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Deniz en Buenos Aires

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En mayo pasado, durante la Feria del Libro de Buenos Aires, se llevó a cabo una mesa redonda sobre Gerardo Deniz. Uno de los participantes del homenaje, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, el poeta, editor y librero argentino Eduardo Ainbinder, contó que visitó al poeta en dos distintas ocasiones, la primera de ellas en 1997 y la segunda un lustro más tarde.
Tanto me interesó lo que dijo que, aunque participaba yo también en la mesa redonda, no hice otra cosa que tomar notas –con el propósito secreto de armar una entrada para este blog­. Unos días más tarde, pensándolo mejor, le pedí a Ainbinder que escribiera él mismo sus recuerdos de las dos veces que visitó al poeta fallecido el 20 de diciembre del año pasado. El testimonio de este talentoso escritor y hombre de libros argentino dice mucho de cómo se lee a Deniz más allá de las fronteras mexicanas. Publico este post el 14 de agosto de 2015, exactamente el día que Juan Almela hubiera cumplido 81 años.

Deniz
Por Eduardo Ainbinder
Un tarde de enero de 1997 –acompañado por el poeta Darío Rojo– llegué a San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes. Bajó a recibirnos un hombre alto, corpulento y algo excedido en peso (No lo imaginaba así. Por ese entonces sólo lo había visto retratado en la contratapa de Mansalva; un rostro flaco, algo esmirriado, que no dejaba adivinar semejante porte).
Aunque más que su altura, me impresionó cómo estaba vestido: de la cintura hacia arriba con una camisa a rayas, encima de otra camisa también a rayas –de diferentes colores entre sí– que sobresalían por debajo de un buzo con motivos latinoamericanos. De la cintura para abajo lucía un pantalón de patchwork y una pantuflas a cuadrillé escocés. Años más tarde descubrí otra fotografía suya. Ésta ilustraba una entrevista en donde aparecía ataviado de manera similar, por lo que supuse que con aquella vestimenta –digna de un arlequín– Juan Almela (Gerardo Deniz) desorientaba o agasajaba a las visitas, según sean reporteros o amigos.
Para romper el hielo le comenté que desde que habíamos llegado al Distrito Federal, junto a mi amigo pasábamos jornadas enteras dentro de las librerías de viejo de la calle Donceles.
“Qué morbosidad” recibimos por toda respuesta. Se provocó un silencio, un desconcierto entre nosotros, y otro hielo por romper, esta vez mayor. Con cierta sorna ante nuestro juvenil entusiasmo, sentada su enorme humanidad sobre un sillón, con las piernas estiradas y cruzadas por los talones, nos preguntó si escribíamos. “Ajá, poetas”, soltó, como advirtiéndonos que la poesía era para él una actividad minusválida y prescindible. No recuerdo si hubo más preguntas de su parte, sólo que de pronto desapareció para regresar enseguida con una botella de ron y tres vasos. Lo que siguió fue un extenso y proteico monólogo autobiográfico, una silva de varia lección impartida a dos receptores algo atónitos, elegidos vaya a saber por qué deidad para recibirla de primera mano.
A la hora de hablarnos de sus influencias mostró cierto desconcierto –sin abandonar nunca el tono socarrón–, provocado por la recurrencia con la que se comparaba su poesía con la de Ezra Pound. Tiempo después pude verificar que el malentendido ya se remontaba a la Crónica de la Poesía Mexicana de José Joaquín Blanco, publicado por vez primera en 1977. Allí, Blanco, en su breve mención a Deniz, sitúa sus poemas “muy próximo a los Cantos de Pound”, además de tildarlo de poeta “hermético”, término que lo acompañó como una maldición durante décadas. Evidentemente fueron pocos los que tomaron en serio esa declaración de principios aparecida en el prólogo de Mansalva: “En todos mis poemas el humo sube y las piedras caen”, que acaso retoma un verso de Salvador Díaz Mirón: “El rayo baja y el perfume asciende”.
Al respecto, dos iluminaciones: C. E. Feiling, en un artículo publicado en 1990 en la revista Vuelta: “Gerardo Deniz escribe poemas-problemas, circunstancia que vuelve perspicua y urgente la necesidad de interpretar (en el sentido de comprender) sus textos. Alguien me dirá que es imposible tener absoluta certeza acerca de las intenciones de otra persona. Estoy completamente de acuerdo (la vida es dura y breve), pero no hace falta caer en la vieja treta escéptica de descartar como cognoscitivamente inútil todo lo que no sea certeza absoluta”.
Segunda iluminación: Aurelio Asiain en un notable ensayo incluido en Caracteres de imprenta: “Es explicable, aunque siempre hay que lamentarlo, que haya quienes piensen (…) que detrás no hay nada y que el poema es pura confusión. La poesía de Deniz es difícil y participa de un mundo extraño en muchos sentidos al que habitamos cotidianamente la mayor parte de los lectores; pero esa dificultad (que no es extraña en la poesía mexicana: piénsese en Chumacero y en cierto López Velarde, dos maestros suyos) puede ser una de sus características más estimulantes y corresponde, admirablemente, a una experiencia vital integradora de universos que solemos creer incompatibles”.
Volviendo a aquella tarde-noche, cada vez que me animaba a interrumpirlo con una teoría de cosecha propia sobre sus poemas, contestaba con un silencio, sin mostrar el menor interés, indiferente como sólo puede serlo un gato. Por más sensatas que fueran las teorías (y las mías no lo eran), Gerardo Deniz sólo parecía apreciar a quien pudiera identificar uno o más ingredientes en sus poemas; el origen de alguna cita en otro idioma, episodios de la trastienda de la Historia o alguna alusión recóndita. Cuando esto sucedía se animaba notablemente, abandonando toda indiferencia. Recuerdo que comenzaba sus “visitas guiadas” con una interrogación: “¿Notaron que…?”
Como en ese momento era reciente la publicación de Ton y son le pregunté sobre “Epitufo”, el enigmático título de uno de los poemas que integran el libro, en el que escribió su epitafio (el epitafio de un Pitufo), como consecuencia de los dichos de un crítico que sentenció que Deniz era sólo un habla: “Como la ninfa Eco hasta ser una voz / yo me enjuté hasta quedar sólo en habla, / sin darme cuenta: cero, polvo a la izquierda, / ceguera por carencia neta / de discernimiento teórico. Merecido”. Cabe resaltar que a cierta altura de la noche todo requerimiento de nuestra parte era respondido con creces así que fui por más y le pregunté  sobre “La voz tras el espejo”, poema que especialmente me intrigaba por un tono que le era absolutamente ajeno (“Perdida en la orilla muda de mi sueño / muestra las dos manos a un cielo que cae / túnica espumeante opaca de enigmas / por arcos sonoros de una luz difusa”.) Escrito para ilustrar su teoría de la neo-cursilería, resultó además una involuntaria trampa para atrapar incautos, cuyo inmediato resultado a la publicación de Ton y son fue el llamado telefónico de un poetastro que lo felicitó por haberse “superado a sí mismo” en ese texto. Sin embargo, su teoría de la neo-cursilería no se circunscribía a lo poético, sino que también alcanzaba a cierta crítica que según sus propias palabras “sólo ofrece expresiones borrosas que no significan gran cosa”. 
Quizá pueda mencionarse como único antecedente bélico en la poesía mexicana a Salvador Novo, en especial a aquellos sonetos en donde, entre otras cosas, hace escapar un pedo sazonado al mismísimo López Velarde, o dice que Sor Juana, como cualquier mortal, cagaba mierda.
Pero a diferencia de Novo, en Deniz la actitud confrontativa, de mofa hacia la cultura, excede el marco de la sátira. Allí donde la sátira se muerde la lengua, Deniz dispara con munición gruesa, como cuando trató de “ganglio cerebroide” a José Emilio Pacheco.
La hora de irnos se acercaba y como por ese entonces yo tenía un pequeñísimo sello editorial, me animé a pedirle algún texto inédito para publicar en Argentina. Nos habló de una larguísima prosa sobre “Allanamiento de violeta”, poema que describe una penetración anal a esa damisela de largas piernas que bautizó con el nombre de “Rúnika”. 
Por supuesto que no estaba dispuesto a entregarnos el texto así como así. La cuestión hubiese requerido más visitas, una mayor entrada en confianza, y yo estaba en México sólo por unos pocos días más. Quedé en llamarlo por teléfono al regresar a Buenos Aires para arreglar el asunto, pero advirtió que todo estaba “a merced de su neurosis de turno”. Lamentablemente, por una cosa o por otra, nunca lo llamé. Cabe agregar que dicha prosa sigue inédita hasta hoy. Junto a mi amigo, habíamos ingresado a eso de las siete de la tarde a ese departamento al que sólo le daba el sol quince minutos por día, en donde Juan Almela vivía en forma más que modesta. Olímpicos, con ejemplares de Op.cit. bajo el brazo, nos fuimos cerca de la una de la madrugada.
Cinco años después tuvo lugar mi segundo encuentro con el autor de Erdera. Sin embargo, fue mucho más breve y no tuvo ninguno de los ingredientes del primero. Esta vez, cuando lo llamé por teléfono alguien respondió: “Hola, pastelería…”. Creí que era otra de sus estratagemas para desconcertar, pero resultó que se había mudado. (Cuando Mónica de la Torre, su traductora al inglés, lo llamó por primera vez, se produjo el siguiente diálogo: … Hola, ¿es usted Gerardo Deniz? –A veces.) Conseguí su nuevo número por los buenos oficios de Juan Carlos Cano –actual editor del sello Mangos de Hacha–, quien además me acompañó a verlo. Ahora residía en Torreón 25, en la Colonia Roma sur. Nos recibió con un “Bueno, qué clase de crimen quieren cometer conmigo”…

____________________
El retrato de Ainbinder es mío; lo mismo la foto del letrero de la calle de Donceles y la foto de Deniz que cierra el post. La foto de C.E. Feiling (1961-1997) procede de http://bit.ly/1ut3pc1, donde se publica sin crédito de autoría. La de Pacheco, de http://bit.ly/1M6ucTA, donde ocurre lo mismo. Tomo la de Aurelio Asiain de su página en Facebook. La de Salvador Novo es de Álvarez Bravo y la copio de http://bit.ly/1xb93jE. El mapa que acompaña este post es una fotocopia sobre la que Deniz marcó algunos detalles relacionados con su poema “Allanamiento de violeta”, para ilustrar una prosa que aún es inédita, tal y como afirma Ainbinder; este año, por cierto, verá la luz como parte de dos ediciones simultáneas: en la segunda de Visitas guiadas (DGP de Conaculta) y en la primera de De marras, la prosa reunida de Deniz (FCE). La foto en blanco y negro de Deniz es de Nicola Lurusso y fue tomada en el departamento de San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes, donde los poetas Ainbinder y Rojo visitaron a Juan Almela la primera vez. En primer plano puede verse a Koshka, la gata de Deniz.

