonista del poema de Mistral. El dolor de López Velarde nacía de la impresión de que el alma provincial estaba muriendo, como sus “provincianas mártires”.
¿Ha cambiado tu apreciación de López Velarde en estos años, los 35 que han pasado desde que publicaste La provincia inmutable?
No, no ha cambiado. Al contrario. Creo que es un poeta que quedará en la memoria de los tiempos futuros. Su poesía no decae.
No encuentro alusiones a tu estudio en la gran edición de las Obras de López Velarde, cosa que llama la atención porque José Luis Martínez no dejaba pasar ningún hecho de importancia que tuviera que ver con el poeta al que editó con tanto celo. ¿Estoy en lo correcto o estoy buscando mal?
Yo creo que José Luis Martínez no llegó a conocer mi libro. Yo obviamente quise mandárselo cuando salió, pero quién sabe si le llegaría, en aquella época en que había que confiarse en un servicio de correo que muy a menudo era deficiente. Allen Phillips sí recibió mi libro y lo leyó y me escribió una carta muy amable y elogiosa que conservo. Pero que yo sepa no publicó nada al respecto.
¿Hubo en México reacciones (reseñas, comentarios, propuestas de entrevistas, crítica), al aparecer tu libro en 1981?
Yo envié por correo el libro a algunas personas que conocía o de las que tenía referencias profesionales. En aquella época no existía Internet y todo se hacía por correo, o sea que las comunicaciones eran muy lentas y trabajosas. 
Pacheco. Foto: Rogelio Cuéllar
De todos modos recibí comentarios muy elogiosos de parte de José Emilio Pacheco, que siempre me siguió repitiendo que había hecho un excelente trabajo y se asombraba de que yo, sin ser mexicana y sin haber estado en México (de hecho entonces todavía no conocía México), hubiera podido entrar de esa manera tan honda – decía él – en el mundo y en el alma de López Velarde. Para mí su juicio fue siempre un gran estímulo, un verdadero regalo de la vida. Luego recibí comentarios positivos de Allen W. Phillips y otros, de los que tengo sobre todo cartas. Pero en realidad el libro se difundió sobre todo en Italia y permaneció todos estos años como un estudio reservado a pocos expertos del sector.
La provincia inmutable, primera edición (1981)
¿Has releído tu libro? ¿Qué impresión te queda al hacerlo?
Pues sí he releído el libro. Sobre todo ahora que se va a publicar en México. Y mi impresión es que su valor – y mira que lo que digo es en realidad objetivo, porque los muchos años transcurridos me han separado de ese trabajo y lo he vuelto a leer como si fuera de otra persona – va más allá del tiempo en que se escribió o de la bibliografía actualizada o anticuada. Mi análisis es estilístico y psicoanalítico y eso no se encuentra en otros trabajos sobre López Velarde, y creo que las conclusiones que saco tienen un rigor científico que las mantiene válidas
¿Has estado al tanto de los nuevos libros sobre el tema, digamos desde que apareció la correspondencia con Eduardo J. Correa, que incluye cartas y poemas inéditos, en 1990? Si sí, ¿cómo te has relacionado con ellos? ¿Cambian, o siquiera matizan, tus principales apreciaciones?
Me he comprado todo (al menos eso creo) de lo que ha salido sobre López Velarde después que escribí mi libro, en varios viajes a México (adonde como tú sabes, en los últimos años estoy viajando regularmente al menos una vez por año). 
He leído con gran interés pero no he podido volver a ocuparme directamente del tema. Otros mil trabajos se han interpuesto entre mi querido jerezano y yo; y no sólo trabajos. En los años se fueron intensificando ciertas amistades literarias que me han incitado a estudiar y a traducir a varios autores hispanoamericanos, empezando por los que yo llamo “mi santísima Trinidad”, o sea Álvaro Mutis, Mario Benedetti y Jorge Eduardo Eielson. De este último luego quedé como heredera universal y fundé un Centro de Estudios con su nombre en Florencia y eso me ha llevado a hacer varias exposiciones de su obra artística y a publicar varios libros dedicados a él, así como también a Vargas Llosa, directamente vinculado a este Centro. En cambio hubiera querido publicar en italiano a López Velarde pero a pesar del interés mostrado en algún momento por la editorial Einaudi luego no se concretizó nada y el proyecto quedó en cero. En cambio he publicado muchos otros autores, incluso mexicanos, como José Gorostiza, Alejandro Rossi, Carmen Boullosa…
¿Hubo propuestas para publicar tu libro en México? Y si las hubo, ¿por qué las rechazaste? ¿Por qué aceptas ahora?
En realidad sí hubo propuestas. Hace ya varios años me lo propuso Marco Antonio Campos, cuando estaba vinculado al Instituto Zacatecano y por cierto antes de ganarse él el premio López Velarde. La verdad es que él insistió mucho. 
Marco Antonio Campos
Pero yo nunca llegué a cumplir lo que me pedía, que era poner al día el libro, o sea actualizarlo. Eso, que en un principio me pareció factible, luego me fui dando cuenta que era imposible. Leerme toda la bibliografía que ha salido en un cuarto de siglo, dejando de lado otros mil trabajos que tengo siempre entre manos, me resultó imposible. Me di cuenta que eso hubiera sido escribir un nuevo libro. Si La provincia inmutable tiene algún valor, entonces está allí, en lo que se ha publicado y no tiene sentido cambiarlo.
¿No ha sido extraño para ti el que se te reconozca por un trabajo que se publicó hace casi 35 años?
Más vale tarde que nunca se dice en Italia. Pero no me sorprende, la verdad, porque sé muy bien que esos libros que se publicaban en la hermosa colección fundada y dirigida por Oreste Macrí no circulaban fuera de Italia. Los conocían los especialistas, los colegas, los profesores que los ponían en la bibliografía de ciertos cursos y por tanto los estudiantes universitarios. Pero de ahí no pasaban. Para mí fue un honor y una alegría el comentario que hizo en su momento José Emilio Pacheco. Pero no me sorprendió que Allen Phillips, por ejemplo, me ignorara.
¿Cómo te explicas el escaso interés que provoca López Velarde en otros rincones del mundo hispánico, quizás especialmente España?
Creo que ahora estamos mucho más conectados en toda el área hispánica de lo que estábamos en el siglo pasado, pues a partir de los años sesenta ya hubo un gran desarrollo editorial que permitió que de un país a otro nos leyéramos y nos conociéramos y, te diría, nos reconociéramoscomo pertenecientes a un mismo territorio hispánico; “la patria es la lengua” decía nuestro imperecedero Octavio Paz. 
Octavio Paz.
Foto: Juan Rodrigo Llaguno
Sin embargo, a pesar de todo esto, existe todavía una pereza de fondo que hace que abramos nuestros horizontes menos de lo que deberíamos. Yo creo que López Velarde no se conoce bastante fuera de México y eso es una falta –diría incluso un pecado de ignorancia– del que debemos acusar a España y a los demás países hispanoamericanos. Creo que se deberían fomentar las ediciones de López Velarde fuera de México y también sus traducciones a otros idiomas. Yo misma me he comprometido a ocuparme de su edición en italiano y es uno de mis próximos trabajos (que asumo con sincera pasión y alegría).
¿Cómo fue tu experiencia en la tierra de López Velarde, cuando visitaste Zacatecas para recoger el premio que lleva su nombre? ¿Hay algo de la obra de Ramón que pueda percibirse todavía en los lugares en los que nació y pasó sus primeros años?
Para mí fue una experiencia hermosa y emocionante. Ver su casa, la estatua que lo reproduce al lado del aljibe, caminar por esas calles donde él estuvo me permitió sentir su alma vibrando junto a mí. Creo además que Zacatecas no ha cambiado demasiado, por fortuna, y por lo mismo el eco de la voz de nuestro poeta se siente en esos lugares.
Tu propia obra poética, ¿qué tanto se relaciona con los autores de los que eres especialista, empezando por el propio López Velarde?
Todos ellos me han nutrido y he crecido con ellos, sin lugar a dudas. Y de hecho para todos ellos tengo poemas especiales, que retoman sus temas y que están especialmente dedicados. Hay un poema mío, que escribí a finales de los años ochenta y que salió publicado en 1990 en el libro El viaje de Orfeo, donde a partir de dos versos de Zozobra recreo un sentimiento de extrañamiento de mi propio yo y en definitiva de purificación, que tal vez pudo sentir también López Velarde. Los versos citados son: “el alma se licúa sobre los clavos / de su cruz”; y mi poema se llama “Después de la zozobra”.
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Mi prólogo a la primera edición en español de La provincia inmutable puede leerse aquí: http://bit.ly/1N2DhyE

El crédito del retrato de Mario Luzi es Rossano B. Maniscalchi/Rossano B. Maniscalchi © Alinari/Alinari Archives/Alinari via Getty Images; lo tomo prestado de https://bit.ly/2qZkZXN. El retrato de Umberto Eco es de Robbie Fimmano, y lo tomo de https://bit.ly/2PT2wes.La foto de Frédéric Mistral procede dehttps://bit.ly/2Qm6pIh, donde se publica con el crédito siguiente:foto de API/Gamma-Rapho via Getty Images. La foto de Martha Canfield que abre este post procede de https://bit.ly/2S9iIob, donde se ofrece sin crédito de autoría; la que acompaña estas líneas es de Pascual Borzelli Iglesias; tomo la de Marco Antonio Campos de https://bit.ly/2PRffOH.

Más sobre Martha Canfield en este blog:
Análisis del poema “Mi prima Águeda”, https://bit.ly/2Qm29Wa
Prólogo a La provincia inmutable (fragmento), https://bit.ly/2NaAeue




Madrina, 2018 (segunda parte)

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Primero, esta frase de Schopenhauer, citada por Borges en su famoso ensayo sobre el ruiseñor de Keats: “Quien me oiga asegurar que ese gato que está jugando allí es el mismo que brincaba y que atravesaba en ese lugar hace 300 años pensará de mí lo que quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro”.
Después, una palabra sobre Madrina, la gatita que en julio cumplió tres años de vida y en octubre ese mismo lapso de tiempo a mi lado. Ya que casi no pasa un día sin que me sienta invitado a retratarla, tengo infinidad de fotos suyas. Como en mayo publiqué en este mismo espacio algunas de las que le tomé durante la primera parte de 2018 (el link, al calce), me limito en esta ocasión a mostrar algunas de las que le hice a partir de junio. Han sido once meses intensos, que empezaron colmados de desconcierto y tristeza y después se fueron poblando de encuentros, ideas nuevas, libros, amigos y viajes. Aquí un puñado de instantáneas de mi compañera más íntima.

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Las fotos de Borges que acompañan este post son de Amanda Ortega (Fundación Internacional Borges); las tomo prestadas de http://bit.ly/2ffE4PP

Más fotos de Madrina en este blog:
Primeras fotos, http://bit.ly/2nR7hpZ
Fotos recientes, https://bit.ly/2xZvMCT
Fotos más recientes (2018, primera parte), https://bit.ly/2RuS9tG

Más sobre gatos en Siglo en la brisa:
A una dama muy enemiga de gatos, http://bit.ly/2tx78XI
La Gatomaquia de Vicente Rojo, http://bit.ly/2r2lLSu
El gato de Octavio Paz, http://bit.ly/9BeKvm
Álbum de Isolda, http://bit.ly/2qTLwar





El sueño de los guantes negros (conferencia)

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El pasado 27 de septiembre ofrecí una charla pública sobre "El sueño de los guantes negros", el extraordinario poema que López Velarde no pudo concluir y por lo tanto dejó inédito. A ese texto, que se conservó casi por milagro en una sola hoja manuscrita a lápiz, dediqué las páginas más extensas de mi libro Ni sombra de disturbio (Auieo/Conaculta, 2014). Esta mañana, buscando otra cosa (por cierto la conferencia de Marco Antonio Campos sobre la relación entre Saturnino Herrán y el poeta de la Suave patria, tema al que volveré en breve), di con el video completo de mi conferencia en la red y procedo a reproducirlo en este espacio para que lo conozcan los lectores de Siglo en la brisa. Gracias al Instituto Zacatecano de la Cultura Ramón López Velarde por la invitación a charlar en público sobre el poema, como parte de sus actividades como estado invitado de la Feria del Libro de Antropología e Historia, y al INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) por grabar la plática en video, gracias a lo cual puedo reproducirla ahora.


