Quantcast
Viewing all 240 articles
Browse latest View live

(Más de) Un año de A Pie de Página


Entre las dos etapas de su historia, o si se quiere una sola pero bajo dos nombres distintos, el programa de novedades editoriales del Instituto Mexicano de la Radio (IMER) que tengo el honor de conducir, cumplió en noviembre pasado cinco años al aire. Así, de manera ininterrumpida desde hace más de 260 semanas, este espacio de lectura y análisis desenfadado que primero se llamó La Feria Carrusel de Libros y desde hace poco más de un año A Pie de Página, ha ofrecido información y comentarios sobre parte de lo más interesante de lo que se publica en México. Todos los programas están en la red, en el apartado de Programas de la página del IMER. Traigo a cuento, para la facilidad de su consulta, un puñado de las últimas semanas.

1. Sintaxis histórica de la lengua española
Querida maestra de la Facultad de Filosofía y Letras, investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Filológicas de la propia UNAM y cabeza de la comisión de Lexicografía de la Academia Mexicana de la Lengua, Concepción Company Company ha emprendido una tarea colosal que está en proceso y que de momento lleva acumuladas casi 8000 páginas de análisis de datos proporcionados por la lengua que hablamos en los diez siglos que lleva de existencia.
Sintaxis histórica del español, tercera parte. FCE / UNAM, http://bit.ly/1LXu6cC


2. Novedades de la Dirección de Publicaciones de Conaculta
Casi seguramente ningún otro funcionario del gobierno federal tiene a su cargo la responsabilidad de editar libros pensando en tan diversos públicos y ámbitos como el Director de Publicaciones de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Sólo el año pasado, Ricardo Cayuela Gally y la dirección que encabeza lanzaron 300 libros, la mitad de los cuales aparecieron bajo el sello de editoriales independientes que se acogieron a su vigoroso programa de coediciones, que en 2015 alcanza su tercera convocatoria.
Novedades de la DGP de Conaculta, http://bit.ly/1LXl3KK


3. Francisco Tario, un gran escritor secreto
Para resanar en lo posible la deuda que tenemos con Tario (ex-portero, ex-empresario cinematográfico, notabilísimo escritor fantástico), Alejandro Toledo ha armado un bello libro que tiene de todo: entre otras cosas, crítica, testimonios, cartas y fotos de quien en vida se llamara Francisco Peláez y desde 1943 Francisco Tario, cuando publicó sus dos primeros libros, el extraordinario conjunto de relatos La noche y la novela Aquí abajo.
Universo Francisco Tario, de Alejandro Toledo. La Cabra Ediciones / DGP, http://bit.ly/1tRcR9E


4. El nuevo libro de un carismático poeta
La obra de Hernán Bravo Varela se caracteriza por la libertad de las formas en juego con un mundo referencial, tanto de la literatura clásica y moderna como de las manifestaciones de cultura popular, con riquísimas alusiones que van de la poesía clásica a la pintura de Edward Hopper, y de la música de Kurt Cobain a la de Juan Gabriel.
Hasta aquí, de Hernán Bravo Varela. Editorial Almadía, http://bit.ly/161x69U


5. Novedades de una talentosa editora
La editora, diseñadora, coleccionista y librera Selva Hernández encabeza una de las editoriales que de mejor manera han combinado la originalidad con el buen hacer y buen gusto. En medio de la explosión de editoriales independientes en México, su editorial, Acapulco, se ha destacado como una de las que más han aprovechado los márgenes de creatividad e imaginación que propician los nuevos tiempos.
Novedades de Ediciones Acapulco, http://bit.ly/1zKTBxg


6. La literatura mexicana en la lente de su mejor fotógrafo
Por lo menos desde 1969, el fotógrafo mexicano Rogelio Cuéllar se dio a la tarea de retratar a los escritores contemporáneos, en un trabajo ininterrumpido que se prolonga hasta el mismo día de hoy. De esa forma, desde que retrató a un joven Carlos Monsiváis y a un consagrado y ya silencioso Juan Rulfo, Rogelio Cuéllar ha armado la galería fotográfica de la literatura más importante del último medio siglo.
El rostro de las letras de Rogelio Cuéllar. La Cabra Ediciones / DGP de Conaculta, http://bit.ly/1z1a9Ko


7. Dos críticos independientes comentan sus lecturas preferidas de 2014
Armando González Torres y Geney Beltrán Félix son dos de los críticos que con más constancia y equilibrio hacen crítica en este país, y por eso es ya tradición que el programa los invite año con año a conocer cuáles son los libros que más les han interesado entre los muchos que aparecen cada ciclo anual. Este programa corresponde al ejercicio de 2014.
Los libros preferidos de 2014 de Armando González Torres y Geney Beltrán Félix, http://bit.ly/1K0FEg6


8. Poesía visual novohispana
La Antología de Poesía Visual Novohispana editada por La Diéresïs reúne en una hermosa caja los ejemplos más notables de una juguetona manera de versificar que fue muy usada en la poesía moderna, a principios del siglo XX, pero que ya se practicaba en los años del virreinato en México. Tomando como punto de partida la antología de poesía novohispana elaborada por Martha Lilia Tenorio, los editores tuvieron noticia de que en la tradición literaria era posible encontrar muestras de este tipo de textos desde la época colonial. Esta edición es el resultado de su búsqueda.
Poesía visual novohispana. La Diéresïs Editorial, http://bit.ly/1zsQPJQ