Más sobre Gerardo Deniz en este blog:
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1



La cifra (1981)

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No sé cuántos de mis colegas lectores de poesía hayan visto alguna vez las dos ediciones. En 1981, mi entusiasmo por Borges había alcanzado la cima: como ya he contado por extenso en este cuaderno en línea, en agosto de aquel año lo vi decir unos poemas en una lectura pública; poco después conseguí –de una sola vez– todos sus libros, quiero decir que todos los que estaban en la colección de bolsillo de Alianza Editorial (empezando por el primero que leí, El informe de Brodie, en un ejemplar idéntico al que había sacado de la biblioteca de la preparatoria).
Entonces apareció La cifra. Recuerdo que Excélsior anunció la publicación del nuevo libro de poemas de Borges, que veía la luz en dos ediciones simultáneas –una de Emecé en Buenos Aires, la otra de Alianza Editorial en Madrid–, asegurando que se trataba de su "testamento literario". Lo que nadie sabía es que el poeta argentino todavía iba a publicar un libro más del género, Los conjurados (1984).
Pero la intención de este post no es tanto presumir las dos ediciones que están en mi biblioteca (una de ellas, regalo de mi amigo Sergio Vela), sino echar un ojo a lo que dice Borges de sí mismo en el prólogo de ese libro; de paso, asistir a la notable clase de literatura que ofrece en esa misma página. Por último, copiar alguno de los poemas que más me han gustado ahora que lo acabo de releer.
“Poesía intelectual”: así dice Borges que se llama lo que hace él. Y es que, explica, con los años ha comprendido que no son para él “la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento”. “La palabra”, sigue diciendo, pero seguro quiere decir “la expresión” (es decir, “poesía intelectual”), “es casi un oximoron: el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño) por medio de imágenes, mitos o fábulas. La poesía intelectual debe entretejer gratamente esos procesos”. Entonces ofrece algunos ejemplos de poesía intelectual: “Platón en sus diálogos”, dice, y Francis Bacon en sus enumeraciones. “El maestro del género es, en mi opinión, Emerson”, añade. Además de ellos “lo han ensayado, con diversa felicidad, Browning y Frost, Unamuno y, me aseguran, Paul Valéry”. (Habría que excavar en ese “me aseguran”: seguro que tiene alguna jiribilla que a mí se me escapa.)
A continuación, el poeta argentino ofrece un ejemplo de poesía “puramente verbal”, una estrofa del poeta Jaime Freyre en la que quizás haga un guiño a su propia circunstancia (expresada más abiertamente en la dedicatoria del libro, aunque en aquel lugar no mencione el amor):
Peregrina paloma imaginaria,
que enardeces los últimos amores,
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria
de la que dice que “no quiere decir nada y a la manera de la música dice todo”. Ha ofrecido ese ejemplo para contrastarlo con este otro, de poesía intelectual, esta vez la famosa estrofa de Fray Luis de León de la que dice (sorprendentemente para mí) que Edgar Allan Poe se la sabía de memoria, en cuyos versos, afirma, no hay una sola imagen, y en el que cada palabra (a excepción, acaso, de “testigo”) es una abstracción:
Vivir quiero conmigo,
gozar del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo.

Borges cierra el prólogo diciendo que los poemas de La cifra“buscan, no sin incertidumbre, una vía media”. A continuación reproduzco un poema de ese libro, es decir un ejemplo del género de poesía que buscaba en los últimos años de su vida, según asegura él mismo.
Nótese cómo en la repetición de la palabra “Rhin” de los primeros versos está el artificio que hace que Quevedo escriba hasta cinco veces la palabra “Roma” en su célebre soneto dedicado a la ciudad eterna (cuatro sólo en la primera estrofa), número que Borges copia sin ninguna dificultad. Quevedo, y aun Ronsard –que también echó mano del recurso–, partieron “de un epigrama del humanista polaco Nicola Sep Szarynski” publicado en 1608, y que dice: “Qui Roma in media quaeris, novus advena, Romam, / et Roma in media Romam non invenies…”, según explica José Manuel Blecua en una de las ediciones de Quevedo que tengo a mano (Poemas escogidos, Castalia, 1989, pág. 141).
Por último, me hace gracia que en el prólogo del libro Borges mencione a Unamuno, escritor que de ninguna manera estaba entre sus preferidos, porque el último verso del poema que sigue me recuerda, todo lo vagamente que se quiera, el final de uno de los más conocidos del viejo rector de la Universidad de Salamanca.


Correr o ser
Por Jorge Luis Borges
¿Fluye en el cielo el Rhin? ¿Hay una forma
universal del Rhin, un arquetipo,
que invulnerable a ese otro Rhin, el tiempo,
dura y perdura en un eterno Ahora
y es raíz de aquel Rhin, que en Alemania
sigue su curso mientras dicto el verso?
Así lo conjeturan los platónicos;
así no lo aprobó Guillermo de Occam.
Dijo que Rhin (cuya etimología
es rinan o correr) no es otra cosa
que un arbitrario apodo que los hombres
dan a la fuga secular del agua
desde los hielos a la arena última.
Bien puede ser. Que lo decidan otros.
¿Seré apenas, repito, aquella serie
de blancos días y de negras noches
que amaron, que cantaron, que leyeron
y padecieron miedo y esperanza
o también habrá otro, el yo secreto
cuya ilusoria imagen, hoy borrada
he interrogado en el ansioso espejo?
Quizá del otro lado de la muerte
sabré si he sido una palabra o alguien.

(Tomado de La cifra, Emecé Editores, Buenos Aires, 1981, pág. 75.) 
_______________
La foto de Borges es de Rogelio Cuéllar. Tomo la de Paul Valéry de http://www.poets.org/, donde se ofrece sin crédito de autoría.


Más poesía comentada en este blog:
1. De Pedro Salinas, http://bit.ly/waOQiL  
2. De Lope de Vega, http://bit.ly/9ZpQ2U 
3. De Juan Ramón Jiménez, http://bit.ly/aoVJM3
4. De Andrés Fernández de Andrada, http://bit.ly/9xgKZQ
5. De Macedonio Fernández, http://bit.ly/wZS9zU
6. De César Vallejo, http://bit.ly/yNbYFH
7. De José María Fonollosa, http://bit.ly/SNtIEE
8. De Ángel González, http://bit.ly/1INUvry

Más sobre Borges en Siglo en la brisa:
Velada poética en la Sala Ollin Yoliztli: http://bit.ly/1n26rgE
Foto en los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
El prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El gomero de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX


Colegas humanistas

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Hace unas semanas contaba yo en este espacio que los hermanos maristas, con quienes cursé toda mi vida de estudiante antes de entrar a la universidad, tenían no pocas virtudes pedagógicas pero que eran deficientes alentando las vocaciones humanísticas que no condujeran al odioso Derecho. En el último año de la preparatoria coincidí, en el Área Cuatro, la dedicada a las Disciplinas Sociales, con una serie de colegas que acabaron dedicándose al cine, al teatro, a la filosofía o a las letras a pesar de no contar con el mínimo estímulo académico para decidirse a hacerlo. La prueba de que los maristas no ayudaron en el desarrollo de sus capacidades artísticas es que la mayoría de ellos estudiaron algo que no era su vocación, antes de tomar su verdadero camino, exactamente como me pasó a mí.
Aquí los retratos, de ayer y de hoy, de esos siete heroicos compañeros; las fotos de los tiempos en que coincidí con ellos provienen de la Memoria del Centro Universitario México precisamente de ese curso, 1981-1982 (a la derecha, la portada de esa edición). Todas las fotos fueron tomadas por Elpidio Hernández, inquietante personaje que murió ese mismo año, no mucho después de hacer sus últimas imágenes, y al que la comunidad estudiantil apodaba El Chile –por las bien justificadas razones que expondré en una próxima entrada de este blog.



Celso Álvarez, pintor y arquitecto


Jose Álvarez, cineasta


Carlos Bolado, cineasta


Eduardo Menache, filósofo


Santiago Pando, cineasta


Fernando Rodríguez Guerra, lingüista


Sergio Vela, director de escena

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Tomo la foto de Celso Álvarez de su página en Facebook; la de Carlos Bolado, de http://www.snipview.com/. El retrato de Santiago Pando es su imagen oficial en twitter. El resto de los retratos son míos y fueron tomados en diversos momentos y ocasiones.