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Más sobre López Velarde en este blog:
López Velarde, ¿padecía una enfermedad venérea?, https://bit.ly/2QAxZ4z
Una errata pertinaz, http://bit.ly/1R3E42m
Entrevista con Martha Canfield, https://bit.ly/2PoMRhv
Ni sombra de disturbio, la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
Siete reseñas críticas de Ni sombra de disturbio, https://bit.ly/2LP9MB2


Saturnino Herrán: retrato de López Velarde

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Ha sido una sorpresa no menor y un pequeño gran acontecimiento en el mundo de los entusiastas del poeta zacatecano, la posibilidad de que aparezca ahora, un siglo después de la muerte de ambos amigos, un retrato a lápiz de Ramón López Velarde (1888-1921) hecho por Saturnino Herrán (1887-1918). La noticia llegó a mis oídos el pasado 24 de agosto, en la Facultad de Filosofía y Letras, durante una mañana de trabajo del seminario de estudios velardianos que encabeza mi amigo Israel Ramírez.
Marco Antonio Campos. Habló de la aparición del dibujo en agosto de 2018, en la Facultad de Filosofía y Letras.
El poeta Marco Antonio Campos, uno de los principales conocedores de López Velarde, con cuya conferencia magistral cerró aquella jornada académica, mencionó la existencia del dibujo y contó que se lo había dado a conocer recientemente Vicente Quirarte de acuerdo con Saturnino Herrán, nieto. 
De Alba,
retratado por Herrán.
El inesperado asunto, añadió, le había obligado a repensar e incluso añadir o modificar algún pasaje de la conferencia que nos estaba leyendo, y que versaba precisamente sobre la relación entre el pintor y el poeta. Según Campos, los estudiosos se habían extrañado siempre de que Herrán, quien retrató a algunos de sus contemporáneos y amigos, como por ejemplo a Pedro de Alba, no hubiera dejado una imagen, ya fuera dibujada o pintada, de su “entrañable hermano” Ramón. Como puede verse en la reproducción que incluyo en este post, el dibujo está fechado en 1916, es decir cuando ambos amigos se acercaban a la treintena, a la distancia de dos años de la muerte del pintor aguascalentense y un lustro de la del poeta de Zacatecas. 

Saturnino Herrán, "Retrato de López Velarde", México, 1916.
Foto de Ricardo Castillo
Como se comprenderá, yo mismo, que estaba entre el público de aquella conferencia, sentí la emoción de que pudiera aparecer, de pronto, a casi un siglo de su muerte, una imagen de López Velarde quizás tomada del natural. Pertenezco a una generación particularmente sensible a la fuerza de las imágenes, y, como tantos otros, yo también he lamentado durante años que no contemos con retratos suficientes del poeta que estudiamos y admiramos.
Aquel mediodía de agosto en Ciudad Universitaria no hice mayores preguntas, y luego tampoco intenté las pesquisas a las que acaso se han acostumbrado ya quienes leen este blog, porque al final del coloquio, alguien, quizás el mismo Israel Ramírez, comentó que Vicente Quirarte preparaba un texto al respecto. Me juré esperar pacientemente el resultado y no volví a recordar el asunto. Eso fue así hasta el 23 de noviembre pasado, cuando mi amiga Mariana Bernárdez, con quien para nada había comentado el asunto, me mandó a su vez la foto del dibujo y me puso en contacto, a través de un chat de watsapp, con su actual propietario, el joven arquitecto Ricardo Castillo. Agradecí, desde luego, el gesto, y me prometí abrirme cualquier mañana un hueco para ir a visitarlo.
Por fin, el pasado jueves 6 de diciembre pudo vérseme atravesar la puerta del local de Galerías Castillo, en la calle de Marconi, en el Centro histórico, donde tuve la oportunidad de inspeccionar con calma el retrato. Mi encuentro con el dibujo ocurre en la parte alta de la galería, lejos de algunas telas de gusto fácil, de aquellas que atraen, desde los escaparates y los espacios interiores de la planta baja, a la concurrencia no precisamente enterada que se pasea a un costado del Museo Nacional de Arte, y entre las que estuve reflexionando en tanto esperaba la llegada de Ricardo Castillo. Arriba es otra cosa: me encuentro delante de unos hermosos óleos de Zalce y González Camarena, no lejos de una virgen de Guadalupe de mármol del siglo XIX. Hay una gran pieza textil de Francisco Toledo y dibujos menudos de José Luis Cuevas. Sobre una pila de aguafuertes de Tamayo, nada menos, un gentil Ricardo Castillo, todo sonrisas y amabilidades, posa el dibujo de Herrán ya enmarcado y me permite estudiarlo con calma. Mientras lo contemplo por vez primera, él me hace el relato de cómo llegó a sus manos.
Según me cuenta mi nuevo amigo, el dibujo le llegó a través de restaurador apellidado Vallejo, quien se lo había comprado a unas sobrinas nietas de López Velarde. Según sus palabras, estas damas, ajenas a su valor, lo mantuvieron durante todos aquellos años doblado en dos, oculto entre las sombras de un armario.
Ricardo Castillo, propietario del dibujo.
Ciudad de México, 6 de diciembre de 2018.

Foto: FF
El propietario actual del dibujo, quien dice por cierto que no tiene intenciones de venderlo, cuenta que consultó el asunto con el nieto del pintor de Aguascalientes, quien lo ha dado por bueno. Yo le escribo a éste, quien por cierto ha incluido una imagen de la pieza en su libro más reciente sobre su famoso abuelo (libro que yo no he tenido en las manos), para proponerle una entrevista. Al mismo tiempo, busco por correo a Vicente Quirarte para preguntarle si al final escribió sobre el caso. El nieto de Herrán, llamado también Saturnino, me responde casi de inmediato para proponerme que nos busquemos el lunes próximo para acordar un encuentro. Salvo por mostrar las fotos que hice ese día, no tengo de momento más información sobre el asunto, pero me prometo seguir averiguando.

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La mayoría de las fotos que conforman este post son mías; fueron tomadas el pasado jueves 6 de diciembre, en el local de Galerías Castillo del Centro histórico de la Ciudad de México. El retrato de Marco Antonio Campos proviene de https://bit.ly/2PRffOHdonde se ofrece sin crédito de autoría.

La conferencia de Marco Antonio Campos sobre la relación entre López Velarde y Saturnino Herrán apareció en La Jornada Semanal el 20 de octubre pasado, una semana después de la fecha exacta del centenario de la muerte del artista de Aguascalientes. Aquí en enlace que lleva a ella: https://bit.ly/2Cve7YV


Aquí puede verse y escucharse a Marco Antonio Campos leyendo y comentando la misma conferencia, en el Seminario de Cultura Mexicana. Lo acompaña Ángeles González Gamio, https://bit.ly/2rtTtBY


Más sobre López Velarde en este blog:
Una errata pertinaz, http://bit.ly/1R3E42m
López Velarde, ¿padecía una enfermedad venérea?, https://bit.ly/2QAxZ4z
Entrevista con Martha Canfield, https://bit.ly/2PoMRhv
Conferencia sobre “El sueño de los guantes negros”, https://bit.ly/2PuMPF2
Siete reseñas críticas de Ni sombra de disturbio, https://bit.ly/2LP9MB2



La colonia Condesa según Milenio (1991)

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Yo estaba en Pensilvania, en el otoño de 1991, cuando Milenio armó un número monográfico dedicado a la colonia Condesa. En octubre pasado me escribió Rocío Mireles, diseñadora de esa revista (como luego lo fue de los primeros números de Viceversa), para preguntarme si tenía un ejemplar de aquella entrega que vio la luz hace más de un cuarto de siglo
La revista Travesías, me contó entonces, preparaba una exposición sobre la relación entre el diseño y la Condesa, y su amiga Annuska Angulo estaba interesada en echar un ojo a su contenido para considerarlo como parte de la muestra. Con gusto, en cuanto pude, hice las fotos que justifican esta entrega de Siglo en la brisa.
Allá a mediados de 1991, cuando el poeta David Huerta propuso mi nombre para ocupar una plaza como profesor adjunto en el Departamento de Español de la Universidad de Bucknell, en Pensilvania, yo acababa de fundar la revista Milenio (nada que ver con el grupo periodístico que vino después). Decidí entonces proponer a Eduardo Vázquez Martín, jefe de redacción de la revista, que asumiera la subdirección de Milenio mientras yo estaba ausente. 
Al fondo de la foto, saludando a la cámara, Antonio Elías Rodríguez,
propietario de la vieja revista Milenio. Yo, a la derecha de la imagen.
Acapulco, ca. 1991. Foto: archivo FF
Me pareció que podían salir bien las cosas, entre otras razones por la relación correcta que mantenía yo entonces con Antonio Elías Rodríguez, el dueño de la publicación, y la amistad que me unía al poeta y editor Eduardo Vázquez. Así que pertenece a éste el mérito de haber ideado, armado y editado el número que dedicamos a la colonia en el que él vivía, y en la cual vio, dicho sea de paso, las posibilidades que luego fue desarrollando la Condesa y terminaron convirtiéndola en ese singular espacio que conocemos de la capital del país.
El número salió en noviembre de 1991, bajo el título de “Entre noble y plebeya: la Condesa”, precisamente con Rocío Mireles, quien me parece que también ya vivía en el barrio, en la portada, en foto de Eniac Martínez. Abríamos con una nota de burla a las declaraciones algo ridículas de Carlos Fuentes(“los mexicanos practican el sexo llorando”), y algunos textos breves de Jorge Fernández Granados, Ricardo Cayuela Gally, Miguel Ángel Díaz Monges y David Torres.
El dossier que anunciaba la portada estaba conformado por artículos de Isaac Broid, Pablo Soler Frost, Leonardo García Tsao, Leo Zuckermann, Lorna Scott Fox, Armando Sarignana, Gerardo Deniz y Salvador Castro. Por mi parte, yo entrevisté a Teodoro González de León y Alberto Kalach sobre la colonia en la que entonces vivían ambos, e incluimos una crónica de Antonio Deltoro sobre el Parque México.
En aquel número apareció el famoso cuento de Eliseo Alberto titulado “La fábula del Homo Sapiens”. La entrega se completaba con una entrevista de Guillermo Osorno a Rocío Mireles, y una más, de Luisa Bonilla con el futbolista Luis García. El número 6 de Milenio llevaba también poemas de Manuel Ponce, Francis Kramer Dening (versión de Manuel Ponce), Alejandro Aura y Ricardo Pohlenz, y textos de Adriana Díaz Enciso (sobre Diamanda Galas), Federico Navarrete (Arnold Schwarzenegger) y Roberto Tejada (restaurante-bar El Sax).
En la sección de crítica, Pablo Soler Frost escribía sobre Mishima, Eduardo García Aguilar sobre Álvaro Mutis, Cecilia Kühne sobre Pedro Almodóvar y Ricardo Pohlenz sobre Jim Morrison. Publico aquí las imágenes de algunas páginas de aquella vieja entrega con la idea de satisfacer la curiosidad de los amigos de este blog, y como un testimonio de una época perdida de aquel barrio de la ciudad.
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Aquí la nota que da cuentade la exposición de Travesías: https://bit.ly/2SIF0O7

Más sobre la vieja revista Milenio en este blog:
Índices de Milenio, https://bit.ly/2PBqYf8
Índices de Milenio, segunda parte, https://bit.ly/2GoVsBA
Gerardo Deniz en el número 0: https://bit.ly/2CbiN5O
Rocío Mireles en “Viceversa en la historia del diseño gráfico en México, 2”, http://bit.ly/XDodtG



Un caso de irresistible bibliofilia

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No soy precisamente bibliófilo, en el sentido de que no ando en busca de primeras ediciones o rarezas editoriales, pero hay casos en los que simplemente no puedo resistirme (lo cual, ya lo sé, terminará granjeándome el apelativo de bibliófilo). Un buen ejemplo es el volumen que motiva este post. 
En septiembre el trabajo me llevó a la Feria del Libro de Antropología e Historia; al final de mi charla sobre “El sueño de los guantes negros”, me di una vuelta por la feria y di con algunos libros que me interesaban pero que no había conseguido, como el estudio sobre la representación de animales en el mundo antiguo mesoamericano, de Eduard Seler (Juan Pablos, 2008).
De pronto, en una esquina, erguido sobre otros volúmenes, vi por vez primera en persona la preciosa edición original de Sellos del antiguo México de Jorge Enciso (1947). Aunque la tela basta de su portada, que me pareció de un género de encuadernado que suele horrorizarme, me hizo primero rechazarlo, porque tardé en entender cómo era realmente, en cuanto me lo entregaron y empecé a hojearlo me sentí incapaz de oponer cualquier resistencia. 
Cerré entonces los ojos y me dejé perder, y en las manos del librero que lo ofrecía puse una parte importante de lo que acababa de ganar hablando de López Velarde. Es cierto que me defendí como pude, y al precio no precisamente bajo con que el libro se me ofrecía, conseguí llevarme también a casa una edición bastante correcta (y utilísima para mí, poco o nada bibliófilo), de las imágenes del Códice Durán (Arrendadora Internacional, 1990).
Uno de los más estimulantes descubrimientos que me trajo 2018 fue la Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme, de Fray Diego Durán, que mi amigo Leonardo López Luján me acompañó a comprar una tarde que lo fui a ver al Templo Mayor, y ha sido especialmente grato, con aquella edición abierta a mis ojos, seguir su lectura o releer algunas de sus páginas, como el pasaje sobre el amor de las indias por el tianguis (una cita de Felipe Teixidor a la cual dediqué ya una entrada en este blog; el link, al calce), o el estremecedor capítulo dedicado a las festividades del dios Xipe Tótec.
Ya en otra ocasión había escrito sobre el libro de Jorge Enciso, aunque entonces me había tenido que conformar con una edición moderna, sin arte (aunque suficiente para mis intereses de entonces), cuando me permití sugerir a un ser querido algunos hermosos dibujos sacados de sus páginas para un tatuaje. La entrada se llamó, precisamente, “Ideas para tatuarse” y apareció en línea el 19 de febrero de 2014 (el enlace, también al final de este texto). Para ello bastó el ejemplar de una edición prestada por mi amigo Eduardo Menache, una sombra apenas, eficaz desde luego, pero sombra palidísima de aquella de 1947 que ahora mismo tengo delante.
Así que el día de Navidad de 2018, es decir casi cinco años más tarde, le hago unas fotos a la edición de 1947 del libro de Enciso, que desde finales septiembre he tenido visible en mi estudio, expuesto en un atril. Lo hago para compartir las imágenes del volumen con los curiosos lectores de Siglo en la brisa y para comprobar de paso que sus irresistibles calidades justifican el gozo de convivir cotidianamente con él.
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Ideas para tatuarse,https://bit.ly/2Q0Qr1R