Otros programas recientes:
La Fontaine en náhuatl, http://bit.ly/1OAQAEp
25 años de Tierra Adentro, http://bit.ly/1FWZaJL
Literatura digital en México, http://bit.ly/1FWZgB0
Sobre la revista Arquine, http://bit.ly/1E3awec
Bestiario, fábulas y pensamientosde Da Vinci, http://bit.ly/1bxM1eS
Maus de Art Spiegelman, http://bit.ly/1DumviN
Sensus, el primer cómic para ciegos en México, http://bit.ly/1BPvevS
Antología de la poesía mexicana de Juan Domingo Argüelles, http://bit.ly/1wSrh4w
Mario González Suárez habla de José Revueltas, http://bit.ly/1EyLc1h
La sangre al río de Raúl Herrera Márquez, http://bit.ly/1z16oVz
Alberto Paredes comenta la obra de Severino Salazar, http://bit.ly/1HFRQ8k
Juan Pablo Rendón relata su conversación telefónica con Zizek. http://bit.ly/1LAt7Sk
La fórmula secreta de Rubén Gámez y Juan Rulfo, http://bit.ly/1z1d5Xy
Los ensayos sobre poesía de Jorge Fernández Granados, http://bit.ly/1zKVeuP

______________________
La foto que abre este post es de Jonathan López Romo; fue tomada en la cabina de Horizonte Jazz FM, emisora del Instituto Mexicano de la Radio por la que se emite el programa, el día que entrevisté a José de la Colina. La que ilustra estas líneas, y que también es de Jonathan, muestra al poeta Eduardo Lizalde en el momento en que graba un poema de su autoría para nosotros, en un estudio del mismo IMER. Las fotos de Rulfo y Revueltas son, por supuesto, de Rogelio Cuéllar, y la de Octavio Paz de Getty Images: la tomo prestada de la página de CNN México, http://bit.ly/1zOlO0S. El resto de la imágenes han sido tomadas de las páginas de los autores y editores entrevistados. 

Todos los podcasts de A Pie de Página / La Feria Carrusel de Libros, cuyo productor es Enrique Gil, están en http://bit.ly/1zsUlnz



Presentación de Contra la fotografía de paisaje


(Emotivísima, al menos para mí, resultó la presentación de mi libro Contra la fotografía de paisaje, hace dos miércoles en la Escuela Mexicana de Escritores. Al final Ricardo Cayuela, director general de Publicaciones de Conaculta, quien estaba previsto que moderara la mesa, no pudo asistir, y fue sustituido por Julio Trujillo, sobre cuya facilidad para el diálogo y gran talento como poeta improvisé algunas palabras. Emotiva en grado sumo, iba diciendo; quizás lo que más me entusiasmó –y halagó– fue algo que dijo Julio Hubard: que había leído Cenizas de mi padre de Claudio Isaac y no le había parecido mal, pero que al leer mi ensayo sobre ese mismo libro había cambiado de parecer al grado de considerarlo, a partir de entonces, como “una obra de literatura mayor”. Como ya se ve, mis amigos hablaron con palabras generosas; aquí las que dije yo con la intención de corresponderles.)

Es una presentación íntima, entre amigos, si amigos son, como estoy seguro de ello, la mayoría de quienes han sido mis alumnos en la Escuela Mexicana de Escritores y sobre todo porque son algunos de mis amigos más queridos quienes han aceptado presentar mi libro. 
Julio Hubard y Eduardo Casar viven en las páginas de Contra la fotografía de paisaje, ellos o un trasunto de ellos, torpe necesariamente si ha tenido que ser con mi mano y mis palabras como he debido retratarlos.
Julio Hubard es mi amigo más antiguo. Poeta concentrado, inteligentísimo, del que bien puede decirse que posee una aspiración clásica, Julio estuvo allí cuando decidí atender a la vocación y hacerme escritor. Con su sempiterna cajetilla de Delicados y su pequeña cafetera italiana, cuyo depósito hacía desbordar de agua, y luego llenaba de café hasta derramarlo, y después todavía ponía a la llama altísima de la estufa, por un lado, y por el otro con su edición de mil páginas de la poesía completa de Lope de Vega, poco menos que desarbolada de tanto leerla, Julio representa para mí la imagen misma de la escritura atendida y tomada en serio. Aparece en un momento crucial de mi vida y por lo tanto de mi libro porque fue él, nada menos que él, quien me habló por primera vez de Gerardo Deniz y quien me llevó a comer por vez primera con el gran poeta una tarde de hace 27 años.
Eduardo Casar fue y sigue siendo mi maestro. Él ha escrito algunas de las páginas más frescas y agudas de la poesía mexicana de los últimos años, y de un tiempo a esta parte ha empezado a reconocérsele como merece, pero con el reconocimiento genuino, no el que viene de la mano de los intereses que nada tienen que ver con la literatura, sino el que se alimenta del respeto y la admiración verdaderas. Lo conocí en la Facultad de Filosofía y Letras cuando era mucho más joven de lo que soy yo ahora, naturalmente que como su alumno, y me hice pronto su amigo. Casar siempre me ha honrado con su afecto y su simpatía, y no menos que eso, con una fe por lo menos discutible en lo que escribo. 
De hecho, puedo decir que Eduardo ha sido mi más auténtico y constante valedor. Fue él quien dirigió mi tesis sobre Deniz, es verdad que un poco a regañadientes y no sin algún conato serio de abandono. Y tal y como cuento en las páginas de mi libro, de Eduardo recibí la primera y la más duradera lección sobre qué es y cómo funciona y cuáles son los recursos de la poesía moderna. [Sobre la foto que acompaña estas líneas: ver las notas al calce.]
No exagero si digo que Ricardo Cayuela es una de las personas de las que me he sentido más entrañablemente unido en mis 50 años de vida: en los primeros años noventas, con él y otro amigo de entonces, Eduardo Vázquez Martín, fundé la revista Viceversa y compartimos todo género de aventuras y trabajos, e incluso tristes y dolorosas separaciones, en la época dorada de la vida. 
Si está en Contra la fotografía de paisaje es porque ha sido él, y con él la noble institución que encabeza, la Dirección General de Publicaciones de Conaculta, quienes han apoyado, junto con otros 150 títulos de editoriales independientes, y sólo el año pasado, a Libros Magenta, la empresa editorial de Gabriel Bernal Granados, para publicar mi libro de ensayos literarios.
Y algunos se preguntarán, ya que estamos aquí: ¿aparece la EME en mi libro? La respuesta es que sí, y muy pronto, desde las primeras páginas, en la evocación que hice para mis alumnos y compañeros de escuela de quién fue y qué tanto aprendí de poesía con el gran Salvador Elizondo, quien pasó la vida, leyó y escribió su obra a sólo unos metros de donde se lleva a cabo esta presentación. La estampa de Elizondo a la puerta de su casa, o de su Museo poético, que es como se llama su estupenda antología de poesía mexicana, está a la entrada misma de Contra la fotografía de paisaje. Gracias a la escuela por abrir sus puertas para que estos queridos amigos y una parte importante de la gente que más quiero, puedan estar esta noche, en este lugar y con este propósito.
Así que no me queda nada más que repetir: gracias a mi amigo, el poeta Arturo Córdova Just, presidente la Escuela Mexicana de Escritores, y gracias a Ricardo, Eduardo y Julio.