Más sobre el Centro Universitario México (CUM) en este blog:
Caricaturista (1979-1980), http://bit.ly/1SZf0c3
La Revolución y el fracaso educativo en México, http://bit.ly/hbMJUo
Borges y el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/1fdQ6RC

Más sobre mis viejos colegas en Siglo en la brisa:
Jose Álvarez rescata la voz de Octavio Paz, http://bit.ly/1fCpu0p
Eduardo Menache, maestro de la EME, http://bit.ly/1u71LMS
Fernando Rodríguez G., sobre El ciclismo y los clásicos, http://bit.ly/1g43dek
Sergio Vela, director de escena, http://bit.ly/1U25whD




Adiós a Yamita

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Ayer, Yamita hubiera cumplido 4 años. El jueves de la semana pasada, después de un mes de pelear contra una insuficiencia renal, murió en mis brazos. Ha sido tristísimo para mí. Nunca hubo una gatita más mimada, querida, observada, fotografiada. Yo la contemplaba todo lo que me era posible y hacía todo por que ella estuviera atendida, cómoda, feliz; ella me correspondía con un lenguaje perfectamente nítido y legible, siempre con inteligencia y dulzura. Tengo infinitos apuntes sobre sus singularidades, entre otras su pasión por el agua en cualquiera de sus formas, desde la lluvia, por fuerte que arreciara, y en la que le gustaba pasar largas horas apenas protegida bajo una mesa, hasta los cubos de hielo, que pedía todos los días y luego lamía largamente (cualquier cosa que tuviera algo de la humedad con que ahora la lloro). La palabra “mascota” me resulta ofensiva: Yamita era mi pequeña compañera. Y mucho más: ella era la Naturaleza, con toda su belleza y todo su misterio, que accedía, en mi misma casa, en el estudio donde escribo y en la cama donde leo y descanso, a estar en diálogo cotidiano y permanente conmigo. Claro que adoptaré otro gato, un día de estos. De momento no puedo pensar más que en abrazar la pena de haber perdido a esa entrañable e inolvidable gatita cuya vida acaba de ser, como escribió Garcilaso, “antes de tiempo y casi en flor cortada”.

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Más sobre Yamita en este blog:

Un año de Yamita Monogatari, http://bit.ly/PMM7Vy
2013 en diez imágenes, http://bit.ly/1ehGdEj
Fotos curiosas, http://bit.ly/1wXRbuC
Imágenes recientes, http://bit.ly/1EEQYzP



Un programa de mano profético

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Me lo hizo notar Felipe Soto Viterbo. La primera vez que escribí sobre la famosa Noche de Poesía Internacional que se llevó a cabo en la Sala Ollin Yoliztli en agosto de 1981, me referí a Borges con estas palabras: “Fue el primero en tomar la palabra. Exceptuando a Günter Grass, que para entonces había ganado ya el Premio Nobel, era quizás el escritor más conocido de los que participaban en la velada. También el más viejo: 82 años (el que le seguía en edad era Paz, que era tres lustros más joven).” 
Felipe me hizo ver que en mis palabras había un grueso error: Grass había ganado el Nobel, era cierto, pero dieciocho añosmás tarde… ¿De dónde saqué esa información, que no pasó por mi rígido Departamento de Revisión de Materiales, compuesto por un beligerante grupo de mujeres de pelo en pecho? Pues nada menos que del folleto que pusieron en nuestras manos los organizadores de la velada. En la página dedicada a Günter Grass se lee, con toda claridad, que el escritor alemán “ha sido distinguido con el Premio Nobel de Literatura”. Como diría Borges de otra cosa (“Emma Zunz”, El Aleph), la afirmación era “sustancialmente cierta”, aunque fueran falsas las circunstancias y la fecha. Vean ustedes mismos el gazapo, en el último renglón de la ficha biográfica de Grass:
Ya que hemos llegado hasta aquí, echemos un ojo al poema de Grass que aparece en esa página. El autor de El tambor de hojalata es mucho menos conocido como poeta que como novelista, así que no deja de tener interés conocer algún ejemplo de su poesía. Aquí el que leímos aquella noche en el profético programa de mano.

Sobre qué escribo
Por Günter Grass

Sobre el comer, el regusto.
Después, sobre huéspedes no invitados o llegados con un siglo de retraso.
Sobre la sed del limón exprimido de la caballa.
Más que sobre cualquier otro pez, escribo sobre el rodaballo.

Escribo sobre la abundancia.
Sobre el ayuno y por qué [se] inventaron los comilonas.
Sobre el valor nutritivo de las migajas de la mesa del rico.
Sobre la grasa y las heces y la escasez y la sal.
Describiré doctamente –en medio de una montaña de miijo–,
cómo la mente se volvió biliosa y el estómago demente.

Escribo sobre los pechos. Escribiré, mientras dure,
sobre Ilsebill embarazada (su antojo de pepinillos).
Sobre el último bocado compartido, la hora pasada con el amigo
comiendo pan, queso, vino y nueces.
(Hablamos con delectación de lo divino y lo humano
y también del engullir, que no es más que miedo).

Escribo sobre el hambre, sobre la forma en que fue descrita
y por escrito propagada.
Escribiré, mientras voy a Calcuta, sobre las especias
(cuando Vasco y yo hicimos bajar el precio de la pimienta).

Carne: cruda y cocida, se ablanda, se deshilacha, se contrae o deshace.
Las gachas nuestras de cada día
y las demás cosas premasticadas: fechas históricas,
las carnicerías de Tannenberg-Wittstock-Kolin
y todo lo que queda luego: huesos, pellejos, tripas, salchichas.

Sobre el asco ante el plato lleno, sobre el buen sabor,
sobre la leche (y cómo se cuaja),
sobre el nabo, la col y el triunfo de la patata
escribiré mañana
cuando los restos de ayer sean fósiles de hoy.

Sobre qué escribo: sobre el huevo.
Frustraciones y grasas, amor que devora, soga y clavo,
disputas por un pelo y por la palabra caída en la sopa.
Sobre el congelador y lo que pasó
cuando se fue la corriente.
Escribiré sobre todos nosotros sentados ante platos ya vacíos
y también sobre ti sobre mí,
y sobre la espina en la garganta.
(Traducción de Miguel Sáenz)

_______________________
A la derecha de estas líneas, mi padre y yo entre el público asistente a la velada. De la red tomo prestado el retrato de Grass.

Más sobre la Noche de Poesía Internacional de agosto de 1981, en este blog:
Borges en al Sala Ollin Yoliztli,  http://bit.ly/1n26rgE
El video de aquel día, http://bit.ly/1LFYa0s



Un humilde artículo indeterminado

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Prácticamente todos los críticos y amigos que han tenido la generosidad de comentar por escrito mi libro de ensayos sobre López Velarde se han detenido a destacar el hallazgo de una pequeña palabra en la que anteriormente ningún especialista se había fijado, aun a pesar de estar bastante visible en el manuscrito de uno de los poemas más conocidos (y fascinantes) del gran poeta de Jerez. Esa palabra, un “humilde artículo indeterminado”, como me permití llamarla, comprueba que durante largos años hemos leído una transcripción incorrecta del poema, “El sueño de los guantes negros”. Publico aquí el fragmento del ensayo en el que se da cuenta del asunto; es el penúltimo de los cinco trabajos que conforman Ni sombra de disturbio,y se titula “El enigmático caso de ‘El sueño de los guantes negros’”. En el fragmento que reproduzco a continuación, y que ya había aparecido como parte de una entrega más larga en la revista Este País, hago el relato de mi visita a la biblioteca de la Academia Mexicana de la Lengua, en compañía de una experta restauradora de documentos antiguos adscrita al Instituto Nacional de Antropología e Historia. En la biblioteca de la institución académica tuve la oportunidad de analizar el maltrecho único documento en que el poema fue conservado.

[…]