El libro de Jorge Enciso, Design motifs of ancient Mexico, en Amazon: http://amzn.to/1jFfEtc

Más sobre culturas prehispánicas en este blog:
El amor de las indias por el tianguis, https://bit.ly/2GEbqYT
Tezcatilpoca en el Códice Borgia, https://bit.ly/2Terd29
Conversación en Burdeos, http://bit.ly/29mDVqv
Códice Laud, http://bit.ly/MxZvL3
La belleza de los mayas, https://bit.ly/2Lz0xX4
Duelo, de Francisco Toledo: http://bit.ly/1Uh1btb
Cholula, imágenes raras y notables, https://bit.ly/2Sk5PIH
Casa abandonada, http://bit.ly/29nxOng




Deniz: un soneto sobre Octavio Paz

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Hace unas semanas dimos a conocer, en la notable página en línea Zona Paz que encabeza Guillermo Sheridan, un singular y hermoso soneto que Gerardo Deniz dedicó a Octavio Paz. El poeta de AdredeGatuperio nunca lo publicó en vida, por las razones que aventuro más abajo; no sólo eso: al menos hasta donde alcanzo, puedo asegurar que ni siquiera lo tenía transcrito en papel. Tal y como apareció en aquel lugar, esto es acompañado de un breve relato sobre la forma en que sobrevivió el poema, y del fragmento de la conversación en donde vino a cuento, lo recojo ahora en este espacio con la intención de que lo conozcan los amigos que siguen este blog.
Gerardo Deniz en el otoño de 2014. 
Falleció en diciembre de ese año. Foto: FF
Un soneto inédito sobre Octavio Paz
Por FF
En las grabaciones de los últimos años de su vida, que conservo por decenas, pero no sólo ahí, también en la conversación con algunos de sus amigos, Juan Almela (Gerardo Deniz) dejó regados inacabables materiales que no vieron la luz en vida suya por la simple razón de que nunca fueron puestos por escrito.
Eduardo Mateo Gambarte.
Foto: Diario de Navarra
Por tratarse de una página especialmente simpática, recojo un soneto que, hasta donde sé, no está en ningún lugar –como no está, por ejemplo, en sus papeles más personales. Es posible que duerma en una carta enviada a alguno de sus corresponsales más asiduos (Eduardo Mateo Gambarte, Pablo Mora) precisamente como está en mi grabación del 10 de octubre de 2009, cuando llevaba yo unos seis meses visitándolo todas las semanas y como hice hasta 2014, año de su muerte, con el propósito de conversar con él delante de una grabadora. El soneto salió a cuento cuando hablábamos de “Salamandra”, el poema de Octavio Paz que tanto le gustaba.
Ya en otro lugar, ahí sí por escrito, Almela había contado su relación con ese poema: entre otras cosas, hizo el relato de cómo descubrió que uno de sus primeros versos, “calorífero de combustión lenta”, es una oración tomada literalmente de la definición de “salamandra” que ofrece el diccionario de la Academia, que sigue dándola hasta hoy como cuarta acepción de la palabra. Ya entonces, Deniz describió aquel verso como un “enigmático y admirable endecasílabo de acentuación tremenda”. Su texto, titulado igual que el poema de Paz, está recogido en De marras, su prosa reunida (FCE, México, 2016 pág. 433).
Como había dejado ya anotado y se verá más abajo, a Almela le pareció que su amigo había leído cierto libro sobre el tema, aunque el poeta de “Salamandra” negó conocerlo acaso porque su información provenía de alguna otra fuente. Pero lo que disparó la creación del soneto es que Octavio Paz, hacia el final del famoso poema, dice que “la salamandra es un lagarto”. 
Salamandra. Fuente: Wikipedia
Almela, gran conocedor de los animales, censuró el que su amigo ignorase que la salamandra es una especie de anfibio que nada tiene que ver con los lagartos, que son reptiles. Con todo, prefirió no publicar el soneto, convencido quizás de que no era más que una broma, y no le hizo ninguna publicidad, al grado de que yo mismo se lo escuché apenas en una sola ocasión a lo largo de los muchos años que conversé con él, con relativa frecuencia sobre el propio Octavio. Aquella única vez, por fortuna, teníamos la grabadora encendida.
El lagarto con que ilustra la entrada correspondiente la Wikepedia
Me parece que hay varias razones para darlo a conocer: la fluidez perfecta de la versificación; la gracia con la que están expuestos el asunto y sus implicaciones; la inesperada aparición del ajolote (justificada por la presencia de Xólotl en el poema de Paz), al que hace ocupar todo el primer terceto sólo para decir que no se ocupará de él por falta de espacio, y particularmente el precioso verso final. Antecediendo al fragmento de la charla donde vino a cuento, transcribo a continuación el poema, que damos a conocer aquí por primera vez. 
Antonio Carreira. Villaviciosa de Odón, Madrid
16 de octubre de 2016 
Agradezco a Antonio Carreira sus sugerencias para puntuar el soneto. No menos que eso, por hacerme notar que, si en la edición del libro Salamandra que suelo manejar (Mortiz, quinta edición, nuevamente corregida, 1984), no aparece la forma “salamandria”, es sólo por un lamentable error editorial (o, como seguramente pensaría Juan Almela, por el celo excesivo de algún maxmordón).

Un poeta vecino del Parnaso…
Un poeta vecino del Parnaso
tiene a la salamandra cierta inquina;
ya puede ser caucásica o alpina,
él la llama lagarto a cada paso.

Lo mejor por hacer en este caso
es servirle unas cuantas en cecina,
a ver sin con tamaña medicina
concede a los anfibios un repaso.

También quisiera hablar del ajolote
y de su singular mitología,
pero me está prohibido el estrambote,

así que gastaré mi corto espacio
dando gracias al cielo que me envía
el conflicto de un vate y un batracio.

Juan Almela—… recién oído por radio un poema, “Salamandra”, por el propio Paz, que fue la primera vez que oí su voz, en el disco de Voz Viva de México, por Radio Universidad… Y oigo una voz abominable que decía [imita a Paz]: “Salamandra, calorífero de combustión lenta…”. Y entonces, como dice que “la salamandra es un lagarto”, y los lagartos son reptiles y las salamandras son anfibios, batracios, hice ese sonetito. Lleva un epígrafe sacado de una revista científica alemana-suiza, que cuenta en alemán de una mujer que trató de quitarse de encima a su marido hirviéndole en la sopa una salamandra…(1) Y con razón, porque la piel de la salamandra sí es venenosa.
—Entonces, es inédito este soneto, ¿no?
—Sí, no quise ponerlo para no herir demasiado al Poeta.
—…
—Ahí el señor Paz se echa sus detalles muy denicianos…
—¿En dónde?
—En el poema “Salamandra”, que es bien bueno… En un lugar pone “salamandria”, que es como lo pone Góngora. (2)
—¿Y qué otros detalles denicianos?
—Bueno… Yo le pregunté a Paz que si antes de hacer ese poema había leído un librito llamado Salamanders and other wondersdonde hay un capítulo de salamandras, que estoy seguro que sí había leído…(3) Y me dijo que no. Y sí, es verdad, tiene muchas cosas de referencias a cuestiones alquímicas y demás, pero lo de la salamandra caucásica y la salamandra alpina, todo está en el libro este…
—Y él lo menciona en el poema.
—Sí…
—…
—Es sólo un capítulo. Hay otro sobre otra cosa que también interesa, pero de ésa  no he escrito nada… O, bueno, mejor ya no digo nada porque luego descubro que he puesto cada cosa…
—¿Por qué?
—Porque de repente me acuerdo de alguna cosa o la leo y digo: carajo, es verdad, y yo que estaba diciendo que nunca

Notas
.
Góngora pintado por Velázquez
Museum of Fine Arts
de Boston
(1) No tengo, por desgracia, ese epígrafe que no dijo en esa ocasión, pero conservo la esperanza de que la página aparezca completa en alguno de los epistolarios que se mantienen inéditos.
(2) “Salamandria / saurio de unos ocho centímetros / vive en las grietas y es de color de polvo”, Obras completas, vol. VII, Obra poética, FCE, México, segunda edición, 204, pág. 333. Góngora la usa, efectivamente, en el verso 185 del Polifemo:“Salamandria del Sol, vestido estrellas” (Antología poética, edición Antonio Carreira, Austral, 2015, pág. 380).
(3) Se trata seguramente de Salamanders and other wonders; still more adventures of a romantic naturalist, de Willy Ley (Nueva York, Viking Press, 1955).

___________________
La foto que abre este post fue tomada por Elsa Almela y pertenece a su archivo.

Un soneto inédito de Gerardo Deniz, en Zona Paz, https://bit.ly/2GXKm7f
Guillermo Sheridan, sobre el soneto de Deniz y la salamandra de Paz, https://bit.ly/2VxvY8Q

Más sobre Juan Almela (Gerardo Deniz) en este blog:
De marras, primeras imágenes, http://bit.ly/1tsZo8J
Quince razones para asomarse a De marrashttp://bit.ly/2bmYunI
Deniz en Buenos Aires, http://bit.ly/1N37oAb
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de CulturaEconómica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritoshttp://bit.ly/12RrW9H
Cómo y cuándo nació elseudónimo, http://bit.ly/1RTMiXd

Oscuro escarabajo (entrevista y poema)

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Mis amigas editoras de Este País, Julieta García, directora, y Claudia Benítez, responsable del suplemento cultural, me propusieron contestar a un cuestionario a propósito de la aparición de Oscuro escarabajo
La pequeña entrevista apareció en el número de noviembre de esa publicación, acompañada del poema que da título al libro. Comparto esos materiales con quienes siguen este blog. Agradezco, por supuesto, a ellas el generoso espacio en la revista y aprovecho la ocasión para anunciar que el libro se presentará el próximo sábado 26 de enero, a las doce del mediodía, en la Galería López Quiroga.

Oscuro escarabajo 
A Beatriz

Te prometo,
                  pequeño escarabajo
que descubro en mi mesa
al regresar de un viaje,
                                    réplica exacta casi
de uno de esos oscuros
escarabajos que los viejos
egipcios colocaban en el pecho de las momias
para que el día del Juicio
no fuera el corazón a alzar contra el difunto
adverso testimonio–;
                                te prometo,
extraño escarabajo inesperadamente
hallado entre mis cosas,
tallado igual que aquellos otros
con un hermoso epígrafe cuyo significado desconozco,
te prometo que te colocaré
cerca de mí
                  y allí he de mantenerte bien visible,
como un recordatorio,
en un sitio eminente en mi escritorio,
para que todo lo que diga
o escriba salga límpido del fondo
de mi corazón;
                       y de esa forma, extraño
y mínimo, y oscuro escarabajo,
delante del tribunal
que ha de juzgarme al irme de este mundo,
cuando mis actos sean analizados,
y mi declaración
estudiada al trasluz,
                          y examinadas una a una mis palabras,
no tengas, ni tú mismo
ni otro idéntico a ti,
                               que vigilar
el testimonio de mi corazón ni temas
que pueda desdecirme.