____________________________
Salvo las fotos de archivo, las imágenes de la presentación que aparecen en este post son de mi hermano José María y fueron tomadas el 28 de marzo pasado en la Escuela Mexicana de Escritores. La del patio de la EME la tomé yo mismo con mi celular hace dos o tres cursos. Sobre las de archivo: en la primera de ellas, Julio Hubard posa para la Canon que compró mi padre a principios de los sesentas y volvió a estar en uso siquiera unas semanas, en mis manos, veinte años más tarde; la segunda de las fotos corresponde a mi examen profesional, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el 6 de abril de 1990: Eduardo Casar preside el jurado, en el que también están Manuel Ulacia y Malena Mijares; en la última foto, abrazo a Ricardo Cayuela en la fiesta que siguió a ese examen, aquel mismo día de hace veinticinco años exactos.

Más sobre Contra la fotografía de paisaje en este blog:
Resumen de su contenido, http://bit.ly/1HzF8oV
Por qué el título, http://bit.ly/1xS2jpo
Una reseña (dos veces) generosa, http://bit.ly/1MLwY1V
La foto de portada, http://bit.ly/1BwLVfM

6 de abril de 1990


El lunes de esta semana se cumplieron 25 años de mi examen profesional. Me di cuenta porque estaba buscando una foto y di con el álbum de ese día. Nunca he olvidado que obtuve la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, como se llama la carrera en la UNAM, un 6 de abril; lo que percibí esta vez, no sin que me diera un pequeño vuelco el estómago, es que acaba de cumplirse un cuarto de siglo.
Podría copiar unos fragmentos de la tesis que defendí aquella tarde, frente a un tribunal presidido por Eduardo Casar y conformado por él mismo, Malena Mijares y Manuel Ulacia, pero me parece que ese texto, un gran retrato de la poesía de Gerardo Deniz tomado del natural, no es propicio para este espacio y a estas horas.
O podría reproducir algunas imágenes del estado actual del documento mismo que se guarda en la biblioteca de la Facultad, que vi en persona hace probablemente una década, estropeado y lleno de dobleces y marcas, lo que me permitió suponer que fue solicitado en unas cuantas ocasiones, pero resulta que las tesis fueron digitalizadas y mi engargolado original ya no está consultable, cosa que conseguí saber gracias a los buenos oficios de mi amiga Alejandra Eme Vázquez, quien me hizo el favor de fotografiar el microfilm en el que está recogida la mía entre otras quince de ese año.
Así que no me queda otra que reproducir algunas de las fotos de ese día: primero, las que fueron tomadas en la Universidad, afuera y adentro del Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras, antes y después e incluso durante la solemne lectura del acta; luego, las que tomé yo mismo o alguien tomó por mí en mi casa, en la reunión de amigos que siguió al examen. Aquí una muestra de las imágenes de aquel 6 de abril de 1990.

Image may be NSFW.
Clik here to view.
El tribunal: Manuel Ulacia, Eduardo Casar (presidente), Malena Mijares (secretaria).
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Al fondo: mi primo Jose, mi padre y mi abuelo.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
A la espera del resultado del examen, con José de la Colina y Juan Almela.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Al final de la ceremonia, con Fernando Rodríguez Guerra y Malena Mijares.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Con Eduardo Casar.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Con Juan Almela, Gabriela Galindo, Julio Hubard y Manuel Ulacia. 
Image may be NSFW.
Clik here to view.
Ya en mi casa, con Sergio Vela.
Image may be NSFW.
Clik here to view.
José de la Colina departe en la cocina de mi casa con Roberto Tejada (de gorro), Luis Ignacio Helguera y Aurelio Asiain (de espaldas).