Como sea, la hoja tiene un aspecto de objeto manipulado en exceso, con torpeza, quizás con exasperación. En la parte superior, a la mitad y en el extremo inferior de ambos lados aparecen unas marcas como las que quedan en el papel cuando ha sido parcialmente quemado, ese borde de color café de los documentos que han sido sometidos al fuego –como hacen los niños cuando quieren darle a una hoja cualquiera un acabado de pergamino antiguo–. En dos de los tres lugares en los que se aprecian esas marcas la hoja está traspasada y si no fuera por el papel blanco con el que fue intervenida sería posible ver a través de ella (es curioso pero hay pérdida total donde se encontraba el adjetivo “resucitada”). La parte más estropeada es el extremo inferior de la hoja, que ni siquiera conserva el corte horizontal de su primer estado: las marcas de la “quemadura” hacen que el documento acabe por debajo en una especie de fleco irregular medio chamuscado. 
Bien sabemos que lo que desde el principio se leía con mayores dificultades, cuando Fernández Ledesma [en la foto de arriba, con su amigo López Velarde] lo vio en 1920 en Gobernación, era “la parte final del manuscrito, borrado por el roce del bolsillo”, que “apenas podía leerse”, así que podemos aventurar que el papel está tan dañado en su extremo inferior porque se hizo hasta lo imposible por rescatar las últimas líneas del poema. Lo que no puede explicarse es la localización de las roturas superiores porque ninguna de ellas está en los lugares en los que faltan palabras. ¿Será que López Velarde hizo uso de una goma de borrar y que por eso en esos dos lugares el papel estaba ya tan resentido que acabó rompiéndose? Finalmente, se trata de un borrador: por algo está escrito a lápiz y no con la tinta con la que están pasados en limpio casi todos los demás manuscritos custodiados por la Academia.
Pero eso no es todo: sobre los tres versos de la penúltima estrofa del poema se aprecian unas manchas que siguen el sentido de las líneas escritas y que hacen pensar que más que querer descubrir lo que dicen se hubiera intentado ocultarlo. O si no ¿para qué echar cualquier género de sustancia sobre los versos que siempre fueron legibles? Además, como me explica la experta del inah, los “reactivos” a los que se refiere Fernández Ledesma suelen utilizarse cuando se ha usado tinta, nunca lápiz. La tinta penetra el papel, cosa que no hace el grafito, por lo que esas sustancias podrían funcionar para sacar a la luz lo que estaba físicamente oculto –cosa que no ocurre cuando se ha usado lápiz–. Lo que es casi seguro, sigue diciendo, es que se hizo uso de algún género de líquido corrosivo que “carcomió” el papel. Otra opción, añade, es que hayan “embebido” el documento en alguna sustancia –y cuando lo dice, como es natural, recuerdo que Menéndez Pelayo asegura que a finales del siglo xv Fernando de Rojas embebió en diálogo unos versos de Persio con una trascendencia que, ya lo sabemos, alcanzó a López Velarde.
Por paradójico que parezca, lo más frágil y al mismo tiempo lo más contundente del manuscrito es la marca del lápiz, quiero decir la escritura misma del poeta, que se adivina en el lado anterior del documento detrás del gran borrón producido por el contacto consigo mismo y con otros papeles, y con las manos, con muchas manos. Como arena color plomo sobre la que ha soplado el viento, la plombagina de la que habla Fernández Ledesma aparece esparcida fuera de los límites que le impuso originalmente el poeta sobre la extensión de la hoja en blanco original, produciendo una suerte de confusión de apariencia indescifrable. (“Plombagina”, aclara Vander Meeren en su dictamen, “viene del francés plombagine, que significaba ‘tipo de plomo’, por su parecido al plomo, aunque ya desde el siglo xvi se utilizaba el grafito en lugar del plomo” en la fabricación de lápices). Lo más interesante del dictamen de la maestra Vander Meeren es que afirma que “con el avance tecnológico es posible actualmente realzar ciertas tintas u otros materiales con técnicas no invasivas a base de luces especiales y tomas fotográficas”; a pesar de que aclara que no es especialista en la materia, añade que “quizá sería oportuno realizar algunas pruebas de tomas fotográficas con IR (infra rojo) u otro procedimiento para ver la posibilidad de realzar el texto borrado y así recuperarlo”. Aunque la idea me parece sugerente, me temo que es difícil que pueda hacerse nada y tenemos que conformarnos con el manuscrito tal y como aparece a nuestros ojos.
Si no fue posible leerlo completo cuando murió López Velarde, mucho menos lo es ahora, casi un siglo después. Pero lo que vemos ofrece algunos cuestionamientos problemáticos y hasta alguna sorpresa. Como ya dije, la parte inferior del documento no es más que un fleco chamuscado, con la consecuencia de que lo que está (o estaba) escrito en ese preciso lugar, tanto en el anverso como en el reverso, es lo más afectado. En la parte inferior del frente se alcanza a ver el arranque del verso “¿Conservabas tu carne en cada hueso?” pero la palabra “cada” ya no se lee bien y la palabra “hueso” ni siquiera existe, como si hubiera sido completamente roída. Si el poema fuera desconocido y el manuscrito acabara de aparecer como única fuente del texto, ya no podríamos reconstruir tampoco el verso clave de “El sueño de los guantes negros”. Pero lo más inquietante me lo hace ver la maestra Vander Meeren: para ella, en el lugar donde siempre se ha leído la palabra “carne”, quizás diga otra cosa
En el reverso, el caso más grave de pérdida está ubicado de nueva cuenta en el extremo de abajo, que materialmente también ha desaparecido casi por completo. No es que los últimos tres versos sean ilegibles, es que ya no existen. Si lo que está transcrito en las ediciones es
     libre como cometa, y en su vuelo
     la ceniza y… del cementerio
     gusté cual rosa…
lo único que podemos descifrar actualmente es:
     libre como un cometa y en…
     la ceniza y…
     gusté…
en que el verbo está efectivamente tachado. Ni trazas de la palabra “cementerio”, que según la especialista del inah ya ni siquiera estaba en el documento cuando fue restaurado.
Hay más detalles, nimios pero de indudable interés. Al menos en un caso aparece claramente una palabra que nunca fue considerada en las transcripciones. Puede parecer una tontería, y quizás lo sea, pero llama la atención que haya ocurrido así. ¿Cuántos ojos se posaron en el manuscrito hasta que en 1971 los hermanos López Berumen se lo entregaron al Presidente Echeverría? ¿Y después? ¿No esperaría uno, ya que José Luis Martínez [a la derecha de estas líneas] se tomó el cuidado de proponer las palabras que faltan y que por lo tanto lo estudió al milímetro, que alguien, empezando por él mismo, se hubiera dado cuenta?
El caso está en la problemática estrofa final: a la vista del manuscrito (o de lo que queda de él), el único verso que se lee completo en la última estrofa fue transcrito de manera errónea y en donde siempre hemos leído
     libre como cometa, y en su vuelo
dice claramente
     libre como un cometa, y en su vuelo
Puede parecer una tontería, repito, mucho más cuando el género de palabra que no registraron los especialistas, un humilde artículo indeterminado, no tiene mayores consecuencias en el significado del poema (y ninguna en una estrofa llena de huecos). Pero el caso es que en uno de los poemas más comentados de nuestra literatura hay un pequeño detalle, relativamente evidente, que al parecer ha pasado desapercibido para todos.
Y algo más, por último: en el primer verso ilegible se ve claramente una raya que tacha lo que estaba escrito, una palabra tan tenuemente escrita que de verdad acabó por borrarse. Arriba de ella se lee algo que podría ser, en efecto, “carne”. Las únicas palabras que están libres de la tachadura son las últimas, es decir: “tu ser perfecto”. Esto es lo que se aprecia:
     mi carne
     de lo [palabra ilegible] tu ser perfecto
Si eso es así, habría que aceptar que el poema, al menos en su versión final, o mejor dicho en la última versión que tuvo en las manos López Velarde, estaba de verdad incompleto y por eso nunca lo publicó.

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Este texto es un fragmento del capítulo “El enigmático caso de ‘El sueño
de los guantes negros’” de mi libro Ni sombra de disturbio. Ensayos sobre Ramón López Velarde, que apareció en octubre de 2014 en una coedición de Auieo Ediciones y la Dirección General de Publicaciones de Conaculta.

Más sobre Ni sombra de disturbio en este blog:
El manuscrito, http://bit.ly/1FkjwJY
La presentación en el Museo Tamayo, http://bit.ly/1SvPw5I
Fotos de la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
La reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1GP0UqG
El artículo de Juan Villoro, http://bit.ly/1NbwTnW

El número de Scherer, en línea

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Con frecuencia me preguntan si tengo algún ejemplar del número que Viceversa dedicó a Julio Scherer en abril de 1994. La respuesta es siempre la misma: quitando el que forma parte de mi archivo, ni uno solo
Hace unas semanas pedí a la diseñadora Heidi Poun que me ayudara a subir el número a Issuu. El propósito de este post es anunciar que acabamos de hacerlo; en el enlace que copio más abajo, puede verse y leerse el número entero (incluidos forros, secciones que no tienen que ver con el dossierdedicado al fundador de Proceso, y hasta anuncios). Al calce de esta entrega de Siglo en la brisa el lector encontrará algunos linksque conducen a diversos materiales sobre la revista, reunidos todos en este blog.



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En las fotos de arriba, respectivamente, los momentos en que Julio Scherer y Miguel Ángel Granados Chapa abandonan las oficinas de Excélsior, el 8 de julio de 1976. Las imágenes son de Aarón Sánchez y están incluida en la entrega especial de Viceversa.

Más sobre Julio Scherer en Siglo en la brisa:
El numero de Scherer, http://bit.ly/12AooNW
Leñero comenta las mejores portadas de Procesohttp://bit.ly/1FI3kXN
Juan Miranda retrata a Octavio Paz, http://bit.ly/1euDvXV

La foto que acompaña esta nota es de mi hermano, José María Fernández; en ella aparece un buen número de los profesionales que trabajaron para la revista en sus diversas etapas: de izquierda a derecha, Leonel Sagahón, Mónica Braun, Claudia Muzzi, Fernanda Solórzano, Ángeles Zamora, Soren García Ascot, Rodrigo Toledo, el que esto escribe, Álvaro Fernández Ros y Rocío Mireles. La imagen fue captada el día que conmemoramos veinte años de la fundación de la revista, el 14 de noviembre de 2012, en la Casa Refugio Citlaltépetl.

Más sobre Viceversa en este blog:
A veinte años de su fundación, http://bit.ly/1q7lIik
Mis diez portadas preferidas, http://bit.ly/VXMFDt
De Orwell a Trotski a Viceversahttp://bit.ly/SQ5p6V
Viceversa en la historia del diseño gráfico en México: primera parte, http://bitly.com/S5fFHU; segunda parte, http://bit.ly/XDodtG; tercera parte, http://bitly.com/Ze9KW8.
Viceversa en la historia del diseño gráfico en México: primera parte, http://bitly.com/S5fFHU; segunda, http://bit.ly/XDodtG; tercera, http://bitly.com/Ze9KW8.

Zacatecas, junio de 1985

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He aquí el ejemplar del libro en el que vi por primeravez el nombre de López Velarde: es la quinta edición, de septiembre de 1980, de un título publicado originalmente en 1965. Estaba en la biblioteca de mis padres, de donde lo saqué para descubrir el ensayo de Octavio Paz sobre el gran poeta de Zacatecas. Todo mundo sabe que “El camino de la pasión”, que es como se llama ese ensayo, fue escrito en principio como un comentario al estudio de Allen W. Phillips, y aparece en este libro, Cuadrivio, acompañado de otros tres trabajos, los tres espléndidos y de primera, dedicados respectivamente a Darío, Pessoa y Cernuda.
No puedo decir que haya entendido mucho sobre quién era y qué significaba López Velarde en aquella primera lectura del verano de 1984, que es cuando está firmado el ejemplar que me apropié inmediatamente. (Ahora que lo pienso, bien podría ser que ése haya sido el primero de los libros de mi biblioteca.) No obstante, aquel primer acercamiento ya me hizo sentir una extraña fascinación por el lenguaje de ambos poetas; en particular, por supuesto, por el de López Velarde. 
El hecho ocurrió el verano que cumplí veinte años; no mucho después, le propuse a un amigo de entonces, Francisco de la Mora, que hiciéramos un viaje a Zacatecas con el propósito de ver el cielo cruel y la tierra colorada. 
Lo hicimos en junio del año siguiente, 1985; de aquel viaje tengo un puñado de fotos que hace poco cumplieron treinta años. En una de ellas, tomada en el tren que nos llevó a la bizarra capital del estado, puede vérseme leyendo el libro de Paz. 
En las páginas de la edición de las Obras de 1971 conservé, de manera perfectamente natural, el boleto del tren y la entrada a la Casa-Museo del poeta, detrás de la cual escribí la fecha de la inolvidable visita. Esas imágenes y las del ejemplar mismo, que sigue en mi biblioteca, son el motivo de este post.