Cuestionario
1. ¿Por qué tardaste tanto en publicar un nuevo libro de poemas?
Los ocho años que han transcurrido entre 2010, cuando publiqué mi último libro de poemas, y la aparición de Oscuro escarabajo, no son tanto tiempo para mí. De las relaciones que sostengo con mi entorno, las que pasan por las palabras son las que más disfruto y me estimulan, y la poesía es el lugar en donde esa experiencia ocurre con mayor intensidad. 
Sin embargo, los poemas casi nunca salen completos ni me dejan satisfecho. Hace mucho aprendí a no forzar las cosas y por eso en casi treinta años no he publicado más que una plaquette, dos pequeños libros y un poema suelto. Mi plaquette de 1990, El ciclismo y los clásicos, respondió a la invitación de mi amigo y primer editor, Luis Mario Schneider; Ora la pluma formó parte de un proceso de rectificación a una vida, la mía, que para 1999 me pareció que había extraviado el rumbo; cuando publiqué Palinodia del rojo, en 2010, libro que reúne apenas 16 poemas escritos a lo largo de once años, pensé que publicaba mi despedida del género, o en todo caso la última manifestación de mi deseo de aferrarme a él; con esa misma sospecha en mente di a conocer en 2016 Chirimoya, el único poema que había escrito durante el último lustro. 
Afortunadamente cuando más lo necesitaba descubrí las sabias palabras de Auden: ante sus propios ojos, un poeta “sólo lo es cuando hace la última corrección de un nuevo poema, ya que antes de eso sólo era un poeta en potencia y después es alguien que dejó de escribir poesía, quizás para siempre”. Con una salvedad, Oscuro escarabajo, mi nuevo libro, reúne 26 trabajos escritos en un corto lapso (entre 2015 y 2016), algo excepcional en mi experiencia con la poesía, por lo cual es mi primer libro de poemas que surge como un hecho unitario y autónomo.
2. Tienes un blog, ¿por qué seguir publicando en papel?, ¿cuál es la diferencia que ves? 
Me parece que son vías distintas, complementarias. Una no contradice a la otra. Mi blogme ha permitido escribir y publicar todas las semanas de la última década con la independencia absoluta que es vital para mi forma de ser. Con todo, aunque leo y escribo en línea, mi mundo está en el papel impreso. El año entrante se cumplirán diez años de la fundación de Siglo en la brisa y lo celebraré con la publicación de un libro para el cual ya hay editor. Estoy seguro de que las 250 páginas que tendrá Viaje alrededor de mi escritorio, que es como va a llamarse el libro, serán algo distinto pero también complementario de lo que ha sido mi cuaderno en línea.
3. También eres ensayista, ¿cómo se mezclan estas dos formas de creación?, ¿cómo las combinas?
Frecuento casi cotidianamente el ensayo, para hablar de cuanto leo y descubro. Los poemas tienen otro modo de proceder, no sólo porque se escriben de otra manera. 
Mis ensayos quieren acercarse a la forma en la que hablo, por lo que son, digamos, más sueltos; los poemas trabajan al revés: por naturaleza, poseen un rigor y una tensión internos, que es donde está su mayor dificultad. Las palabras de los poemas tienen, además, la secretaaspiración de quedarse, de permanecer. No me refiero a su sobrevivencia, por supuesto, sino a su efecto, como lenguaje vivo que son, en el oído de quien lee o escucha. Uno de los poemas de Oscuro escarabajo, “El lunar de tu pecho”, empieza así:
        
  El lunar de tu pecho
  sube y baja
                     al ritmo acompasado
   de tus emociones:
                               sosegado, en la cama, a la mañana
   siguiente del abrazo amoroso
   parece que flotara
   sobre la piel de un mar
                                       mecido en calma;

Quiero referirme a la segunda parte del tercer verso, la que he subrayado: como en el ensayo, también aquí la lengua pretende fluir, pero a la vez tiene el deseo de sostenerse siquiera un momento después de su lectura. Por eso el poema dice: “sosegado, en la cama, a la mañana”, haciendo énfasis en la vocal acentuada a, que de la palabra “cama” salta a la palabra “mañana” y luego vuelve a aparecer en los siguientes versos (“flotara”, “mar”, “calma”). 
Por la misma razón, en ese lugar se produce aquel corte de verso que los poetas llamamos encabalgamiento: este recurso, el corte repentino, el instante en que ignoramos lo que va a suceder a continuación, todo ello ayuda a que la a quede reverberando una fracción de segundo en el oído. El poema quiere hacer que la lengua permanezca resonando, una vez que ha sido enunciada. Poco o nada tienen que ver estas consideraciones para la escritura del ensayo, género que posee sus propias reglas. Quizás podamos referirnos a ellas cuando aparezca el libro que va a reunir los ensayos que han aparecido en mi blog.

–––––––––––––––
La presentación de Oscuro escarabajo será el sábado 26 de enero próximo, a las doce del mediodía, en la Galería López Quiroga. Presentan David Huerta y Francisco Magaña.

Más sobre mi nuevo libro en este blog: 
Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8




En los azules botareles de aire

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En el recuerdo me parecen trompas de elefantes adornadas según el gusto oriental. Cuando veo nuevamente las fotos que les hice los últimos días de enero de 2018, advierto que se adosan al edificio al que sirven de apoyo, y se yerguen, mediante una curva elocuente y algo retórica, como riñones sacados de proporción, para descansar en unas columnas posadas en el suelo cerca de nuestros pies, que las contemplamos con ojos perplejos.
Cuando hago el ejercicio de evocarlos sin buscar las fotos que les hice, pero también cuando los vuelvo a ver en ellas, los famosos contrafuertes barrocos del templo de Santa Rosa de Viterbo de la ciudad de Querétaro vuelven a producirme la sensación que tuve cuando los vi por primera vez, a fines de enero del año pasado: una caprichosa curiosidad.
Acudí a la capital queretana porque había pasado los días finales de 2017 leyendo cuanto pude conseguir sobre Maximiliano, y especialmente sobre el sitio de Querétaro, el cual marcó el final de su triste imperio, y quería ver con mis propios ojos los espacios donde pasó sus últimas semanas. La historia de aquel fugaz régimen, estrafalario y trágicamente romántico, se parece a esos botareles: un capricho que ayuda a sostener, como si fuera un contrafuerte adornado de una insólita manera, la construcción histórica del presidente Juárez.
El catre de viaje de latón, propiedad de Maximiliano,
que se muestra en el Convento de la Cruz, en Querétaro. Foto: FF
Como el segundo imperio mexicano, no puedo decir que me gustan; son una extravagancia, me parece, y, picado por la curiosidad que producen en mí, acudo al papel a poner por escrito mis impresiones, acompañadas de un puñado de fotos para compartir con quienes siguen este blog
En este mismo espacio publiqué el texto que leí en la presentación de El vaso de tiempo de David Huerta (el link, al calce). En ese libro, mi amigo poeta cuenta que descubrió el arte de la arquitectura cuando uno de sus tíos lo llevó a contemplar los contrafuertes queretanos, que él llama, con hermosa palabra, “botareles”. David se refiere a ellos y pasa luego a relacionarlos con un afortunado verso de Muerte sin fin: “en sus azules botareles de aire”. Como verá quien lea, por cierto, en la misma estrofa está el verso de donde salió el título de su libro. Aquí el pasaje de Gorostiza:
Es el tiempo de Dios que aflora un día,
que cae, nada más, madura, ocurre,
para tornar mañana por sorpresa
es un estéril repetirse inédito,
como el de esas eléctricas palabras
–nunca aprehendidas,
siempre nuestras–
que eluden el amor de la memoria,
pero que a cada instante nos sonríen
desde sus claros huecos
en nuestras propias frases despobladas.
Es un vaso de tiempo que nos iza
en sus azules botareles de aire
y nos pone su máscara grandiosa,
ay, tan perfecta,
que no difiere un rasgo de nosotros.

David Huerta, marzo de 2016. Foto: FF
Hace Huerta una de esas incursiones filológicas, tocadas por su inmenso talento poético, que hacen tan sabrosos sus ensayos sobre poesía, y esto escribe, sobre la palabra misma, “botareles”:
Veía o entendía yo, vagamente, la presencia de otras palabras como enterradas en la palabra “botareles”: el verbo “botar” –como en el acto de “botar las naves”–, el vocablo “botes” –y un sinónimo: la voz “bajeles”. “Botar los bajeles”: botareles

Me gusta pensar que los lectores de David podrán encontrar frescas e invitantes estas imágenes hechas por un aficionado apenas (a la arquitectura, desde luego, pero también a la fotografía) que fueron tomadas ahora hace casi un año, y que publico sin otra intención que poner forma y color a una palabra especialmente hermosa.

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Sobre El vaso de tiempo, de David Huerta: una apasionada defensa de la tradición, https://bit.ly/2M7pPMq


Más sobre arquitectura en este blog:
En elogio del Periférico, https://bit.ly/2K8y6lz
Luis Barragán, el hombre libre, http://bit.ly/2pShTlB
Alberto Kalach, dos cabañas junto al mar: https://bit.ly/2trBai5
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/Ub423w
A las vueltas con Vladimir Kaspé, http://bit.ly/sSM2Ql


Tupé es llevarlo

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Tres veces he estado en Buenos Aires y las tres he regresado colmado de experiencias gratas, con la maleta cargada de libros. Además de eso, por supuesto, con amigos nuevos. Uno de ellos es el poeta, editor y librero Eduardo Ainbinder. Lo conocí en la primavera de 2015, cuando la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México que encabezaba Eduardo Vázquez Martín me invitó a participar en una mesa redonda sobre Deniz en la feria del libro de la ciudad porteña. 
Aquella vez, a la charla pública con dos escritores de apellidos perfectamente extraños para mí (Ainbinder, Fondebrider), no llegó casi nadie, pero eso, al menos para mí, no tuvo ninguna importancia, porque entré en conversación con uno de los participantes, quien había visitado a Almela hasta dos veces en México. Ya conté que, aunque participaba yo mismo en aquella mesa redonda que se desarrollaba en un auditorio casi completamente vacío, acabé tomando notas de cuanto mi nuevo amigo decía, con el propósito de escribir una crónica para este blog. Al final, cambié de idea y le pedí al propio Ainbinder que fuera él quien relatara por escrito sus dos visitas a Deniz. Poco tiempo después publiqué su texto en este espacio (el link, al calce).
Reunión de poetas: Ainbinder, Juan Carlos Cano, Jessica Díaz, 
Eduardo Milán y Tatiana Lipkes, el 27 de octubre de 2018
en la colonia Roma de la Ciudad de México.
Apenas en octubre pasado Ainbinder estuvo nuevamente en México y me encontré hasta en tres ocasiones con él: en el Café Jekemir de la calle de Regina, primero; luego, en la librería de la UNAM del viejo Centro Asturiano de Orizaba y Puebla (con una posterior comida en el restaurante Covadonga); por último, en la casa de nuestros amigos poetas Juan Carlos Cano y Tatiana Lipkes.
Restaurante Covadonga, 25 de octubre de 2018.
Al conversar con Ainbinder recuerdo ese alto grado de sofisticación, delicadeza y cultura literaria infrecuentes en México, esa inteligencia suave e irónica que ya he conocido en otros argentinos y que me hace sentir por ellos un enorme afecto y una gran admiración. En el café del centro, poco después de saludarnos un mediodía soleado aunque más bien tirando a fresco, supe por vez primera de Tupé
Mi amigo desplegó sobre la mesa los seis números que han aparecido a la fecha de la revista que edita desde 2003. Se trata de una publicación singular: se parece a la que hice en mis tiempos mozos con algunos amigos en los tiempos de la Facultad, en el sentido de que es editorialmente sencillísima, porque el acento está puesto en los textos mismos, sin la impertinencia del diseño protagónico, pero también se parece a la que me gustaría hacer ahora mismo, muchos años de después, de regreso de tantas cosas. Ésta es, quizás, una buena manera de describirla: es una revista que está de regreso de las cosas.
El director de Tupé me explica lo que hace con ella: imprime cien ejemplares, que paga él mismo y distribuye entre amigos y conocidos. “¿Qué quiere decir esa palabra?”, le pregunto… “¿peluquín, que es lo que significa para mí?” Mi amigo argentino me contesta que la palabra tiene un doble significado: por un lado es ‘peluquín’, desde luego, pero por el otro significa “atrevimiento, desfachatez”.
Novo, en el famoso retrato de Álvarez Bravo. Fuente: internet.
De ahí, sigue explicándome, la expresión “tener el tupé de hacer tal o cual cosa”. Eduardo la ilustra con un ejemplo tomado nada menos que de Salvador Novo: “Tupé es llevarlo”, dice que escribió o dijo el poeta mexicano, en una frase que sintetiza las dos acepciones de la palabra.¿Sorprende que aparezca Novo en ese lugar? El número inicial de Tupé(diciembre de 2003) abre precisamente con un soneto suyo. Lo que dice ese poema, su tono, el tupé, diríamos ahora, que ostenta, hablan de parte de las intenciones de la revista:
Plegad vuestra Bandera provinciana,
imprimidla en papel de clase fina,
que pueda aprovecharse en la letrina
en premio a vuestra musa soberana.
Yáñez, Ulloa, Franco, Vidrio, Arana,
polluelos de parvada clandestina,
id a que condimente Valentina
vuestra cresta prolífica y temprana.
Salid, pero salid en quince días,
gaceta literil; váyanse lejos
vuestras inteligencias tapatías.
Y no nos chinguéis más, niños pendejos,
que son vuestras bucólicas poesías,
reflejos de reflejos de reflejos.