Cinco años de Siglo en la brisa


El mes pasado se cumplió el primer lustro de este blog. Para celebrarlo, me he permitido escoger las diez entregas de los últimos doce meses que más me han llamado la atención al asomarme a la lista de más de cincuenta que conforman la historia del año más reciente de Siglo en la brisa. Nadie sabe la cantidad de felicidad, de entretenimiento y hasta de consuelo que he sacado, semana tras semana, sin fallar prácticamente nunca a lo largo de más de cinco años, de la escritura y la confección de este cuaderno en línea. Publico una brevísima descripción de cada una de esas entregas, acompañada del enlace que le corresponde y una de las imágenes con las que originalmente las ilustré.


1. Yamita, fotos curiosas (Foto: FF)
Esta entrega reúne algunas de las fotos más simpáticas que he conseguido hacer a la dulcísima gatita que me ha acompañado a lo largo de los últimos años. En la imagen, por ejemplo, el rastro que dejó un día cualquiera al abandonar su refugio (por cierto, invariablemente diurno) entre las cobijas de mi cama. 


2. Cervantes en Lepanto
Este post recupera un relato de la batalla en la que el genial autor de El Quijote fue herido en un brazo. Quien lea se enterará de las razones por las que podemos decir que el famoso Manco de Lepanto no era manco. Tomo el texto de la espléndida biografía del hispanista francés Jean Canavaggio (Austral).




3. El niño Arreola se aprende La suave patria (Foto: Kati Horna)
El autor de Confabulario, uno de los lectores más originales y profundos de López Velarde, cuenta cómo conoció y se aprendió de memoria el gran poema sobre México.


4. Adjetivos de Algaida
La profusión de adjetivos es una de las características de mi poema preferido de Eduardo Lizalde. El texto intenta explicar las razones por las aparecen en tal cantidad; no menos que eso, trata de entender por qué resultan tan hermosos y conseguidos.


5. Mi cuento preferido de Saki
Desde que hace cerca de cinco lustros mi querida amiga Nattie Golubov me regaló una hermosa edición en castellano de algunos relatos de Saki, me convertí en lector del agudo y finísimo cuentista británico. "La telaraña" es, de todos los que conozco, el que más me gusta.


6. Un retrato afortunado de Octavio Paz (Foto: Enrique Díaz, AGN)
Esta entrega de Siglo en la brisa recupera todas las veces que se ha reproducido este estupendo retrato del jovencísimo poeta, al menos todas las que yo conozco, desde que descubrí la imagen en un libro de Elena Poniatowska y la puse en la portada de Viceversa.


7. Tezcatlipoca, códice Borgia (lámina 17)
Dos queridos amigos, Mario González Suárez y Eduardo Menache, grandes conocedores del bellísimo documento prehispánico, interpretan la extraña imagen de Tezcatlipoca que aparece en una de sus láminas (y que copio una vez más arriba de estas líneas).


8. Nueve retratos españoles (Foto: FF)
En octubre de 2014, estuve veinte días en España. Este post reúne algunos de los retratos que hice a algunos amigos mientras pasaba por Madrid, Extremadura y Asturias. En la foto, Chelo la de Tivo se deja retratar a las puertas de su casa, en el pequeño pueblo de Asiego de Cabrales.


9. Cosecha de nabos (Foto: Juan Miranda)
La preciosa foto de Juan Miranda que aparece en la portada de mi libro Contra la fotografía de paisaje tiene una historia singular. Esta entrega hace el relato de cómo llegó a mis manos y de qué manera acabó saltando a la portada del librito editado por Magenta.


10. Almela: últimas fotos (Foto: FF)
Algunas de las últimas fotografías que le hice a mi queridísimo amigo Juan Almela aparecen reunidas en esta entrada. En ellas, el poeta, lamentablemente fallecido la tarde del sábado 20 de diciembre pasado, trata de descifrar el título de mi libro sobre López Velarde.


_________________________
Los otros aniversarios de este blog
El primer año de Siglo en la brisahttp://bit.ly/wvnnI4

Dos años de este cuaderno en línea, http://bit.ly/XwUDVb

Tercer aniversario: http://bit.ly/OX43Mx

Cuatro años, http://bit.ly/1KWBLg6



La foto que abre este post es de Jonathan López Romo.



Ni sombra de disturbio: una reseña


El miércoles de la próxima semana se presentará mi libro sobre López Velarde, editado por AUIEO y la Dirección General de Publicaciones de Conaculta; será la tarde del día 29, en el Museo Tamayo, y estarán en la mesa de presentación tres notables conocedores de la vida y la obra del gran poeta de Jerez: Luis Miguel Aguilar, David Huerta y Juan Villoro. Con la idea de dar cuenta del contenido y las intenciones del libro, acaso nada mejor que reproducir la reseña de Ni sombra de disturbio que publicó en febrero pasado Ernesto Lumbreras en Confabulario, el suplemento cultural del periódico El Universal. Aprovecho, por cierto, para agradecerle a Lumbreras, reconocido poeta y crítico de artes plásticas, su generosa lectura; no menos que eso, para felicitarlo por la aparición de su libro La mano siniestra de José Clemente Orozco, que ganó el Premio Internacional de Ensayo que convoca Siglo XXI Editores. 