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Más sobre López Velarde en este blog:
El manuscrito de “El sueño de los guantes negros”, http://bit.ly/1FkjwJY
La presentación de mi libro Ni sombra de disturbio, http://bit.ly/1SvPw5I
Fotos de la edición de AUIEO-Conaculta http://bit.ly/1u1HBnC
Una reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1GP0UqG
Un artículo de Juan Villoro, http://bit.ly/1NbwTnW



Sobre una escalera de Luis Barragán

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Fotografías de Martirene Alcántara
En unas semanas aparecerá el libro Croquis. Los dibujos de Carlos Mijares. Se trata de una generosa muestra de los croquis del gran arquitecto mexicano, que falleció el pasado día de San José, a los 84 años de edad. 
Las secciones de los dibujos, que hemos reproducido a todo color y con lujo de detalle de los 19 cuadernos que Mijares entregó en custodia a la Facultad de Arquitectura de la UNAM, aparecen en las páginas del libro alternadas con seis diálogos sobre arquitectura y otros temas limítrofes, armados a partir de las muchas horas de conversación grabada entre el arquitecto y algunos de sus colegas y amigos, entre ellos Alberto Kalach, Aurelio Nuño, Humberto Ricalde y quien esto escribe. También aparece en la plática la fotógrafa Martirene Alcántara, autora de la totalidad de las fotos de los dibujos y de tres hermosos retratos incluidos en el volumen. 
Se me ha ocurrido que una buena manera de manifestar nuestra alegría por la inminente aparición del libro es poner en línea una pequeña muestra de uno de esos diálogos. Al azar escojo la conversación sobre la casa de Luis Barragán en Tacubaya, y más específicamente sobre uno de los detalles más conocidos de la casa, una polémica (y bellísima) escalera.


Sobre una escalera de Luis Barragán
Conversan Mijares, Fernández, Kalach y Alcántara

Mijares: Yo recuerdo la primera vez que fui a la casa de Barragán, que me invitó Luis. Estaba recién terminada la casa, alrededor de 1952. La casa era toda blanca, no tenía color. Salas Portugal entendió la luz, el claroscuro y la sombra en esa zona en particular, y por eso hizo sus famosas fotografías. Luego, [el pintor] Chucho Reyes [1880-1977] le dijo a Luis: “Tienes que explorar el color, el color de cal”. Y entonces empezó a explorarlo. Eso también es muy bonito y muy valioso, ¿no? Bueno, Alvar Aalto y su casa de Muuratsalo [está en la isla finlandesa de ese nombre y fue construida entre 1952 y 1953]. Él la llamaba la “Casa Experimental” porque hacía aparejos de ladrillos y cosas así. Y, además, casi todo lo hizo, según dice, con material regalado, porque le mandaban muestras y las usaba. Hizo con ellas un mural, precioso, en uno de los muros.
Alcántara: Bueno, como fotógrafa, para mí fue muy interesante la casa de Barragán. Yo la viví durante algunos meses, por un trabajo que estuvehaciendo allí, y nunca vi lo que vio Salas Portugal. Y seguro Salas Portugal no vería lo que vi yo ni lo que podrían ver ustedes. Porque tiene que ver mucho, para la apreciación de la arquitectura en general, el tipo de persona, de cultura, ¿no? Y cada quien va a encontrar una casa diferente.
Mijares: Pero, fíjate, justamente por eso creo yo que eso es un síntoma de que es una obra buena: que permite diferentes lecturas.
Kalach: Una vez hablé con un gran fotógrafo de arquitectura, el japonés [Yukio] Futagawa, el viejo [1932-2013]. Le pregunté que cuál era la buena arquitectura y me respondió: “La arquitectura buena es la que es difícil de fotografiar”. Entonces le empecé a preguntar por algunos arquitectos y me dijo: “Ésos, fáciles de fotografiar”. Le saqué toda su filosofía sobre la arquitectura con base en lo fácil y lo difícil de fotografiarla. Si no es fotogénica, es que es un poco más intrincada…
Alcántara: Que es lo más fascinante.
Mijares: No deja de ser significativo de la casa de Luis que haya un puñado de fotos consagradas.
Kalach: Y que todo mundo tiene que tomar, además.
Mijares: Claro, por supuesto, porque el resto es difícil de fotografiar.
Alcántara: Sí. Creo que a mí lo que me ayudó fue haber estado muchos días, casi completos, metida en la casa.
Mijares: Es que tiene lugares fascinantes que, sin embargo, no están fotografiados.
Fernández: ¿Qué piensan de la escalera que baja de su estudio, que se va angostando dramáticamente?
Mijares: Ése es un caso que a mí me intriga muchísimo, ahora sí que en lo conceptual. En fin. Esa escalera es posiblemente una de las más fotografiadas de la arquitectura contemporánea. Pero… cuidado si intentas usarla como escalera.
Kalach: Para empezar, no cabes.
Mijares: Tan sólo bajarla es difícil… y peligroso… Ahora ya está prohibido, para conservarla, pero es que esa escalera es una travesura.
Kalach: Es que quizás más bien es una escultura.
Mijares: Como pieza que contribuye a darle matices al espacio, es una maravilla, pero ¿como escalera? Y ahí está eso de lo funcional, ¿ves? ¿Funciona? Digamos que no demasiado.
Fernández: ¿No es funcionalista esa idea, que me parece fascinante, de que la forma tiene que corresponder perfectamente a la función? Ese concepto me parece precioso y creo que es vigente en cualquier escuela y en cualquier momento.
Mijares: Por supuesto porque, si te fijas, ése sí es un concepto. Es decir, es una manera de ver las cosas, de hacer las cosas. Y por lo tanto es bueno en la medida en que es múltiple y se refiere a muchas cosas. Lo que pasa es que eso, a mi juicio, se derivó mal. Y se convirtió en algo elemental como que la cocina estuviera cerca del comedor, las recámaras cerca del baño, y ese tipo de cosas. O que el funcionalismo intentara acabar con todo lo que se llamaba “ornamentación”, por ser algo absolutamente innecesario. La verdad es que había llegado a ser innecesario por ignorancia, porque ya no correspondía a los procedimientos y entonces sí se convertía en añadido. Loos incluso dice…
Kalach: Sí, algo así como que el ornamento es delito.
Mijares: Es delito, sí. Lo declara “pecado”, prácticamente como una culpa: si tú ornamentas, eres culpable.
Fernández: Ése parece un comentario protestante.
Mijares: Sí, calvinista. Literalmente.
Kalach: De seguro lo era.
Mijares: Yo creo que sí. De veras es esa cosa terrible… Entonces, entre los pecados y el funcionalismo, se convirtió la arquitectura en nada, simplemente en algo que se sostuviera, que no se fuera a caer, que costara lo menos posible…
Fernández: En cierto sentido, un manierismo.
Mijares: Claro.
Fernández: En cuanto se hace dogmática, en cuanto se estiliza, en cuanto privilegia un cierto esteticismo por encima de los valores reales, pierde su esencia. Pero hay obras fantásticas, ¿no?, con ese manierismo, yo pensaría…
Kalach: Claro, como el Pabellón de Barcelona [de Mies van der Rohe, de 1929].
Mijares: Pero fíjate que es maravilloso en la medida en que te dice mucho más que lo que hay. Porque el funcionalismo es, si entendemos por “función” lo que haces, pues lo que haces ahí es bastante variado. Recorres el Pabellón y poco a poco le vas encontrando una cantidad de detalles verdaderamente maravillosos, en todas las escalas.
Fernández: Volviendo a la escalera de la casa de Barragán, ahí la forma no corresponde a la función, ¿no? ¿Está trabajada como una escultura?
Mijares: Claro que no. Ahí lo que hay es la ambigüedad y la carga del fundamentalismo de lo conceptual. Y qué importa, finalmente.
Fernández: ¿No será que quiere dar la idea de que es más larga de lo que es, al hacer tan dramático el trazo? Creo que es eso lo que provoca en el ojo ¿no? ¿O por qué tengo esa impresión?
Alcántara: Porque cuando estás abajo, ésa es la perspectiva.
Mijares: Pero yo incluso ni siquiera estoy seguro de si Luis la concibió como una escultura. Es decir, Luis hizo una escalera para bajar de su estudio a recibir a sus visitas. Dicen que cuando llegaban sus invitados los hacían pasar a la sala y luego él bajaba.
Alcántara: Espectacularmente.
Kalach: Valor escénico.
Mijares: Es teatral, sí. Pero no sabe uno por qué se hacen las cosas y finalmente yo creo que no importa mucho en esos casos. Es decir, indagar los motivos, aparte de que posiblemente son mucho más confusos de lo que parecería, no añade demasiado a la experiencia. No sé para ustedes.
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Aquí todo sobre Croquis, a unos días de su aparición editorial:http://croquis-arquitectonicos.com

Todas las fotos de esta entrega de Siglo en la brisa son de Martirene Alcántara, coautora de Croquis. Los dibujos de Carlos Mijares.

Más sobre Carlos Mijares en este blog:
Su obra maestra, http://bit.ly/1pVjqTH
Una visión de su trabajo en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/1HbRvJh



Vacaciones

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Ciudad de México, octubre de 1969. 
Foto: Fernando Fernández Bueno.



Encuentro de Poetas del Mundo Latino

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Invitado por el poeta Marco Antonio Campos y el Seminario de Cultura Mexicana, los primeros días de esta semana participé en el XVII Encuentro de Poetas del Mundo Latino que se celebró en la ciudad mexicana de Aguascalientes. El Encuentro entregó su premio a Yolanda Pantin (Venezuela) y Antonio Deltoro (México). En él participaron, entre otros, el notable gongorista José María Micó y el editor de la Revista Atlántica, José Antonio Ripoll, ambos españoles, el peruano Eduardo Chirinos, el argentino Miguel Ángel Federik, el venezolano Antonio Trujillo, la italiana Cinzia Marulli, el ecuatoriano Marcos Ribadeneira, el panameño Gorka Lasa, el colombiano William Rouge, la hondureña Mayra Oyuela, la quebequense Denis de Sautels y el luxemburgués Jean Portante. De México estuvieron, también entre otros, María Baranda (a quien se entregó el premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe), Vicente Quirarte, José Ángel Leyva, José Javier Villarreal, Carla Faesler, Jorge Humberto Chávez, Luis Alberto Navarro, Marianne Toussaint, Carmen Boullosa y Víctor Manuel Mendiola. Reproduzco aquí algunas fotos, del puñado que hice durante esos días.