El número uno de Tupé trae a continuación otro soneto de Novo (“Escribir porque sí, por ver si acaso”), un poema de Francisco Madariaga (“Los poetas oficiales”), un texto narrativo de Archibaldo Burns (“Punto de reunión. Jippies y yippies”), un poema de Antonio Delfini traducido por Ernesto Montequin (“Es mi deber escribir mala poesía”), los principales textos críticos de Gerardo Deniz sobre José Emilio Pacheco (“Fanerogamita”, “El joven parco” y “Pacheco bajo el microascopio”), y un poema del propio Ainbinder (“Qué bueno sería encontrarme”).
Tupé, como es evidente por este índice, tiene una visión ácida del mundo literario de aquí y de allá. Pero lo más singular y acaso interesante de su propuesta es, también como puede verse en ese índice, que abreva de textos publicados anteriormente, que combina muy de vez en cuando con algún inédito. Así, cada número es una antología trabajada con todo propósito, buscando una unidad de sentido. Una suerte de contexto desde el cual pensar la poesía hoy. Ya habrá tiempo, más adelante, de entrar en detalles y ver con cuidado otros índices. Limitémonos a mencionar, de momento, el más reciente, el sexto (febrero de 2016), porque revela, tanto como el primero, otras intenciones de Tupé: la traducción de textos poéticos. Ese número, el último a la fecha, reproduce en edición bilingüe un solo poema, “Un anochecer cualquiera en New Heaven” de Wallace Stevens, en traducción de Darío Rojo y Jorge Salvetti.
Una vez que han pasado algunas semanas de su visita a México, escribo a Eduardo Ainbinder para preguntarle, verdaderamente interesado, qué libros se llevó consigo de aquí, cuáles descubrió, como si representaran un territorio apetecido para el cual él tiene una brújula, además de especialmente eficaz, distinta a la que puedo yo tener. Esto es lo que me contesta:
Encontré libros que hubiese querido comprar pero estaban fuera de mi alcance, como el Carroll de Ulalume González de León o la primera edición de Diario de muerte de Enrique Lihn. Entre los que me traje figuran Insectos y poesía griega, una conferencia que Lafcadio Hearn le dictó a estudiantes japoneses en su clase de literatura inglesa (Verdehalago); Recordando a William Carlos Williams de James Laughlin (Mangos de Hacha); Juntando mis pasos, el libro de memorias de Elías Nandino (Aldus); Alguna poesía brasileña. Antología (1963-2007), compilada y traducida por Rodolfo Mata (UNAM); la reedición de las XV Fabulillas de animales, niños y espantos de Leduc con las viñetas originales de Leonora Carrington y algunas de las cartas que ella le dirigió a él (Vaso roto); y por último Un año de bondad, un extraño y divertido libro de Alberto Blanco sobre el collage (SEP).

Seguido de este catálogo, útil para quienes se interesen en los buenos libros, especialmente de poesía, publico las imágenes de las portadas de los seis números que a la fecha han aparecido de Tupé para que las conozcan los amigos de Siglo en la brisa.

Novo, Madariaga, Burns, Delfini, Deniz, Ainbinder.
Hazlitt, Díaz Mirón, Banchs, Greiff, Reyes, Madariaga, Girri, Ocampo.
Bianco, Carreras-Vasseur, Wilcock, Edwards Bello, Leduc, Vallejo, Smith.
Girri, Tallemant des Réaux, Baudelaire, Moreno Villa, Cortázar, Díaz Mirón, Boccaccio.
(Insectario) Rubio, Ocampo, Wilcock, Eguren, Rega Molina, Tablada, Lihn,
Ponge, Donne (versiones de Girri y Deniz), Rubio, Girri, Novo, Quevedo, Lawrence, Giannuzzi, Raimondi, Hernández, Bouza.
Stevens.
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Más sobre Eduardo Ainbinder en este blog:
Deniz en Buenos Aires, https://bit.ly/2GJpAIp

Foto: FF
Otras entradas argentinas en Siglo en la brisa:
El gomero de la Plaza San Martín, https://bit.ly/2LFUqR2
Los encantos del sistema decimal, http://bit.ly/11Q3oP7
Borges en los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
Borges descubre la poesía, https://bit.ly/2Tjox3l
Cartas de Néstor Perlongher, https://bit.ly/2TdUUjz
David Huerta evoca a Perlongher, http://bit.ly/1GpA6ft


Descubrimiento de Gerardo Deniz

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Hace unos años me referí por escrito al momento preciso en que descubrí la belleza de la poesía de Gerardo Deniz. Como relataba entonces, ocurrió leyendo un poema de “Fosfenos”, la serie que abre su libro de 1988, Grosso modo. Recogí el ensayo en donde conté ese momento en mi libro Contra la fotografía de paisaje, editado por Libros Magenta y Conaculta en 2014. Como estos meses emprendo la escritura de los últimos capítulos de un extenso y ambicioso libro sobre Deniz, vuelvo a echar un ojo a lo que he escrito sobre el tema. A continuación reproduzco el fragmento en el que cuento el momento en el que, en un poema en particular y específicamente en un par de versos en concreto, supe con absoluta certeza que estaba delante de un enorme poeta.
Deniz: la dichosa cubatura de la marrana auténtica (fragmento)
Un amigo me contó que había descubierto en el índice de un libro un poema que se llamaba como uno suyo, y que por eso lo había comprado; sorprendido por el hallazgo, me lo ponía delante e insistía en leerme algo de él. El poema se llamaba “Vivisección” y era de un autor de nombre extraño: Gerardo Deniz. Imposible mayor diferencia entre los dos poemas: mientras el de mi amigo describía, con recursos aprendidos a Octavio Paz, el recorrido de un caracol por el filo de una navaja, el de Deniz, no obstante que comenzaba con un par de versos atractivos,
Guapo de Rakotis, ahora sí que delinquiste
(y la justicia helenística es cruel),
me pareció que se desarrollaba con excesiva complejidad, acaso demasiado caprichosamente. No me sorprendió que Julio se sintiera atraído por ese poeta: si bien compartíamos una filia por encima de las demás, la de la poesía del Siglo de Oro español, él sentía debilidad por ciertas debilidades barrocas como aquella que citaba de tarde en tarde, el retrato de Júpiter escrito por Góngora:
Ministro, no grifaño, duro sí,
que en Líparis Stéropes forjó
(piedra digo bezahar de otro Pirú).

El Góngora de Velázquez que está en Boston. Fuente: Wikipedia
Mi amigo estaba encandilado sobre todo con otro poema de ese mismo libro, llamado nada menos que “Cultura”. Daba el penúltimo sorbo a su café exprés, encendía el enésimo Delicados oscuro, y leía:
Silla de montar sudada, de cuero rojo incrustado de canicas y piedras
únicas;
puerca albina maxmordona (sin la dichosa cubatura de la marrana
auténtica) con
un ojo azul y otro saltado, con huesos de un marfil que sólo ataca el disolvente
  universal del fanatismo.

De entrada, el poema parecía, aun más que “Vivisección”, caprichoso, lleno de referencias extrañas, innecesariamente complejo. A pesar de eso, picado por mi vivo sentido editorial, conseguí el teléfono de su autor, le llamé para pedirle una colaboración para la revista universitaria que hacía con aquél y otros amigos, y un viernes gris fui a visitarlo a su departamento, en el número 36 de la calle de San Antonio, en la colonia Ciudad de los Deportes.
Foto tomada de la contraportada de la antología Mansalva
Esquivo, áspero, huraño: los adjetivos con los que se me describió su persona, que bien correspondían con su retrato en la contraportada de Mansalva, donde aparece casi escuálido, con aire de laboratorista y cara de pocos amigos, encarnaron en un hombre de gran tamaño que vivía en un departamento pequeñito y oscuro que daba al Eje vial, entre estanterías metálicas cargadas de libros, en compañía de un gato de nombre ruso todavía más huraño que él. 
Foto: Roberto Portillo
Pasados unos instantes de embarazo, Juan Almela, como me dijeron que se llamaba en realidad, y como me cuidé de llamarlo desde aquella noche, se acomodó en un sillón más bien incómodo debajo de un retrato de Dumézil y otro de Bartók, en tanto me ofrecía ocupar otro al lado de él.
Foto: Roberto Portillo
De aquel primer encuentro lo que más me llamó la atención no fue la peculiarísima manera de expresarse, cargada de ironía y sentido común, sino su impresionante memoria, que luego confirmé que se extendía al resto de los temas de este mundo, pero que entonces, quizá como respuesta a preguntas mías, hizo alarde en el relato de algunos pasajes de su vida de los que daba fechas casi siempre para situar infortunios y desengaños, una suerte de cronología de la desdicha que fue desgranando a lo largo de tres horas largas y que me hizo irme de aquel departamento con una mezcla de simpatía súbita, curiosidad y sorpresa, desconcierto y entusiasmo.
Entre otras cosas, aquella vez Almela me contó que no hacía mucho había sufrido un desprendimiento de retina y que durante las largas horas de los interminables días que el accidente le hizo pasar en cama con los ojos cerrados, que precisaba con lujo de segundos, había concebido un puñado de poemas que había pasado al papel prácticamente sin vacilaciones nada más recuperada la posición vertical. Grosso modo, el cuarto de sus libros, aparecido poco después, abría con esa serie que había bautizado “Fosfenos”, echando mano de una palabra que él mismo definía, me parece que mejorando el diccionario, como “falsas sensaciones lumínicas producidas en la retina”. Fue en uno de aquellos dieciocho fosfenosdonde leí los primeros versos suyos que realmente me atraparon.
Foto: Roberto Portillo
La imaginería de la serie, que sitúa al poeta lo mismo en Aguascalientes que en Roma, en Siracusa que en el Distrito Federal, atravesando la frontera soviética en una alfombra voladora que en la consulta del Doctor Freud, nos lo muestra al lado de su musa Rúnika recorriendo una calle de la colonia San Rafael. Al llegar al lugar donde antaño estuvo una tienda de disfraces llamada El Suplente, en el poema “Trabajeros”, escribe:
Allí alquilaban ropas insólitas, fraques y futraques,
atuendos de odalisca suripanta, de margrave.

Foto: FF
¿Qué fue lo que tanto me gustó de estos versos? De entrada, su ritmo perfecto. Las palabras, por otro lado, hacen un conjunto claro y legible, quizás porque la deriva entre términos usuales e inusuales resulta muy lograda. Incluso creo que está conseguida la rima, en un autor en el que ése es un recurso apenas entre otros muchos. Quizás porque son un buen ejemplo, si se quiere a pequeña escala, de algunos de sus mejores recursos, y porque éstos aparecen en ellos de manera serenada –puestos en orden, hasta diría que dotados de un cierto aliento clásico–, esos versos fueron la grieta desde donde pude asomarme a su obra con la perspectiva correcta por primera vez.
Foto: Nicola Lorusso
Pero vayamos por partes. El planteamiento no puede ser más claro: “Allí alquilaban ropas insólitas”. Esta oración nos prepara para escuchar un pequeño catálogo de palabras que representan disfraces conformes con lo insólito de su realidad. El primer par es “fraques y futraques”. La relación entre estas palabras da cuenta del tipo de subversión lingüística que acostumbra Deniz. Se trata voces emparentadas por su sonido y su origen y hasta porque significan algo similar; así, la primera da pie a la segunda y se enlaza con ella en un movimiento que se antoja de oscilación.
“Fraques”, que ejemplifica el casticismo a veces exagerado de la Academia, que pretende que todo puede ser adaptado al español, es el plural, incorporado en Deniz por el coloquialismo irónico, de la palabra “frac”; lo estupendo es que antecede a otra, “futraques”, que tiene toda la pinta de ser un neologismo y que sin embargo, porque significa “levita”, no lo es. Es decir que mientras que la palabra que nos suena conocida, siquiera por el uso coloquial, no existe sino de manera irónica, la que le sigue, que nos resulta novedosa, extraña, loca, tiene un pequeño historial documentable dentro del desarrollo de la lengua, su propia entrada en el diccionario y un lugar en la tradición.
Muy en su estilo, Deniz aprovecha el desfiguro que ha provocado al combinar una palabra que usa en forma irónica con otra que parece en desuso, para introducir un verso de medidas y acentuación canónicas, “atuendos de odalisca suripanta”, que es un ejemplo de claridad tradicional en medio del desconcierto, si puedo decirlo así, del habla contemporánea. Aunque en otro sentido, es lo mismo que sucede en el retrato de Júpiter que fascinaba a mi amigo Julio, donde a los complejos versos “Ministro, no grifaño, duro sí, / que en Líparis Stéropes forjó / (piedra digo bezahar de otro Pirú)”, Góngora hace
seguir uno de perfecta sencillez:
las hojas infamó de un alhelí.