De sombras y disturbios
Por Ernesto Lumbreras
Leí con placer, curiosidad y provecho los asedios velardianos reunidos en Ni sombra de disturbio de Fernando Fernández quien lleva en el nombre una aliteración muy del gusto del poeta de Zozobra (1919)En los cinco ensayos que componen el volumen identifico un afán común: traer a la bibliografía sobre Ramón López Velarde nuevos asuntos y enfoques que enriquezcan, y en varios casos corrijan, la lectura de su obra y de contexto. 
Conocedor de los estudios centrales sobre el vate zacatecano, de Xavier Villaurrutia a Allen W. Phillips, de Antonio Castro Leal a Octavio Paz, de José Luis Martínez a Juan José Arreola, de Gabriel Zaid a Guillermo Sheridan, el autor de estas amenas incursiones rescata y trae a la mesa de discusión otros acercamientos, miradores de otras latitudes temporales y geográficas: el de Concepción Gálvez de Tovar con su Ramón López Velarde en Tres Tiempos (1971) y el de Martha Canfield, crítica uruguaya afincada en Italia, con su La provincia inmutable (1981) o el de Alfonso García Morales, ensayista español que anotó la edición madrileña de la poesía de López Velarde. 
Fundamentalmente, estas dos lecturas “periféricas” ventilan a nuestro mal llamado poeta nacional. Siendo el más leído y comentado, intramuros, de nuestros líricos, las impresiones y juicios extranjeros atemperan, por una parte, los malentendidos del color local —sustantivo en el corpus de su obra a nivel de pretexto y no de escenografía— y también, establecen otras correspondencias o referentes a los imperantes en el solar mexicano. 
En la primera pieza “El retrato del primer López Velarde”, Fernández hace una lectura a contracorriente de lo que el canon de la crítica en México ha impuesto, pareciera, como dictamen irrevocable: la obra agrupada por José Luis Martínez bajo el título “Primeras poesías (1905-1912) es “mera curiosidad bibliográfica” (Phillips), pues reúne escritos “sentimentales, artificiosos” (Paz) que desentonan dirá Emmanuel Carballo con las piezas de La sangre devota (1916). Otras voces, menos visibles, matizan tal desdén y colocan algunos poemas, no reunidos en libro, en el mismo plano de “eficacia expresiva” de los reunidos en sus tres libros de poemas.
Al mismo tiempo que propone enmiendas sobre errores y erratas en la edición de las Obras al cuidado de José Luis Martínez, el ensayo en cuestión se adentra en el taller escritural de López Velarde, como también lo hizo el crítico jalisciense a la hora de comparar la edición “frustrada” de La sangre devota de 1910 con la definitiva publicada seis años después. En poemas como “A mi padre” y “El piano de Genoveva” de 1908 o en “Una viajera” y “El adiós” de 1912, nos dice Fernando Fernández, se localiza en sus plenos poderes la poética del jerezano, al menos —apunto por mi cuenta— la que se despliega en su opera prima; otra dimensión mayor habrá de fraguarse en su cima poética, Zozobra, y en la reunión póstuma de su obra lírica bajo el título El son del corazón (1932). 
La naturaleza detectivesca del segundo ensayo, “Alfonso Camín, entre el canario y el murciélago”, intenta reconstruir el retrato de vida del poeta asturiano, presente, en varios momentos, en la vida cultural de México y que ahora es un nombre un tanto olvidado en ambos lados del Atlántico; en esa búsqueda, Fernández nos informa de los lazos afectivos y literarios con el poeta mexicano a quien dedicaría el poema “Aguafuerte” de 1919.
El tercer estudio, “La maestra del mundo” es una delicia filológica como a las que nos tenían acostumbrados Antonio Alatorre o Gerardo Deniz. La revisión de clásicos, de Ovidio a Fernando de Rojas, de Cervantes a Eneas Silvio Piccolomini, este último el futuro Pío II nos informa el autor, hacen posible un paseo por nuestros clásicos con la finalidad de encontrarnos con las fuentes de guiños y recreaciones lópezvelardianas de dos momentos, el relativo a las “lenguas arpadas” de “Para el zenzontle impávido…” y el anotado en versos de “La suave patria” que rezan “con el bravío pecho / empitonando las camisas.” El cuarto ensayo es con mucho el más completo y atractivo respecto las reformulaciones escriturales y de lectura de uno de los poemas fundamentales del bardo de Zacatecas: “El sueño de los guantes negros”. Pieza inconclusa que ha sufrido transcripciones equívocas, arrastrando también una leyenda, de poco provecho, para fijar su condición de poema no consumado por su autor.