Carla Faesler (México) y José Ramón Ripoll (España)

Mayra Oyuela (Honduras)

 José Javier Villarreal (México) y Miguel Anxo Fernán Vello (España)

Antonio Trujillo (Venezuela) 

Marcos Rivadeneira (Ecuador) 

Luis Alberto Navarro (México) 

 Jorge Humberto Chávez (México)

 Placa en la Calle del Codo que recuerda a Correa, amigo y corresponsal de López Velarde

 Vista de la ciudad desde el cuarto 407 del céntrico Hotel Quality

  Con los poetas venezolanos Yolanda Pantin y Antonio Trujillo

Duelo, de Francisco Toledo

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La exposición del genial Francisco Toledo que puede verse estos días en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México simplemente no tiene desperdicio. Duelo, como se llama, reúne un centenar de piezas de cerámica presentadas con perfecto sentido del orden espacial, de acuerdo a sus valores semánticos, formales o cromáticos, por cierto sin innecesarias fichas informativas, en un solo ámbito que se recorre con naturalidad, según quiere el espíritu moderno del edificio de Chapultepec.
No es éste el lugar ni soy yo la persona ideal para exponer las razones de su aportación al arte y a la discusión social y política mexicana, lo que sin duda harán mis colegas y amigos críticos. Me limito a mencionar las intensas emociones que produjo en mí la demorada visita que hice la mañana de ayer. Dueloes una fiesta de belleza, aun oscura y de cuando en cuando terrible, pero es también una muestra del portentoso sentido estético y extraordinario buen gusto de este artista que, siempre interesado en enriquecer sus registros y en moverse entre técnicas y procedimientos diversos, desarrolló este mismo año en un taller de San Agustín Etla, Oaxaca, una admirable serie de cerámicas, por cierto sin dibujos preliminares, algunas de las cuales contagian una emoción de suspender el aliento.
La exposición es un “tributo a las víctimas de la violencia, la tortura y la injusticia”, como explica la directora del museo, la crítica de arte Sylvia Navarrete. Ella misma dice que “el tema de la muerte evoca, en un registro trágico, nuestra realidad contemporánea, pero su escenificación reviste calidad de ritual, como si el fuego mismo de la horneada conllevara un efecto de purificación”. Y añade este párrafo, que me permito copiar completo: “El barro recobra su capacidad para ‘encarnar’ la anatomía y las emociones: convocan la noción de dolor los rostros defenestrados, calaveras, urnas, mecates y mordazas; en un proceso de metamorfosis frenética, el bestiario de perros, gusanos, murciélagos, cangrejos y pulpos se acopla con el reino vegetal y el género humano, en una ronda macabra donde resuenan ecos de las mitologías medievales, prehispánicas e indígenas”.
Después de recorrer la exposición, hice unas cuantas fotos. No valen mucho como imágenes: bien saben quienes me leen que no soy más que un fotógrafo aficionado. Además, como no sospechaba que me interesaría hacer fotos, no llevaba más que la cámara de mi teléfono celular. Publico aquí unas cuantas, sin mayor objetivo que el de invitar a vivir la experiencia de una exposición que, sin el mínimo riesgo a equivocarme, me apresuro a llamar inolvidable.






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Más sobre artes plásticas en este blog:
Portadas para niños de J. G. Posada, http://bit.ly/OTvwyW 
Siete imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
Mi último encuentro con Vlady, http://bit.ly/1fKoWm7
El azul pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/V3HU0F
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/P3xWqu
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep


Prólogo a La provincia inmutable (fragmento)

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El número de este mes de la revista Este País publica el prólogo que escribí para la primera edición mexicana de La provincia inmutable. Estudios sobre la poesía de Ramón López Velarde, el magnífico libro de Martha Canfield.
A pesar de su importancia, ese libro, que fue publicado por única vez hace casi 35 años en Italia (por cierto, en lengua española), es prácticamente desconocido en México. Precisamente por él, su autora, poeta y maestra universitaria uruguaya, avecindada en la ciudad de Florencia desde 1977, recibió este mismo año el premio que lleva el nombre del gran poeta jerezano.
Por fortuna, el editor José Ángel Leyva, con el apoyo del gobierno del estado de Zacatecas, pondrá en breve fin a esa lamentable omisión del ámbito velardiano mexicano. Reproduzco a continuación las dos primeras páginas del prólogo, que puede leerse entero en el número de este mes de la revista que dirige Malena Mijares. Gracias a ella y a su equipo, encabezado por Nacho Ortiz Monasterio y Jessica Pérez Covarrubias, responsables de la revista en que este texto ve la luz.

Prólogo a La provincia inmutable, de Martha Canfield (primeras dos páginas)
Por FF


Durante las últimas décadas, la crítica especializada en la poesía de Ramón López Velarde ha trabajado con una grave omisión bibliográfica. El libro que el lector tiene en las manos, uno de los más sensibles e inteligentes que se han escrito sobre el poeta de Jerez, se publicó en Italia hace casi 35 años y durante todo ese tiempo ha sido prácticamente ignorado por los expertos en el tema. 
En 1981, cuando la Casa Editrice D’Anna, en colaboración con la Università degli Studi de Florencia, lo dio a conocer, por cierto en lengua española, como parte de las ediciones del Istituto Ispanico de la Facoltà di Magistero, todavía estaban en activo los principales estudiosos de la obra de López Velarde de la generación pasada: Octavio Paz, por supuesto, que siempre que pudo retocó e hizo correcciones y añadidos a su famoso ensayo de 1965, incluso hasta el año de 1991, cuando publicó una segunda edición revisada; Allen W. Phillips, que en 1988, un cuarto de siglo después de su esencial estudio, “retornó”, como diría él, a un tema del que tanto sabía; José Luis Martínez, quien en 1990 lanzó su segunda y definitiva edición de las Obras, publicada por el Fondo de Cultura Económica, que incluye una historia detallada, año por año, de cuanto asunto de relevancia hubiera ocurrido en relación con el poeta de La sangre devota. Poco antes, cuando se celebraron las fiestas del centenario del nacimiento de López Velarde, que presidió el propio Martínez, nadie se acordó del libro de Martha Canfield. Continuadores de estos estudiosos, la mayoría de los investigadores que siguieron, al ignorar su existencia, no hicieron ningún esfuerzo por conocerlo.
Y no es que nadie hubiera dicho nada: en junio de 1983, un escritor tan conocido como José Emilio Pacheco manifestó su entusiasmo por el libro en un lugar tan notorio como la columna que mantenía en la revista Proceso. (El texto se llama “La patria espeluznante” y está recogido en La lumbre inmóvil, volumen editado por el Instituto Zacatecano de Cultura en 2003; Martínez, por cierto, siempre pendiente de tomar nota, dejó pasar la mención sin registrarla.) Se trata de una reseña elogiosa, en la que La provincia inmutable se presenta como “una interpretación lúcida, original y estimulante”; si bien yerra al describirlo como “un ensayo de crítica literaria a partir de Freud revisado por Lacan”, cosa que no es, Pacheco plantea con nitidez las principales ideas de la compleja lectura de Martha Canfield. El estudio lo convence al punto de proponerse apoyar su tesis principal aportando algunos datos sobre la vida y la personalidad de las mujeres que marcaron la existencia del poeta.
Alguien podría justificar la omisión de la crítica argumentando que, ya que el libro no ha sido precisamente asequible, lo normal es que no se haya conocido como debería, pero ni siquiera eso ha sido así, o no al menos durante los últimos años: es verdad que desde hace mucho es difícil dar con un ejemplar de aquella única edición italiana, de tapas amarillas y menos de 150 páginas, pero el estudio de Martha Canfield ha podido leerse, bajarse de internet e imprimirse sin el menor problema desde hace por lo menos un lustro porque forma parte de la Biblioteca Virtual Cervantes, donde ha estado accesible para todo el que se haya interesado en él.
Desde luego que nada de esto importaría si habláramos de un libro marginal, de modestas aportaciones al conocimiento del más querido de nuestros poetas. Con la concesión del Premio Ramón López Velarde a su autora, poeta, catedrática universitaria y traductora nacida en Uruguay en 1949 y establecida en Florencia desde 1977, y una de las principales autoridades en la obra de algunos autores como Jorge Eduardo Eielson, Álvaro Mutis o Mario Benedetti, se ha vuelto urgente leer su libro y acaso inaugurar, a partir de su aparición en México, un nuevo capítulo de la discusión que cíclicamente enciende la obra del poeta jerezano, con más razón ahora que asoma en el horizonte el año de 2021, cuando conmemoraremos el centenario de su muerte.
Este libro, que se imprime por segunda vez en seis lustros y por vez primera en México, no sólo es uno de los más sensibles e inteligentes que se han escrito sobre la poesía de López Velarde sino también uno de los más audaces. Rico en ideas e interpretaciones, lanza algunas osadas hipótesis que merecen ser divulgadas y discutidas con toda seriedad. Los intereses de su autora se centran en dos aspectos  ontra del estudio de Canfield.esta rima:ma ella.poemas, leva mLtews mplo mibirla muerte del poeta, ebnque corren paralelos y de cuando en cuando se entrecruzan a lo largo de su estudio: por un lado es un perceptivo análisis estilístico; por el otro, una penetrante lectura psicoanalítica del caso velardiano.
[…]

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El prólogo completo puede leerse aquí: http://bit.ly/1N2DhyE

El retrato de Martha Canfield es de Pascual Borzelli

Más sobre Martha Canfield en este blog:
Análisis de “Mi prima Águeda”, de López Velarde, http://bit.ly/1kUH7pz

Borges descubre la poesía

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Entre 1967 y 1968, Borges dictó seis conferencias sobre poesía en la Universidad de Harvard. El poeta argentino, que se acercaba a los 70 años de edad, dedicó la última de ellas a hablar de su experiencia personal con el género, en el que escribió sus primeros libros y al que volvió en la edad madura, sólo después de explorar el cuento con extraordinario éxito. 
En los momentos iniciales de esa charla, debidamente transcrita, traducida y publicada bajo el nombre de “Credo de poeta”, Borges se refirió al momento exacto en que sintió por vez primera la revelación de la poesía: fue de niño, oyendo a su padre leer la celebérrima “Oda a un ruiseñor” de John Keats. Aquí el pequeño fragmento, que transcribo para los lectores de Siglo en la brisa. El texto forma parte del precioso y estimulante librito Arte poética, reunión de las seis conferencias de Harvard, que la barcelonesa Editorial Crítica publicó en español en 2001 (traducción de Justo Navarro; prólogo de Pere Gimferrer; edición, notas y epílogo de Calin-Andrei Mihailescu).