Foto: Nicola Lorusso
Pero el último momento del segundo verso, el que remata el conjunto, “de margrave”, es ya el que me fascina, y, puedo decirlo con toda exactitud, el que me admirador de este poeta. Venimos de escuchar “futraques”, “atuendos”, “odalisca”. Esas palabras están en el mundo; en principio, no son poesía; sin embargo, no son del todo prosaicas. La palabra “margrave”, adaptación al español de un título principesco alemán, me resulta, en ese contexto, sumamente poética. Escúchese si no:
Allí alquilaban ropas insólitas, fraques y futraques,
atuendos de odalisca suripanta, de margrave.

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La foto que abre este post es de Nicola Lorusso. El crédito de autoría del resto de las imágenes aparece debajo de cada foto. El resto procede de mi archivo.

Más sobre Juan Almela (Gerardo Deniz) en este blog:
Un soneto sobre Octavio Paz, https://bit.ly/2BanKe4
Cómo y cuándo nació el seudónimo, http://bit.ly/1RTMiXd
Deniz en Buenos Aires, http://bit.ly/1N37oAb
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de CulturaEconómica, http://bit.ly/1TNgNSM
Sobre Red de agujeritoshttp://bit.ly/12RrW9H



De marras, pág. 844

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Casi nadie lo sabe o lo recuerda, pero en el lugar en donde hoy se alza el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México hubo un singular invernadero, destruido sin ningún miramiento en 1964. En la página 844 de De marras, el extraordinario volumen de la prosa reunida de Gerardo Deniz, hay un conmovedor relato del momento mismo de su destrucción.
Foto: Roberto Portillo
Como lo contaba él mismo en la plática, y lo hizo por escrito al menos en una ocasión, Juan Almela vivió horas felices en ese lugar. Esa destrucción, típica de la cultura mexicana, frecuentemente incapaz de crear nada sin destruir antes, significó mucho para él, especialmente aquel año, que recordaba como uno de los más infelices de su vida. Copio el triste y aun así hermoso pasaje, con el propósito de que lo conozcan quienes leen este blog.

De marras, pág. 844
Por Gerardo Deniz
Un mediodía (quién sabe cuál mes, 1964), hora de comer […] en lugar de correr a la Franklin o masticar revistas o hacer alguna traducción odiosa, malpagada y necesaria, volé no sé cómo a Chapultepec, a tiempo de asistir, en pleno, a la demolición inesperada de mi invernadero esencial. Arriba, entre el esqueleto metálico, los bestias –siempre ellos (a veces tienen título de doctorado)– martillaban para destrozar los grandes vidrios, que caían alrededor, frente a mis pies. Los pedazos puntiagudos se clavaban en la tierra. Adentro –ya se veía el interior que yo tan bien conocía– los vegetales, otrora sagrados, despidiéndose estoicos. Las plantas, los recodos, los recovecos. Donde anduvo el cocodrilo, donde la martucha o los peces. La melaleuca, el cafeto, la mano de león, la dombeya; mil cactos. Química del indol, rotador rígido, alcaloides de la cicuta –y dientes quebrados contra la membrana vibrante, contra la termodinámica estadística de Glasstone, contra la perturbación y la variación. Donde el olfatear una flor rara me desencadenó una crisis mortífera. En fin… Al carajo. Todo al carajo. Cuán simbólico. Ahora allí se alza el Museo de Arte Moderno. Nada tengo en su contra –salvo recordar lo que antes hubo en el mismo espacio. Donde ahora es el estacionamiento estuvo la Island of the Fay. En ella analicé favorablemente la posibilidad de comprar un microscopio. No, no me hagan más pendejo de lo que soy. Yo sé de sobra que hoy no es como 1964, ni 1964 como 1950. Sé que hacen falta estacionamientos. Nada más: ¿por qué han de construirse donde ‘estaba bien’? ¿Por qué no demuelen –a 100 metros– este o aquel edificio de mierda para hacer museos con estacionamientos, dejando simplemente en paz lo que estaba bien? (De marras, pág. 844)

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Más sobre Gerardo Deniz en este blog:
Un soneto sobre Octavio Paz, https://bit.ly/2BanKe4
Cómo y cuándo nació el seudónimo, http://bit.ly/1RTMiXd
Deniz en Buenos Aires, http://bit.ly/1N37oAb
Sobre Red de agujeritoshttp://bit.ly/12RrW9H
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM


Oscuro escarabajo (presentación)

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El pasado sábado 26 de enero se presentó Oscuro escarabajo (Monte Carmelo, 2018). Fue en el patio cubierto de la galería de Ramón López Quiroga, en el corazón de Polanco, entre las piezas de la exposición que celebraba los 90 años de Manuel Felguérez. Participaron mis amigos el poeta David Huerta y el poeta y editor Francisco Chico Magaña, quienes se mostraron tan generosos con mi persona como lo fueron para con mi nuevo libro de poemas.
Francisco Chico Magaña. Foto: José María Fernández Figueroa
Chico Magaña evocó la ocasión en que nos conocimos, hace más de una década, cuando visité Villahermosa por vez primera como director del Programa Nacional de Tierra Adentro, y contó que ya entonces me había pedido un libro para Monte Carmelo, su cuidada y hermosa editorial, cuyo estimulante catálogo es su mejor biografía como hombre de libros. 
Chico Magaña: notas de presentación de Oscuro escarabajo.
Foto de él mismo
Por su lado, David Huerta se refirió al tiempo que llevamos conociéndonos y tratándonos, desde los primeros años noventas, cuando tuvo la enorme gentileza de proponer mi nombre como candidato a teaching assistant del Departamento de Lenguas Modernas y Lingüística de la Universidad de Bucknell, de la cual él había sido poet in residence, gracias a lo cual pasé los dos semestres del curso 1991-1992 en el campus de aquella universidad del centro de Pensilvania. 
David Huerta. Foto: José María Fernández Figueroa
Si Chico habló de nuestro anfitrión, Ramón López Quiroga, un hombre fino y de perfecto gusto artístico, y agradeció el que nos permitiera presentar el libro en su galería, David, por su parte, señaló nuestra común devoción por la persona y la obra de Juan Almela, y pasó luego a ubicar el tema de las nubes, que tienen la encomienda de articular la estructura de Oscuro escarabajo, en Baudelaire, quien famosamente dedicó la primera página de sus célebres poemas en prosa a ellas, y luego en estos preciosos y delicados versos de Gorostiza, 
          Por un aire de espejos inminentes,
          ¡oh impalpables derrotas del delirio!
          cruza entonces a velas desgarradas
          la airosa teoría de una nube,
cuyos cúmulos rotos, pero aun así blanquísimos, vimos por un segundo de contenido silencio cruzar frente a los ojos por el albo patio de aquel sábado de sol unánime y sin una mancha de la Galería López Quiroga. Por último, David Huerta leyó el poema que da título al libro.
Foto: José María Fernández Figueroa
Imposible traer a la pantalla cuanto se dijo en la ocasión, más allá de insistir en el agradecimiento que manifestamos a Ramón López Quiroga, desde luego, y el que hice yo expresamente a Chico Magaña, uno de los mejores editores de poesía que hay en el país, y a David Huerta, el poeta que yo más quiero y admiro. Me conformo en esta ocasión con postear los videos hechos por Verónica Chicurel y José María Fernández del momento final de la presentación, cuando leí cinco poemas del libro. A ella y a él les doy las gracias por dejar testimonio de un día importante para mí.
Foto: José María Fernández Figueroa

"Analectas"

"Cazadora"

"Difícil"

"Señor don san José"

"La buena memoria"


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Las imágenes que componen este post fueron hechas el sábado 26 de enero de 2019, en la Galería López Quiroga de la Ciudad de México. Mientras la primera foto y los dos primeros videos son de Verónica Chicurel, las fotografías (excepto la de Chico Magaña) y el tercero, cuarto y quinto videos, son de mi hermano José María Fernández Figueroa.

Más sobre mi nuevo libro en este blog: 
“Oscuro escarabajo” el poema, seguido de
una entrevista, https://bit.ly/2V2lttd
Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8


Oriundos, el libro

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Entre 2001 y 2006, viví en Oviedo, la capital de Asturias, ciudad del norte de España donde nació mi madre y se conocieron mis padres. A unos 120 kilómetros al oriente de esa ciudad está la montañosa comarca de Cabrales, de donde emigró mi familia paterna a partir de finales del siglo XIX. Al poco de llegar a tierras asturianas, aprovechando que vivían algunos ancianos del pueblo, empezando por dos tíos abuelos míos –primos entre sí, quienes habían pasado cada uno por su lado una larga temporada en México–, empecé a escribir un libro que relata la historia de esa emigración. Oriundos, como se llama el libro, es una crónica familiar relatada desde la perspectiva del nieto y el bisnieto de emigrantes asturianos en México que se reencuentra con el lugar de origen, los parajes, la historia y los matices de la singular manera de expresarse de los emigrantes entre los que nació. El libro, por cierto el primero de una nueva editorial llamada Cataria, empezará a circular a partir del mes próximo. Esta semana, en Siglo en la brisa, las primeras imágenes de la flamante edición.

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Más sobre Oriundos en este blog:
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir
Felipe el de Servanda. Ver "Retratos asturianos". Foto: FF
Más sobre Asturias en Siglo en la brisa:
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8
En la boda de Lola y Félix, https://bit.ly/2yIiLCK
Retratos asturianos, https://bit.ly/2KnktdZ
Autógrafos remotos, https://bit.ly/2KpuLgW


El maestro de ética (poema)

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Daba clases de ética y lógica en la preparatoria, el Centro Universitario México (CUM). Su nombre, Roberto Alatorre, al que solía añadir su segundo apellido, Padilla, aparecía en la portada de un libro de esos temas que es posible que para aquellos tiempos ahora algo remotos fuera ya una antigualla incluso para alguien como él. 
Un día hizo en clase un comentario que me sumió en reflexiones nunca del todo resueltas, al grado de que más de cuatro décadas después, la mañana de un sábado de 2015, escribí de un tirón el poema que justifica este post. Es verdad que para entonces un feliz párrafo de Maeterlinck, del cual me ocuparé en una entrega futura de Siglo en la brisa, había dado un nuevo curso a mis meditaciones sobre el caso, con una perspectiva apenas literaria, si se quiere, pero estimulante y novedosa al menos para mí. “El maestro de ética” es uno de los cuatro textos largos que dan estructura a Oscuro escarabajo, mi nuevo libro de poemas, el cual circula desde principios de noviembre bajo el sello de Ediciones Monte Carmelo.

El maestro de ética

El maestro de ética
decía de los pájaros, de los humildes pájaros,
que hacían sus nidos desde siempre
perfectos pero idénticos, estúpidamente
idénticos.

De los pájaros, sí,
de los que al alba cantan
en tanto me despierto,
                                    que porque nace el día,
y los que por la tarde pían
sin más razón que porque cae el sol.

A mí me preocupaba aquel extraño género
de pensar, y desde entonces
ya veía a los pájaros,
        a los humildes pájaros,
a los que cantan día y noche,
con una rara mezcla de embeleso
y compasión.

Muchos años después
me doy cuenta de que acaso eso decía,
el maestro de ética,
por ejemplificar la superioridad del hombre
sobre los pobres pájaros, superioridad, me temo,
en la que no creía:
                             era grave, hierático,
como de otro tiempo y edad;
                                              y no dudo que tuviera
alguna fe en el hombre, pero una fe sin práctica
ni verdad,
   una fe excesivamente dogmática;
porque los hombres no son mejores,
y quizás lo sabía el maestro de ética
–quien se pintaba el pelo con un negro subido,
jamás mudaba el gesto
como de pocos amigos, y con ninguno hablaba nunca,
ni siquiera con ningún
otro maestro.

A la escuela llegaba
en un Impala gris,
                            uno de aquellos automóviles
que se miden por la eslora
y la lámina,
iquiera﷽﷽ de temo que teno
erezo
gigante de otras bajo
                   y en alguna ocasión,
unos años después de salir de la preparatoria,
lo vi en la calle un día al volante
del mismo Impala idéntico,
                                           una lancha excesiva y aparatosa
(siquiera por contraste con el progreso
del parque vehicular);
                                  era él, qué duda cabe
de que era él, pero más pálido
–un tanto fantasmal
                                  y enjuto, los ojos ya arrasados
por el tiempo que pasa
y las manos en el volante, las manos de gigante
de otras épocas,
y el pelo ya sin pintar.

Y como siempre fui porfiado,
                                             alguna vez
en un recreo largo
fui a preguntarle, al maestro de ética, al corredor
del tercer piso de la escuela,
el de más arriba,
                          donde él se refugiaba
a la vista de todos durante aquel recreo
mirando siempre al patio,
qué cosa exactamente quería decir con aquel extraño
género de pensar.

Las manos en la baranda, mirando sin mirar
el patio pletórico
de muchachos confundidos y revueltos, sin perder
una sola molécula
de hieratismo o gravedad,
                                          me oía preguntarle
qué quería decir con aquello de los nidos de los humildes pájaros
estúpidos e idénticos.