En sus varios apartados, este capítulo de Ni sombra de disturbio, trae a cuento a otros comentaristas del tétrico poema, anécdotas que se acumulan en un ministerio de justicia poética para ordenar los hechos y los mitos respecto del original, escrito a lápiz por López Velarde, en una hoja de papelería de periódico Excélsior así como ediciones que han publicado dicho texto con descuidos, revelaciones y añadidos no siempre afortunados. Literalmente, Fernando Fernández leyó con lupa el texto, letra a letra, palabra por palabra, en el borroso y frágil manuscrito velardiano puesto en guarda en la Academia Mexicana de la Lengua. El estudio final, “El candil”, es un ensayo vía la crónica sobre un fetiche potosino del poeta, “un símbolo” personal, nos recordaría Fernández; se trata del majestuoso candil con forma de bajel o de carabela ubicado en la bóveda del Templo de San Francisco de San Luis Potosí. Ese ornamento de cristal y de luz inspiró el poema “El candil” ubicado en el índice de Zozobra y dedicado a Alejandro Quijano, hermano de la musa esencial de dicho libro.
Declaraba el poeta Luis Miguel Aguilar, estudioso todo rigor de nuestra lírica, que “Ramón López Velarde es el centro de la poesía mexicana.” Estas palabras y otras más, dichas en la ceremonia de entrega del Premio Internacional Ramón López Velarde 2015, en el Teatro Calderón de Zacatecas, nos previenen sobre el incesante retorno del poeta, a nuestro turbio presente, en la víspera del año 2021, centenario de su muerte y de su poema más popular. Con ese mismo aliento de resurrección cotidiana, Fernando Fernández comparte su lectura, sus reflexiones y hallazgos en torno del poeta más cordial de todos los poetas.

 _____________________
Este ensayo apareció originalmente en el suplemento Confabulario del periódico El Universal, el 7 de febrero de 2015.

El retrato de Ernesto Lumbreras es de Marco Medina/La Vanguardia, México, y lo tomo prestado de http://bit.ly/1zxTzDO; el de José Luis Martínez aparece en la revista Letras Libres, que lo publica sin ofrecer datos de su autoría, http://bit.ly/1Dpd6qL; por último, el de Luis Miguel Aguilar pertenece a la Coordinación Nacional de Literatura, según se afirma en http://bit.ly/1Dpi1Id, de donde lo copio. La imagen con el retrato de Alfonso Camín pertenece a mi archivo.

Más sobre Ni sombra de disturbio en este blog:
Imágenes de la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
Fermín Revueltas ilustra “El sueño de los guantes negros”, http://bit.ly/1EgOWFN
Juan Almela, últimas fotos, http://bit.ly/1EzS5j3

Presentación: un puñado de imágenes


El miércoles pasado se presentó Ni sombra de disturbio en el auditorio del Museo Tamayo, en Chapultepec. Aquí una pequeña muestra de las fotos que mi hermano José María hizo esa tarde.

El editor, Marco Perilli. Al fondo, David Huerta.

 David Huerta.

Luis Miguel Aguilar.

Juan Villoro. 

Al micrófono.

Los presentadores, al final de la mesa.

 La maestra Ana Barberena y la poeta Mariana Bernárdez.

El fotógrafo Juan Miranda y el director de escena Sergio Vela. 

___________________
Las fotos de este post son de mi hermano José María Fernández y fueron tomadas la tarde del 29 de abril de 2015.

Más sobre Ni sombra de disturbio en este blog:
Fotos de la edición de AUIEO / DGP de Conaculta, http://bit.ly/1u1HBnC
La reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1GP0UqG

Moreno Villa, memorista


Estaba el libro desde hace tanto tiempo en mi biblioteca que ya me parecía que su autor, José Moreno Villa, era una especie de pariente más o menos lejano del que mucho había oído aunque jamás hubiera tenido la experiencia directa de tratarme con él. 
Exactamente el mismo efecto produce en mí su lugar en la historia de la literatura: como fue tutor de Lorca, de Alberti, de Prados, acaso de Cernuda, mis sentimientos hacia él son los mismos, o casi los mismos, de quienes conformaron aquel grupo de grandes poetas que tanto lo quisieron: un cariño que sólo puede describirse correctamente como entrañable –en mi caso, claro, dado por interpósita persona, pero de la manera más legítima y natural.
Por fin, la penúltima semana de diciembre lo leí; no fue cualquier semana: fue la del internamiento y la muerte de mi querido amigo Juan Almela, lo que quiere decir que durante esos días anduve particularmente sensible y emotivo, en especial a todo lo que perteneciera al ámbito de la familia, mucho más si estuviera relacionado de cualquier forma con lo ibérico y sobre todo con lo que tuviera que ver, de la manera que fuera, con el exilio español. Y eso, precisamente eso, es Moreno Villa.
Por supuesto, el libro, llamado Vida en claro, me encantó, para empezar porque pertenece a ese género literario que tanto me gusta, el momorialístico. Sirva este post para reproducir algunos pocos, breves, fragmentos: uno sobre el sentimiento gótico, como mi amigo Almela definía al amor; los otros son un puñado de retratos: de Alfonso Reyes, de Machado, de Alberti. Por último, una página sobre el miedo. Tomo los textos de mi vieja edición de Vida en claro, la autobiografía de Moreno Villa publicada por el Fondo de Cultura Económica por vez primera en 1944. El ejemplar que está en mi biblioteca pertenece a la primera reimpresión, de 1976.