Credo de poeta (fragmento inicial)
por Jorge Luis Borges
Mi propósito era hablar del credo del poeta, pero, al examinarme, me he dado cuenta de yo sólo tengo un credo vacilante. Este credo quizá me sea útil a mí, pero difícilmente servirá a otros. De hecho, considero todas las teorías poéticas meras herramientas para escribir un poema. Supongo que deben de existir muchos credos, tantos como religiones o poetas. Aunque al final diré algo sobre mis gustos y mis aversiones a la hora de escribir poesía, creo que empezaré con algunos recuerdos personales, los recuerdos no sólo de un escritor sino también de un lector. Me considero esencialmente un lector. Como saben ustedes, me he atrevido a escribir; pero creo que lo que he leído es mucho más importante que lo que he escrito. Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede. Mi memoria me devuelve a una tarde de hace sesenta años, a la biblioteca de mi padre en Buenos Aires. 
Estoy viendo a mi padre; veo la luz de gas; podría tocar los anaqueles. Sé exactamente dónde encontrar Las mil y una noches de Burton y La conquista del Perú de Prescott, aunque la biblioteca ya no exista. Vuelvo a aquella vieja tarde suramericana y veo a mi padre. Lo estoy viendo ahora mismo y oigo su voz, que pronuncia palabras que yo no entendía, pero que sentía. Esas palabras procedían de Keats, de su Oda a un ruiseñor. Las he vuelto a leer muchas veces, como ustedes, pero me gustaría repasarlas de nuevo. Creo que le gustará al fantasma de mi padre, si está cerca. Los versos que recuerdo son los que en este momento les vienen a ustedes a la memoria:

Thou wast not born for death, immortal Bird!
No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
In ancient days by emperor and clown:
Perhaps the self-same song that found a path
Through the sad heart of Ruth, when, sick for home,
She stood in tears amid the alien corn.

(Tú no has nacido para la muerte, ¡inmortal pájaro!
No han de pisotearte otras gentes hambrientas;
la voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron
en los días antiguos el labriego y el rey;
quizá este mismo canto se abrió camino al triste
corazón de Ruth, cuando, con nostalgia de hogar,
llorando se detuvo en el trigal ajeno.)

Yo creía saberlo todo sobre las palabras, sobre el lenguaje (cuando uno es niño, tiene la sensación de que sabe muchas cosas), pero aquellas palabras fueron para mí una especie de revelación. Evidentemente, no las entendía. ¿Cómo podía entender aquellos versos que consideraban a los pájaros –a los animales– como algo eterno, atemporal, porque vivían en el presente? Somos mortales porque vivimos en el pasado y el futuro: porque recordamos un tiempo en el que no existíamos y prevemos un tiempo en el que estaremos muertos. Esos versos me llegaban gracias a su música. Yo había considerado el lenguaje como una manera de decir cosas, de quejarse, o de decir que uno estaba alegre, o triste. Pero cuando oí aquellos versos (y, en cierto sentido, llevo oyéndolos desde entonces) supe que el lenguaje también podía ser una música y una pasión. Y así me fue revelada la poesía.

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La conferencia titulada “Credo de poeta” puede leerse íntegramente en este lugar: http://bit.ly/1NG6KZx

El retrato de Borges es de Humberto Rivas, y fue hecho en 1972: lo tomo prestado de http://bit.ly/1PD3moh. La foto de familia muestra a los Borges, padre (Jorge Guillermo), madre y hermanos, al llegar a Ginebra en 1914. La tomo también de la red.

Más sobre Borges en este blog:
Lee poema en la Sala Ollin Yoliztli, http://bit.ly/1n26rgE
Visita los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
Se pronuncia sobre el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El primer aspecto que tuvo su tumba en Ginebra, http://bit.ly/14vLgjq
El gomero de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX


Retrato de hombre en iglesia

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Como parte del grupo de participantes del último Encuentro de Poetas del Mundo Latino, estuve hace un mes en el pueblo de Pabellón de Hidalgo, en el municipio de Rincón de Romos, en el tercio norte del estado de Aguascalientes, donde visitamos el Museo de la Insurgencia en que fue reconvertida en 1964 la casa grande de la antigua hacienda de San Blas. 
Su amplio patio es ahora un jardín de cactáceas, en uno de cuyos extremos se alza, como una excepción, una soberbia araucaria. Los guías del museo explican que en ese lugar fue despojado Miguel Hidalgo del mando de las tropas insurgentes, después de la crucial derrota de Puente de Calderón. Antes de comer, por cierto en un hermoso patio secundario, pudimos apreciar las últimas páginas de un documento que, según se nos dijo, no es otro que el del proceso de degradación eclesiástica que el cura insurgente afrontó antes de ser fusilado en Chihuahua el 30 de julio de 1811. 
Foto de Pascual Borzelli Iglesias
Después de hacer una foto de grupo, y poco antes de tomar el autobús de regreso a la capital del estado, visitamos la iglesia del pueblo, en la que presencié una conmovedora imagen que comparto ahora con quienes siguen este blog.
Como puede verse en la fotografía, la fachada del pequeño templo combina con gracia los dos extremos del estilo virreinal mexicano: si la portada remite a los usos del primer siglo de la conquista (una pared casi desnuda, coronada de almenas), el elemento que la remata, que en concordancia con la sencillez de la fachada debería corresponder a una simple espadaña, es un campanario barroco en toda la extensión del término. (Del lado opuesto al del campanario, por cierto, el templo luce unos contrafuertes trazados con ejemplar despliegue espacial.)
En la última banca de la pequeña iglesia estaba sentado un anciano, quizás rezando en silencio, con la mirada dirigida hacia el altar. Por encima de su cabeza, desde el lugar desde donde yo lo vi por primera vez, conforme me encaminaba hacia la puerta buscando ya la salida, descubrí una singular imagen de bulto de San Isidro Labrador. 
En la imagen, que procedí a fotografiar, el santo patrono de la ciudad de Madrid (dato que me recordó el poeta gaditano José Ramón Ripoll, que iba conmigo) aparece conduciendo una yunta de bueyes.
Después de fotografiar al santo en su actividad agrícola, me di cuenta de que el anciano que estaba a mi derecha y adelante había dejado su bastón y su sombrero a la puerta misma del templo, debajo de una pila de agua bendita que había en aquel lugar. 
Acudí a hacerle una foto a esos objetos; volví luego sobre mis pasos y le pedí a él si me dejaba hacerle un retrato, con la idea de meterlo en el mismo cuadro en que se apreciaran aquellos objetos. Él asintió con la cabeza. Luego miró hacia el objetivo de mi cámara, con perfecta naturalidad.


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El retrato de grupo que forma parte de este post es de Pascual Borzelli Iglesias y fue tomado el pasado domingo 25 de octubre en el patio del Museo de la Insurgencia, en Pabellón de Hidalgo, Aguascalientes. Las demás fotografías son mías.

En la foto al lado de estas líneas, los poetas José Javier Villarreal (México) y Miguel Anxo Fernán Vello (España), en el interior del templo de Pabellón de Hidalgo.

Más sobre el XVII Encuentro de Poetas del Mundo Latino en este blog:
Una galería de algunos poetas, http://bit.ly/1kjcKA4


Croquis: primera presentación

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Hoy, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, dará comienzo a la serie de presentaciones del libro Croquis. Los dibujos de Carlos Mijares, que acaba de aparecer bajo los sellos de Cataria, DGP de Conaculta y Contornos. (Para conseguir un ejemplar, véanse las indicaciones al calce de este post). No será precisamente en la Feria Internacional del Libro, que se lleva a cabo estos días en la capital jalisciense, sino en el Auditorio del Edificio Q del ITESO (Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente). Como la FIL hará esta misma tarde un reconocimiento a Alberto Kalach, coeditor del libro, el Programa Académico de Arquitectura de la universidad jesuita pensó en aprovechar la presencia del autor de la Biblioteca Vasconcelos en Guadalajara para presentar la colección de dibujos de Mijares frente a sus alumnos y maestros. La presentación correrá a cargo del arquitecto Juan Palomar. El libro será presentado a mediados de enero en la ciudad de México, y lo mismo ocurrirá en las siguientes semanas en Aguascalientes, Mérida y Chihuahua.
Ya que Martirene Alcántara es coautora del libro (de ella son los tres retratos de Mijares y toda la fotografía de obra), me ha parecido buena idea pedirle unas imágenes del libro mismo, ahora que existe físicamente en este mundo sublunar. A petición de quien esto escribe, ella hace cálculos y me informa que empezamos a trabajar en este libro en noviembre de 2012, es decir que tardamos tres años en hacerlo realidad. Me parece que el empeño que pusimos en él, y la gran admiración y el cariño que profesamos a Mijares, fallecido en marzo pasado, no dejan de notarse en cada una de sus páginas.






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Para adquirir ejemplares del libro, favor de dirigirse a la página www.croquisarquitectonicos.wordpress.com, en donde encontrará toda la información.

Las fotografías de este post son de Martirene Alcántara.
En la foto de la derecha, la capilla del panteón de Jungapeo, en Michoacán.