Pero él nunca pasaba de ahí:
se ve que alguna cosa había en ello,
una cierta distancia de la cual
ya no podía regresar,
                                  y entonces insistía, el maestro
de ética, en la misma idea idéntica,
sin dar explicaciones ni ejemplos –de aquellos que valoran
los que estudian
y se dejan fácilmente
impresionar.

Y como yo guardara
silencio, él adoptaba a su vez
                                                una mudez más recia,
siempre en contraste con el pajarerío del patio,
aquellos muchachos confundidos y revueltos
en el recreo de abajo
sobre los que él reinaba,
                                       el maestro de ética,
con su presencia severa,
el arrendajo de su ceño suspendido en el tendido eléctrico
de su callar.

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Más sobre Oscuro escarabajo en este blog: 
Primer ejemplar, https://bit.ly/2SWcER8

Otros poemas en Siglo en la brisa:
Milagro en la playa, http://bit.ly/W7y222
Paloma y no, http://bit.ly/lKlTwP

Más sobre el Centro Universitario México (CUM):
Caricaturista (1979-1980), http://bit.ly/1SZf0c3
La Revolución y el fracaso educativo en México,http://bit.ly/hbMJUo
Borges y el prestigio del sistema decimal,http://bit.ly/1fdQ6RC
Colegas humanistas, http://bit.ly/1XAI4YH

Atardecer en el Patio de los Filósofos

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En 2010, por generosa mediación de mi amigo Gonzalo Celorio, fui invitado a participar en el Festival de la Palabra de la Universidad de Alcalá de Henares. La invitación consistía en vivir un mes en el Colegio Mayor de San Ildefonso, el edificio histórico de la institución, y servirse de la biblioteca y demás instalaciones del campus universitario para trabajar en un proyecto literario en marcha. Yo me ocupaba entonces de la versión final de lo que acabó llamándose Oriundos, proyecto que concluí sólo unos meses más tarde, aquel mismo año. 
Oriundos (Cataria, 2018).
Por circunstancias que no vienen al caso, el libro, aunque fue terminado en 2010, no vio la luz sino apenas hace unas semanas, esto es ocho años después de la experiencia alcalaína.
No todo fue trabajo en nuestros proyectos literarios: los escritores en residencia (la dramaturga mexicana Brenda Escobedo, el novelista colombiano Andrés Felipe Solano, la periodista argentina Leila Guerriero y yo) participamos también en un par de mesas redondas presentadas y moderadas siempre por Celorio, una de ellas sobre música y literatura en el viejo edificio de Caracciolos de la Universidad misma, sede de la Facultad de Filosofía y Letras, y la otra sobre narrativa unos días más tarde en la Casa de América de Madrid, en el antiguo Palacio de Linares de la capital española. 
Por si fuera poco, ya que el Festival de la Palabra fue fundado con la intención de acompañar y animar la conversación literaria por los días mismos en que se hace entrega del Premio Cervantes, asistimos a la solemne ceremonia de aquel año, en el Paraninfo de la Universidad, cuando los Reyes de España se lo dieron a José Emilio Pacheco.
Fachada del Colegio Mayor de San Ildefonso.
Hauser y Menet, 1891. Fuente: Wikipedia.
Nadie que sea mínimamente sensible puede dejar de advertir la belleza del portentoso conjunto arquitectónico del viejo Colegio Mayor de San Ildefonso, fundado por el Cardenal Cisneros en 1499, en cuya residencia tuvimos mis compañeros escritores y yo una habitación individual asignada para esas cuatro semanas. 
Planta de la "manzana cisneriana"
con los tres patios.
Imagen: José Luis de la Quintana.
Archivo Universitario.
Actualmente los tres hermosos patios que lo componen desarrollan una interesante secuencia espacial, debida a diversos intereses y momentos históricos. El segundo de ellos, el llamado Patio de los Filósofos, es desde luego menos grandioso que el primero, el Patio de Santo Tomás de Villanueva, y menos bello y misterioso que el último, el Patio Trilingüe, pero tiene lo suyo. Al parecer se llama Patio de los Filósofos o De Continuos porque ahí estaban las aulas de Filosofía y más tarde estuvieron los cuartos de los criados, por lo visto llamados de ese modo, “continuos”. 
El Patio de los Filósofos del Colegio Mayor de San Ildefonso
Foto: Wikipedia
Según leo, es el patio que más ha sufrido con el paso del tiempo, entre otras razones porque al principio, en los remotos años fundacionales, estuvo atravesado por un camino de servidumbre y fue restaurado luego en diversas ocasiones a lo largo de dos siglos.
Colegio Mayor de San Ildefonso. Vista aérea en la que pueden distinguirse,
uno tras otro, los tres patios. El segundo es el de los Filósofos.
Foto: Universidad de Alcalá de Henares
Sobre todo se comprenderá que considero que el Patio de los Filósofos tiene lo suyo cuando ofrezca el irresistible dato de que fue, al menos durante cuatro felices semanas, el patio de nuestra residencia, al que daban los cuartos mejor acomodados, el que nos recibía al volver de las cotidianas actividades en la ciudad natal de Cervantes y Manuel Azaña, la de los campanarios habitados por los grandes nidos de cigüeñas, la sede del Archivo General de la Administración. 
El Tío Aquilino. Archivo de FF.
Precisamente para consultar ese archivo había estado yo anteriormente una sola vez en la ciudad cervantina, a principios de siglo, cuando fui a solicitar el expediente de mi bisabuelo Aquilino Fernández Berridi, humilde labrador de las montañas de Cabrales que un día, de regreso de un viaje fugaz por América, decidió estudiar por correo para hacerse maestro de escuela y se convirtió en poeta autodidacta. El Tío Aquilino, como se le recuerda cariñosamente a más de medio siglo de su muerte en la comarca cabraliega, fue una figura determinante en la vida de los cuatro personajes principales de Oriundos.
Vista de páginas interiores de Oriundos 
con la tarjeta incluida en la edición (Cataria, 2018).
En el centro de la foto está el maestro del pueblo, el Tío Aquilino.
Pero el Patio de los Filósofos tiene algo más, algo que apenas tienen los otros: árboles. Y gracias a ellos, pájaros. En las mañanas, primero, y luego en las tardes, los pájaros llenaban con sus cantos el bellísimo paraje, y era un placer sentarse al fresco de sus árboles a escucharlos dialogar con deliciosa animación. En una ocasión bajé oportunamente al patio y me acomodé en una de las bancas para presenciar el espectáculo sonoro de las aves asistiendo, alborozadas y revueltas, a la caída de la tarde. Me cuidé de llevar conmigo una grabadora, lo cual me permite ahora, más de ocho años después, volver a escuchar con fidelidad una de aquellas sesiones de relajada audición en el mismo lugar donde se celebra la entrega anual del máximo reconocimiento de las letras españolas. La grabación que comparto con este post es del 27 de abril de 2010. Ignoro si son las mismas aves que escucharon, en ese mismo exacto sitio, algunos viejos y entrañables amigos, como Lope de Vega o Francisco de Quevedo, pero nada me impide pensar que eso es así.



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Tomo la foto que abre este post de la página en línea de la Universidad de Alcalá de Henares; la que acompaña la imagen de la grabación es de Francisco García Hervías y la tomo prestrada de su cuenta en Flickr.

Aquí texto que leí en abril de 2010 en la Casa de América de Madrid, https://bit.ly/2H3cK79

Más pájaros en este blog:
El maestro de ética, https://bit.ly/2NMSLK8
Visita sabatina, https://bit.ly/2Hgchh2
Un pájaro que canta como si dijera José María, https://bit.ly/2XABEQm

Un pájaro que canta como si dijera el nombre de mi hermano. Foto: FF.
Más sobre Oriundos en Siglo en la brisa:
La flamante edición, https://bit.ly/2ES60qb
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir

Cinco de Febrero y Mesones

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Como una forma de agradecimiento, en cuanto tengo los primeros ejemplares de Oriundos corro a llevárselos a quienes me ayudaron a preparar y escribir el libro. Es cierto que la mayoría de los personajes que aparecen en sus páginas han muerto; para colmo, estoy lejos de Asturias, donde viven los demás, por lo que debo esforzarme por localizar a quienes hicieron algo por mí aunque haya sido de modo tangencial, o con un dato erróneo, un desencuentro y hasta una negativa. Se me ocurre, por eso, visitar a Nicolás.
Oriundos (Cataria, 2018)
Me encamino, desde el Zócalo, por Cinco de Febrero, hacia el edificio que ocupó en sus tiempos la Tienda y Gran Salón Cantina La Hoja de Lata, que fue propiedad de mi bisabuelo Fernando Bueno, en la esquina de esa calle y Mesones. 
No es que tenga la intención de ver de nuevo el edificio, que he visitado y fotografiado en diversas ocasiones, sino de localizar nuevamente a quien fue su último propietario. Hace unos quince años, en 2003 o 2004, conseguí conocerlo en persona y hablar un par de veces con él. Nicolás era asturiano, de la cuenca minera, específicamente del concejo de San Martín del Rey Aurelio. Nunca supe mucho sobre él; Nicolás, a su vez, nada pudo hacer por mí: Fernando Bueno había vendido el negocio en los años finales de la remota década de 1920, y él entró en escena medio siglo más tarde. 
Fernando Bueno en la tumba de su mujer,
no mucho antes de vender La Hoja de Lata
y volver definitivamente a Asturias.
Panteón español, años veintes.
De hecho, como ya cuento en Oriundos (en el capítulo “El primer mexicano”, a partir de la página 109), a principios del siglo XXI la cantina de Nicolás se llamaba apenas informalmente La Hoja de Lata pues era ése el nombre que aparecía en las fotocopias donde se reproducía el menú del día, pero ni estaba registrada oficialmente así y ni siquiera despachaba en el mismo lugar en donde estuvo el negocio del padre de mi abuela Fernanda: seguía, desde luego, en el cruce de Cinco de Febrero y Mesones, pero en la contraesquina. 
La conversación de hace quince años se produjo en el restaurante donde Nicolás vendía pollos rostizados, que era también de su propiedad y estaba unas calles antes de la esquina de Cinco de Febrero y Mesones, esto es más cerca del Zócalo, y ahí podía vérsele pasar las horas sentado muy derecho frente a la máquina registradora, a la puerta misma del local, cobrando los pollos.
Calle de Cinco de Febrero,
21 de marzo de 2019.
Mi idea es, hoy, jueves 21 de marzo de 2019, unos quince años más tarde, con un ejemplar de mi flamante libro en la mochila, buscar a Nicolás para entregárselo en persona. Mi esperanza es que el restaurante siga en el lugar en donde lo dejé hace tres lustros. Al ingresar desde el Zócalo he advertido, por vez primera en todo su esplendor, la belleza del inicio de la calle de Cinco de Febrero: sus dimensiones, de perfecta proporción: no tiene la anchura algo arrogante de Cinco de Mayo, ni la estrechez, debida quizás a la intensidad de su arquitectura o su comercio, de la calle de Tacuba. El arranque de la calle conserva un genuino sabor de época. Me he fijado por vez primera, como se merece, en la elegancia sobria y genuina de sus primeros edificios. Más adelante, Cinco de Febrero adopta otras características, sin perder abruptamente su hermosura: las paredes de tezontle, una que otra peana colocada en lo alto de una esquina, aunque sin rastro del santo o la virgen que alguna vez estuvo en ella. Hay que caminar unas cinco o seis cuadras para que las calidades de la primera parte de la calle se modifiquen, cosa que va ocurriendo poco a poco, y siempre para peor.
Desde la primera cuadra, al ingresar dando la espalda al Zócalo, voy por la banqueta poniente de Cinco de Febrero muy alerta a lo que pueda aparecer a mi izquierda, en la banqueta del otro lado, donde estaba el negocio de pollos rostizados. Tres, cuatro calles adelante me convenzo de que no queda ni el recuerdo del lugar en donde pasaba el día Nicolás. Así que sigo caminando, hasta llegar a la esquina con Mesones, hasta el sitio que ocupó La Hoja de Lata en los tiempos de Fernando Bueno. El edificio ha cambiado, desde luego, pero no tanto como para no poderlo reconocer. 
Esquina sudoeste de Cinco de Febrero y Mesones, donde estuvo La Hoja de Lata, propiedad de Fernando Bueno en los años veintes del siglo XX.
El último cambio, tan importante que mi padre primero no lo reconoce en la foto que le mando desde el lugar, es que ha sido pintado de color salmón. Ahí está, sin embargo, en la parte alta del edificio, en un lugar fuera de la vista de los viandantes, el escudo de la capital de Asturias, Oviedo. En otra pared se distingue el de la ciudad española de León. 
Escudos, respectivamente, de las ciudades españolas de Oviedo y León.
En las páginas de la revista de Alfonso Camín, en los tiempos en que estudiaba al poeta de Gijón en la biblioteca Pérez de Ayala de Oviedo, vi un anuncio de la cantina una vez que había sido vendida por el asturiano Fernando Bueno, en el que La Hoja de Lata se anunciaba como especializada en comida leonesa, por lo que tengo la teoría de que el primer propietario de la tienda, después del padre de mi abuela, fue un oriundo de León. Asturias, León... todo ello, como escribí en mi libro, en franco contrasentido geográfico con el nombre del negocio que hay actualmente en ese local: la Villa de Cáceres. 
De pronto, siento un pequeño dolor, como un rasguño en un lugar lastimado y sensible: no había reparado en que, con los años, acabé pasando unos días en Cáceres, feliz y enamorado, poco antes de que esos sentimientos se convirtieran en pérdida y dolor. Como sea, aquella ciudad medieval no es asturiana ni leonesa, como quisieran los escudos que ostenta el edificio de Cinco de Febrero y Mesones, sino extremeña, como la tienda que despacha actualmente en él.
Cruzo entonces la calle para hacer una nueva sesión de fotos. A mis espaldas, en la contraesquina, está el otro edificio, aquel en donde estuvo la cantina de Nicolás, es decir el último negocio que llevó, aunque fuera de manera informal, el viejo nombre de La Hoja de Lata. Las cosas van de prisa en la Ciudad de los Palacios: parpadeo y ya no está el negocio que fue suyo; ya ni siquiera es una cantina: como casi todo en esta ciudad, se ha convertido en un Oxxo. Cruzo la calle nuevamente; esta vez doy la espalda al edificio original, y hago otra fotografía.
Esquina noreste de Cinco de Febrero y Mesones,
donde estuvo, a principios del siglo XX, la cantina de Nicolás.
Ya que he llegado hasta aquí, decido seguir unas cuadras, siempre sobre Cinco de Febrero, esta vez hasta Regina. Son los rumbos de Fernando Bueno en el centro, más de una década antes del nacimiento de su nieto Fernando, mi padre, quien vino al mundo más al sur, en la Colonia Obrera. Doy la vuelta, pues, en Regina, a la derecha, hacia el poniente. En esta calle, pero en la siguiente esquina, esto es Isabel la Católica, nació mi abuela Fernanda. 
Esquina de Regina e Isabel la Católica, donde estuvo el edificio
en el que nació Fernanda el 5 de junio de 1914.
El edificio desapareció hace mucho; todavía ayer había unos baños, que quizás sigan ocupando la planta superior... Ahora se ha convertido en una Farmacia San Pablo. Sigo hasta la iglesia de Regina Coeli, donde Fernanda fue bautizada. En mi mochila, a mis espaldas, viaja el ejemplar que hubiera querido entregar a Nicolás. Tendrá que esperar a una mejor ocasión.