[Sentimiento gótico]
Para un andaluz joven y recién salido de su ambiente, un monumento gótico es algo inexplicable. Las torres como lápices afilados, los arbotantes como muletas de tullido, las puertas abarrotadas de imágenes alfeñicadas, la piedra toda ahora horadada, perforada, convertida en flores y hojas. Sospechaba que aquello quería decir algo, que no era un delirio del hombre. Lo que no sospechaba era que, con el tiempo, yo mismo iba a sentir en gótico, es decir, que aquella fuga ascendente de la piedra respondía al anhelo de un san Juan de la Cruz y a todo auténtico lirismo. (Páginas 65-66)

[Antonio Machado]
Recuerdo bien dónde lo vi por primera vez. Estaba parado en la puerta del Ateneo. Yo venía con Juan Ramón, que me dijo: –Mire, aquél es Antonio Machado. –¿Aquél tan sucio?, le pregunté. –Sí.
Además de sucio era distraído. Una tarde, me senté a su mesa en el café Kutz. Estaban con él su hermano Manuel y un tal Fernández que sabía de teatro. Éste y Manuel estaban fumando, yo saqué mi petaquilla, tomé un cigarro; y como los que yo fumaba no solía gustar los españoles, no le ofrecí a Antonio. Éste, sin embargo, distraído, y creyendo que yo le había dado uno, encendió una cerilla y se la aplicó a los dedos llevados a la boca.
Andando por la calle parecía uno de esos eternos cesantes que nadie sabe de qué viven. Daba también la impresión de que venía de muy lejos, con muchas leguas de carretera atrás y que iba hacia otros parajes que los demás mortales. ¡Qué suyos aquellos versos: “Yo voy soñando caminos…”!
Alguna vez subió hasta mi cuarto de la Residencia de Estudiantes a escuchar mis últimas poesías. Éste gesto de llaneza, de humildad, me conmueve todavía. Porque hay que pensar en que él era una gran figura yo no pasaba de principiante.
La última vez que le vi fue en Valencia. Salimos de Madrid en el mismo camión. Llevaba ocho o nueve personas de la familia. Hicimos noche en el entonces terrorífico pueblo de Tarancón, y su pobre madre tuvo que dormir en el suelo.

[Alfonso Reyes]
Reyes […] era cortés y agudo, con infinitas alusiones literarias perfectamente encajadas. En sus ojos vivaces reía siempre un pensamiento que volaba o se detenía para enseñarnos el colorido tropical de su plumaje. Parece mentira que entonces le quedasen ganas de bromear; atravesaba la peor época de su vida; tenía que ganarse el pan familiar a punta de estilográfica. Él inició en Madrid, en El Sol, la crítica de cine. Luis Bello, el periodista, decía que Reyes era un prócer de las letras hispanas. (Página 99)

[Rafael Alberti]
Un muchacho nuevo se acercó a este grupo de la Residencia. Era andaluz y alegre. Decía que pintaba, pero lo único que yo vi suyo en poder de Federico no valía nada. Pronto habría de sorprendernos con un libro de poemas frescos y luminosos, que yo defendería acaloradamente en el Jurado para el premio de literatura del año 24. Era Rafael Alberti. Quiero contar esta escena del Jurado sin omitir mi metedura de pata. Lo constituíamos Menéndez Pidal y el Conde de la Mortera (Gabriel Maura y Gamazo) para lo histórico, Arniches para el teatro, Antonio Machado yo para la poesía. Tal vez me olvide de alguien. Como secretario, Gabriel Miró. La cosa marchó perfectamente hasta que tocamos a la poesía. Maura propuso en primer lugar al llamado “Pastor poeta”. Yo me opuse inmediatamente. Mauro argumentó con una frase poco feliz: –Su poesía huele a lana y a chorizo. –Basta eso –repliqué– para que una poesía dé asco. Y aquí fue mi metedura. Continué diciendo: –Eso es tan repulsivo como la pintura de don Luis Menéndez Pidal, ahumada y renegrida como las morcillas. Con el acaloramiento, no pensé que estaba delante su hermano Ramón. Intervino Miró hábilmente y todos me dijeron que diera yo un nombre para primer premio. –Pocas veces estoy tan seguro de votar con acierto como ahora; el poeta que se anuncia en este concurso como valor de trascendencia es Alberti con su libro Marinero en tierra. Entonces Antonio Machado, que había permanecido mudo, convino en que sí, que era lo mejor. Maura y todos aceptaron, pero aquel Conde llevaba otro candidato, además del “Poeta pastor”, y era Gerardo Diego. Propuso entonces que se dieron un segundo premio, trasladando el de teatro la poesía. Y así se hizo. (Página 118)

[Miedo]
Cuando se agudizó el cerco a Madrid y la metralla penetraba por las ventanas del Archivo, deje de ir. Hablé con Navarro Tomás, por ser viejo funcionario del Cuerpo de Archivos, y me dijo que debía inscribirme en las milicias de la FETE. Aquella misma tarde lo hice. Por cierto que al ir en busca de Navarro, en la calle de Medinaceli, me encontré de pronto solo en la plaza de las Cortes al tiempo que pasó un auto, volado, lleno de forajidos que asomaban sus escopetas por las ventanillas y me miraron con sospecha. Si hubieran podido contener la velocidad excesiva que llevaban o la prisa que tenían y me hubieran reclamado papeles de identificación, a estas horas sería polvo en cualquier derrumbadero madrileño. Porque yo andaba sin papeles de filiación alguna. Madrid estaba verdaderamente medroso, en esta época de los incontrolables. Y es curioso el fenómeno del miedo: no lo sentía cuando bombardeaban, ni ante la posibilidad de que cayera en manos militares enemigas, pero sí cuando se acercaba el hombre fiera, que sin saber leer ni entender las explicaciones exigía papeles de identificación. (Páginas 212-213)

___________________________
Más memorias en ese blog:
Federico Álvarez reconstruye su infancia, http://bit.ly/1DqTNgl
Pasajes inolvidables de Buñuel, http://bit.ly/1FpmNv3

Claudio Isaac recuerda al cineasta Alberto Isaac, http://bit.ly/1OtTehO

Sobre la foto de grupo que abre este post: se trata de [cito] “la ‘Orden de Toledo’, en plena inacción. De izquierda a derecha, Pepín Bello, José Moreno Villa, María Luisa González, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Federico García Lorca”. Tomados, la foto y el pie, dehttp://willygchristmas.wordpress.com/2014/01/

La foto que ilustra el último texto pertenece al archivo de la agencia EFE. La tomo prestada de http://bit.ly/1OtVDsQ, donde es descrita con estas palabras: “En la calle de San Luis de Madrid yacen las víctimas del bombardeo de las fuerzas nacionalistas durante la Guerra Civil Española.” 