Más sobre Carlos Mijares en este blog:
Sobre una escalera de Luis Barragán, http://bit.ly/1Q43fm2 
Obra maestra, http://bit.ly/1pVjqTH
Ruinas de Antigua, http://bit.ly/1HbRvJh
Visión de su trabajo en Michoacán, http://bit.ly/QFoXOY



Visión de la pirámide

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La secuencia de fotos intenta reproducir la experiencia de ver por primera vez, en una casa abandonada de la calle de Río Nazas, en la ciudad de México, una graciosa representación de una de las estampas que más me conmueven de este país: la gran pirámide de Cholula. Hice las fotos cuando volvía por la calle en la que está esa casa, con rumbo, digamos, a Chapultepec (es decir, al rincón de la colonia de los ríos en el que vivo yo). Todas, con mi teléfono celular. Nunca, ni en la representación más ingenua o menos perfecta, deja de sorprenderme la magnificencia y la hermosura de la vieja pirámide coronada por la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios –bellamente conocida entre los locales como "cerrito de los Remedios" (en la imagen, en una foto que hice yo mismo en febrero de 2012).
La secuencia que reproduzco a continuación es como sigue: primero, la casa en la esquina de Río Nazas y Río Po; luego, la fachada vista desde Nazas; después, el primer mosaico (o quizás mejor, azulejo), el de la izquierda según vemos la puerta de la casa, que muestra una escena típica de Xochimilco; por fin, en el mosaico de la derecha, la visión de la pirámide cholulteca; al último, un acercamiento a la pirámide misma. Vaya esta serie de imágenes como una modesta ofrenda a las inolvidables experiencias que he vivido a la sombra de la pirámide desde mediados de los años noventas, cuando la visité por vez primera.







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Más sobre Cholula en este blog:
José Guadalupe Posada, ilustrador, http://bit.ly/1nMl6Li
_____________________iustrador,

Retrato con la hidria

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No es la única reliquia que custodia el nobilísimo edificio, ni mucho menos la más valiosa. Según la Guía de la Catedral de Oviedo, del M. I. José Cuesta Fernández, Canónigo Deán de la S. I. C. B. M. de Oviedo, editada por vez primera en 1957 (1), la catedral de la capital de Asturias conserva, entre otros objetos sagrados, las siguientes reliquias:

1. El Santo Sudario (“la más venerable y venerada de nuestro Tesoro Catedralicio”, “fue aplicado al rostro del Señor puesto éste en posición horizontal”);
2. La Sábana Santa (“se cree que es un trozo de alguno de los varios lienzos con que fue envuelto el Sacrosanto Cuerpo de Jesús”);
3. Cinco espinas de la corona (“de las ocho que poseíamos sólo restan cinco: las otras tres desaparecieron cuando la subversión marxista, sin que hayamos podido encontrarlas a pesar de nuestros esfuerzos”),
4. Una sandalia de San Pedro (“sorprende a los peregrinos cada vez que se les muestra”);
5. La cartera de San Andrés (“sucede con la anterior, que al mostrarla suele advertirse una sonrisa de escepticismo en la mayor parte de los visitantes”).
6. Y el objeto que motiva este post: nada menos que una de las hidrias de las bodas en Canán, en las que Jesucristo convirtió el agua en vino. (“Hidria”, según el diccionario, es una “vasija grande, a modo de cántaro o tinaja, que se usaba para contener agua”.) Explica la guía: "Es de grandes dimensiones, de piedra que parece marmórea, muy dura, de la misma forma que la que se exhibe en Jerusalén considerada como una de las Hidrias de las Bodas de Caná [sic] [...] La portezuela antigua [que la encerraba] tenía un hueco por la parte inferior por donde los piadosos peregrinos introducían el bordón para tocar la hidria cuando no les era dado verla; y efecto sin duda de esas rozaduras tiene la hidria un desgaste considerable en aquel punto. En el siglo XVII el Prelado señor Osorio (1624-27) mandó que se cerrase dicho agujero"
Durante los cuatro años que viví en Oviedo pasé en diversas ocasiones delante de una severa puerta detrás de la cual, todos lo sabíamos, se conservaba la hidria. Según sigo leyendo ahora en la guía, esa puerta se abría en dos ocasiones: el día de San Mateo y el día que se leía el evangelio de las Bodas de Canán –cosa que ocurre "el segundo domingo después de la Epifanía"–. En esas ocasiones, "gracias a Dios, se ve acudir un gran número de devotos a recibir la bendición del Santo Sudario y luego a beber el agua bendecida que se ha depositado previamente en la Hidria".
No quiero sugerir que me abandonara la fe, pero siempre tuve deseos de echarle un vistazo en persona. El año pasado, por fin, en una de mis periódicas visitas a la ciudad donde nació mi madre, vi con sorpresa que la hidria acababa de ser exhumada de su parcial exilio de siglos para ser permanentemente expuesta a la vista de visitantes y peregrinos. Me apresuré a tomarme una foto delante de ella.


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(1) Trabajo con la segunda edición de la Guía de la Catedral de Oviedo, que es de 1995. Fue corregida y actualizada por el M. I. Raúl Arias del Valle, Canónigo Archivero de la S. I. C. B. M. de Oviedo.

Las dos fotos de Oviedo fueron tomadas por Fernando Fernández Bueno, a mediados de octubre de 2014.

Más sobre Asturias en este blog:
Fernanda en Covadonga (en la foto), http://bit.ly/1XxccDi
Florentino a cuadro, http://bit.ly/1bKZrwr
Árbol genealógico, http://bit.ly/KOKiw8 
Autógrafos remotos, http://bit.ly/PvKjd9
Retratos asturianos, http://bit.ly/1l76xRa
Ocios de 1946, http://bit.ly/1gQcF2R
En la boda de Lola y Félix, http://bit.ly/1hwQqwn
Alfonso Camín en el Campo San Francisco, http://bit.ly/IRN4qV
La calle Paraíso de Oviedo, http://bit.ly/rRi3Cu
El texu de Bermiego, http://bit.ly/Uzvdol


Papeles entre libros

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Casi sin darme cuenta, durante años he ido dejando algunas cosas entre las páginas de mis libros. Al volver a esos libros, porque los releo o porque voy tras un pasaje que deseo volver a fijar literalmente, me reencuentro con ellas. En su momento, todas esas cosas (papeles y documentos mayormente) significaron algo para mí, algo relacionado con los tiempos en que decidí resguardarlos; con frecuencia, hablan de la relación entre el hecho que se cifra en su naturaleza y lo que leía entonces: la entrada a la sinagoga de Córdoba, en la poesía completa de Garcilaso, o el boleto del tren de mi primer viaje a Zacatecas en mi edición más antigua de las Obras de López Velarde. En otras ocasiones, el vínculo tiene que ver con la relación natural entre el material que deseé resguardar y el lugar que me pareció más conveniente para hacerlo: así, la esquela de Cortázar en un ejemplar del libro de sus poemas, o el boleto del día que vi por vez primera en cine Pueblerina, una de mis películas preferidas, en la guía del cine mexicano que me acompañaba en la década de 1980. Van, enumerados, nueve reencuentros recientes: el rastro de mi paso por algunos momentos y lugares que me importan y el libro que les sirvió de secreta residencia.


1. Esquela de Cortázar, recortada del número del 14 de febrero de 1984 del periódico Excélsior, pagada por el Instituto Nacional de Bellas Artes, en un ejemplar de su libro de poemas Salvo el crepúsculo (Nueva Imagen, 1984). 


2. Billete de diez mil intis, con la imagen de César Vallejo, comprado en un puesto callejero del centro de Lima, en el volumen de sus poemas completos (Alianza Tres, 1982). 


3. Un sello postal portugués, en perfecto estado de conservación, regalo de mi padre, en un ejemplar de Salón de belleza de Mario Bellatin (Los cien mil libros de Mario Bellatin, 2010). (El ejemplar está firmado por el autor.) 

4. Un boleto para ingresar a la Sinagoga de Córdoba, ciudad que visité por segunda vez los últimos días de 2004, en la Poesía completa de Garcilaso (colección Austral, quinta edición, 1998).


5. Boleto del 13 de abril de 2007 de la Sala Arcady Boytler, de la Cineteca Nacional, de la primera vez que vi en cine la película Pueblerina, en el libro La guía del cine mexicano, de la pantalla grande a la televisión, de García Riera y Macotela (Editorial Patria, 1984).


6. El boleto de tren a Zacatecas de mi primera visita a la tierra de López Velarde, en la edición de sus Obras de 1971 (reimpresión de 1979).


7. Un boleto del Cruz Azul-América del 7 de marzo de 1987 en el Estadio Azteca, al que acudí casi seguramente con mis amigos Fernando Rodríguez Guerra y José Antonio Jacobo Tinoco, en La voz a ti debida de Pedro Salinas (Clásicos Castalia, 1984).


8. Una apretada página manuscrita de Juan Almela, en que copia las entradas de la voz "Phylum", en Erdera (Fondo de Cultura Económica, 2005)


9. Mi credencial del curso 1985-86 del Istituto Italiano di Cultura, de la calle de Francisco Sosa, en Coyoacán, en donde cursé dos semestres, en la antología bilingüe de poesía italiana de Antonio Colinas (Editora Nacional, 1977).

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Más historias de objetos en este blog:
Refrigerador, http://bit.ly/irv0oK
Cosas que se van, http://bit.ly/hh6mG9
Viaje alrededor de mi escritorio, http://bit.ly/dWllU5
Papeles y objetos encontrados en mis viejas agendas, http://bit.ly/1YAzbTI
Boletos y otros documentos del viaje que hizo mi abuelo a España en 1946,  http://bit.ly/1gQcF2R




Feliz 2016

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Con esta imagen de la fachada del templo de San Mateo Atlatlauhcan, en el estado de Morelos, a la luz del último sol de 2015 –con su maravillosa capilla abierta a la izquierda de la foto, bellísimo conjunto arquitectónico del siglo XVI mexicano al que dedicaré un post próximamente–, les envío mis mejores deseos para el año que empieza hoy.
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