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Tomé las fotos que conforman este post el 21 de marzo de 2019. El resto pertenece a mi archivo.

Más sobre Oriundos en este blog:
La edición, https://bit.ly/2ES60qb 
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir


Acontecimiento en mi terraza

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No tengo imágenes del primer momento, cuando advertí un pequeño grumo de vellos grises que me hizo pensar en una excrecencia o un parásito. Un par de días después, cuando el alarmante apéndice se había convertido en un tallo definido y saludable, mandé una foto a mi amigo Alberto Kalach, quien me contestó que me preparara para presenciar, probablemente aquella misma noche, el nacimiento de una gran flor. Entonces me dediqué a vigilar el acontecimiento.
No es cualquier planta el pequeño cactus que vive en mi terraza. Posee, de entrada, una cierta alcurnia académica: fue un regalo hecho por mi amigo Israel Ramírez, de El Colegio de San Luis, cuando estuve en la ciudad potosina en abril de 2017 para asistir a la inauguración del Fondo Bibliográfico Ramón López Velarde que él encabeza y dar una plática sobre “El sueño de los guantes negros”, el extraordinario poema velardiano al cual dediqué un extenso capítulo de mi libro Ni sombra de disturbio (2014). Al final de la charla, quizás porque expresamos nuestra admiración por los inmensos cactus que asolean sus perfiles en el espacio central de la sede de aquella institución académica, Israel nos llevó a su cubículo y nos regaló la pequeña planta, metida todavía en el plástico negro con que había llegado de un vivero. 
29 de abril de 2017. Aeropuerto de San Luis Potosí. Foto: FF
El cactus había sobrado de un obsequio navideño del Colegio a sus maestros y alumnos, y aguardaba junto a la ventana del despacho de mi amigo junto a algunos de sus congéneres a la espera de su respectiva adopción. Al día siguiente, en el aeropuerto, Daniela y yo tuvimos que defender que viajara en cabina con nosotros, cosa que conseguimos después de una agria discusión con el encargado de la línea aérea, quien probablemente consideró que podríamos utilizarla como arma para secuestrar el avión.
Parapetada naturalmente para resistir la contaminación y el polvo, la planta pareció desde el principio sentirse cómoda en la ciudad. La tuve primero en la terraza de mis sábilas, donde se repuso del trajín del viaje, durante el cual, a pesar de los cuidados, había perdido algunos hijuelos que llevaba adheridos como pequeños satélites. No mucho después la mudé a una maceta más grande y apropiada, y luego todavía la cambié de lugar y la hice formar parte de una pequeña hilera de otras plantas, llenas todas de historias y evocaciones gratas para mí. Los hijuelos terminaron creciéndole alrededor hasta conformar esa especie de colonia de pequeños domos cactáceos, respectivamente armados de espinas punzantes y simétricas, que conforman la planta de los días actuales.
El cactus regalo de Israel Ramírez, de El Colegio de San Luis.
Aspecto de los días actuales.
La flor de belleza perfecta que efectivamente acabó brotando, no exactamente cuando dijo Kalach sino al día siguiente, vivió sólo unas horas. Abrió en algún momento de la noche del domingo 24 de marzo y alcanzó el clímax el lunes 25, hacia las doce del mediodía. Para la noche del mismo lunes había perdido su lozanía y anunciaba ya su irremediable declive. Eso sí: aquel día, 25 de marzo de 2019, durante un lapso de tiempo que coincidió con el máximo esplendor solar, brilló perfectamente tensa, vertical y magnífica. Me asomé todas las veces que pude: a admirarla, por supuesto, y a tomarle fotos. A continuación, una secuencia entresacada de las muchas que le hice: la primera es del sábado 23; es la misma que mandé originalmente a Kalach y publiqué en mi página de Facebook anunciando el inminente suceso. La última fue hecha al mediodía del miércoles 27, cuando di por concluido el fenómeno.

Sábado 23 de marzo. 14:55 horas.
Domingo 24 de marzo. 12:16 horas.
Domingo 24 de marzo. 15:48 horas.
Lunes 25 de marzo. 00:18 horas.
Lunes 25 de marzo. 10:38 horas.
Lunes 25 de marzo. 12:30 horas.
Lunes 25 de marzo. 13:21 horas.
Lunes 25 de marzo. 16:27 horas.
Lunes 25 de marzo. 18:45 horas.
Lunes 25 de marzo. 23:55 horas.
Martes 26 de marzo. 9:21 horas.
Martes 26 de marzo. 13:19 horas.
Miércoles 27 de marzo. 13:26 horas.
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Más naturaleza urbana en este blog:
Primera floración, http://bit.ly/2lx4qP5
Dracaena fragranshttp://bit.ly/2lx4qP5
Madrina. Foto: FF
Guía de árboles de la Ciudad de México, http://bit.ly/bSTUI2  
El árbol de Giovanna, http://bit.ly/1KnArSE
El gomero de Plaza San Martín, http://bit.ly/1FZKBkM
Segunda floración, https://bit.ly/2FLjUuY
Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W
Una pareja de pinzones cebra visita mi balcón, http://bit.ly/2nsG77V 

El rapto en el serrallo, 1

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Esta vez Sergio me ha pedido que escriba un gran monólogo en trece partes para sustituir los diálogos sin música que dan estructura dramática al primer Singspiel de Mozart, El rapto en el serrallo. Como hizo ya mi amigo director teatral en una ocasión, en el año 2000, cuando se propuso hacer lo necesario para que el público entendiera plenamente lo que ocurría delante de sus ojos, Sergio ha sustituido las escenas en lengua alemana que, en la versión original de la ópera, alternan con los números musicales, por unos textos que tienen la función de guiar a los espectadores a través de cuanto sucede en el escenario.
Aquella vez de hace casi veinte años, cuando montó en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México el más famoso Singspielmozartiano, La flauta mágica, Sergio inventó un personaje que tenía la función de encarnar, como le gustaba decir entonces, “el espíritu de la narración”. Aquel espíritu sacado de su ingenio, el cual circuló entre los cantantes y a través de las escenas de ese montaje, fue personificado por Sasha Sökol, quien dijo una serie de textos que yo escribí.
Ahora, dos décadas después, Sergio se ha aprovechado de una peculiaridad de El rapto en el serrallo: el que el Bajá Selim, personaje sobre el cual funciona el engranaje de la historia, y no sólo eso, sobre quien se produce el giro dramático final, no tiene un papel cantado. Así, será ese personaje quien, en esta nueva producción que va a estrenarse el próximo 5 de junio en el Teatro del Bicentenario de León, Guanajuato, con el director concertador Antoni Ros-Marbà al frente de la Camerata de Coahuila, va a relatar al público, en español, entre la obertura y las arias, los duetos, tríos, cuartetos y coros, los detalles de la historia necesarios para su pleno disfrute y entendimiento.
Me entusiasma que Sergio Vela, el más importante director de escena mexicano especializado en ópera, cuente de nuevo conmigo para formar parte de su equipo creativo, entre gente de genuina cepa teatral como Violeta Rojas, Ruby Tagle o Paulina Franch, y me permita gracias a ello trabajar en su versión de esta vieja y siempre nueva e invariablemente exitosa ópera de Mozart, al lado de la bailarina Casilda Madrazo, el Ensamble de Percusiones Tambuco y el Grupo Segrel, agrupaciones que encabezan respectivamente Ricardo Gallardo y Manuel Mejía Armijo.
Ricardo Gallardo y Manuel Mejía Armijo, respectivamente líderes
del Ensamble de Percusiones Tambuco y Grupo Segrel.
El martes pasado se llevó a cabo la segunda sesión de trabajo, en el estudio de Ricardo Gallardo en Coyoacán. Uno de los dos propósitos de la reunión era que el talentoso actor francés Nicolás Sotnikoff, quien encarnará al Bajá Selim, leyera por vez primera las más de veinte cuartillas que he escrito especialmente para esta puesta en escena. 
Dado que una de las singularidades (y audacias) de esta nueva producción de la gozosa ópera de Mozart es la de intercalar música de cuño antiguo y oriental entre los números musicales de Mozart, el otro objetivo de la reunión era que los líderes de Tambuco y Segrel hicieran sonar los primeros tratamientos de la música mayormente turquesca y con instrumentos antiguos que interpretarán cada vez que aparezca en escena el Bajá Selim. Tomé un puñado de fotos informales y espontáneas, y las comparto ahora, a manera de pequeño aperitivo, con quienes siguen este blog.
Sergio Vela y Nicolás Sotnikoff.
Manuel Mejía Armijo.
Ricardo Gallardo y Casilda Madrazo.
Parte del equipo creativo de El rapto en el serrallo: Manuel Mejía Armijo, Nicolás Sotnikoff, Casilda Madrazo, Sergio Vela (director), Ruby Tagle, Paulina Franch, quien esto escribe y Ricardo Gallardo.

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Más teatro en Siglo en la brisa:
Sobre Medea de Heiner Müller, https://bit.ly/2VjnRfG
La Ruta del Teatro, http://bit.ly/2DudbC1
La colaboración, de Sergio Vela, http://bit.ly/2onOobd
Textos para La mujer sin sombra de Richard Strauss, http://bit.ly/1IraPP6
La Orestiadade José Solé, https://bit.ly/2FLXAQk
Sobre una línea de Medea de Eurípides, http://bit.ly/2oE0MFe  
La lengua de La Celestina, a escena, http://bit.ly/2pjD0RK
El día que fui el Narrador, http://bit.ly/2rCRdqg



Oriundos ya está en Asiego

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El primer ejemplar de Oriundos llegó esta semana a Asiego de Cabrales, aldea de los Picos de Europa donde nacieron los personajes principales de mi libro. Gracias a Javier Niembro Fernández, quien también aparece en sus páginas –y es nieto de Guillermina, la mujer más entrañable del pueblo por los días en que frecuenté Asiego mientras viví en Asturias–; gracias a él por recibir tan generosamente ese primer ejemplar. (En la imagen superior, página de Oriundos donde aparece y se comenta el óleo que el pintor asturiano Tejerina pintó en los años setentas en Asiego de Cabrales.)

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Oriundos en este blog:
El arroz Covadonga, https://bit.ly/2IxEVe8
Santos, 1923, https://bit.ly/2CGCxir

Más sobre Cabrales (Asturias) en Siglo en la brisa:
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8
En la boda de Lola y Félix, https://bit.ly/2yIiLCK
Retratos asturianos, https://bit.ly/2KnktdZ
Autógrafos remotos, https://bit.ly/2KpuLgW





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