Una fotografía de Alberto Kalach


Para nada recordaba la imagen; vaya, estoy seguro de que ni siquiera la conocía: no recuerdo que Alberto me hubiera hecho ningún retrato nunca, al revés de como me ocurre a mí con él, que lo he fotografiado en diversas ocasiones a lo largo de los años, la más memorable de ellas en la pequeña terraza de su viejo despacho de la colonia Nochebuena. 
Y de pronto, el pasado sábado 7 de febrero, cuando acudo a un cumpleaños en la azotea de la última obra terminada de mi amigo arquitecto, edificio esbelto y hermoso cuyo perfil se distingue sobre la avenida Constituyentes delante del bosque de Chapultepec –y en donde, por cierto, tiene actualmente su despacho–, Alberto Kalach me recibe con una fotografía de cuya existencia yo no tenía ni la más remota idea. Según me explica, me la tomó él mismo, lo que no puede haber ocurrido sino allá por los años en que más lo frecuenté, entre 1986 y 1988, por los días exactos en que aprendí las bases del oficio editorial.
Varias veces he contado que fue echando mano de su papelería y sus lápices, en las oficinas que él compartía con uno de mis primos, en donde elaboré por primera vez una publicación en condiciones más o menos profesionales, quiero decir que yo mismo, sin que mediara siquiera un tipógrafo o un diseñador, y siempre atento a los oportunos consejos del entonces joven arquitecto. (La historia de la revista Alejandría la he contado ya en este blog; la liga, al calce).
Y a pesar de que no recuerdo el momento en que fue tomada la foto y de que ni siquiera tengo, por confusa que pudiera parecerme, la imagen de Alberto con una cámara en las manos, el retrato tiene todo el sello de la visión de mi talentoso amigo: su buen gusto, su equilibrio compositivo, la escala perfecta de los valores y los matices. Además, no me cabe ninguna duda de que el lugar que aparece en ella es uno de los rincones del último piso de su despacho de la calle de Atlanta, a un costado de la plaza de toros de la ciudad de México. (Curioso cómo se va trazando la cartografía personal de las ciudades: el pequeño departamento de Juan Almela, a quien estaba a punto de conocer por esos exactos días, estaba a menos de diez minutos caminando de ahí.)
No es imposible que alguno de los papeles que se ven sobre el escritorio, debajo de las plantillas de círculos o los plumones, sea la copia de la carta de Proust que puso en mis manos la señora Rosenblueth a la que me referí en Contra la fotografía de paisaje y que acabó en la basura con el resto de los materiales de uno de los números de Alejandría. Como sea, la regla T, la escuadra y las plantillas, el estuche del leroy, el dibujo de la fachada fijada con tachuelas, el fólder con el escudo de la UNAM, y todavía atrás de mí, fuera de foco, el banco clásico del restirador arquitectónico, todo eso forma parte del escenario y la utilería del lugar en el que me convertí en editor. La pura nostalgia y dos o tres recuerdos relacionados con la creatividad y la camaradería dictan que aquellos años, los de mis ventipocos, hayan sido de gran felicidad. Por una vez no tengo la intención de contradecirlos.

____________________
Más sobre Alberto Kalach (a la derecha de esta nota, en el último retrato que le he hecho, y en el que aparece con su hijo Marco) en este blog:
Recados memorables, http://bit.ly/1zOOkzz
La obra maestra de Carlos Mijares, http://bit.ly/1pVjqTH

Alejandríaen Siglo en la brisa:

Deniz: su vida con el Fondo


En julio del año pasado entrevisté a Juan Almela sobre los años que trabajó para el Fondo de Cultura Económica. La entrevista apareció al mes siguiente, en el número que la Gaceta publicó para celebrar a los autores ligados a la institución que cumplieron 80 años en 2014, precisamente las ocho décadas que ese año hizo la editorial, fundada en 1934. Quien quiera leer completo aquel trabajo, puede asomarse al texto en línea (el link, al calce). 
Esta vez me limito a entresacar mis tres momentos preferidos de la entrevista: en el primero, Deniz se refiere a la peor etapa de la historia del Fondo y recuerda lo que opinaba un funcionario sobre los libros que no eran de tema económico; en el segundo, el poeta relata la relación de amistad que mantuvo con un pequeño ratón que asomaba de cuando a cuando a su cubículo; en el último, brevísimo, recuerda una frase que solía decir Alí Chumacero, uno de los amigos que hizo durante aquella época, cuando las mañanas de trabajo resultaban especialmente tediosas.

La etapa más ridícula de la historia del Fondo
—¿Por qué te fuiste del Fondo la primera vez?
—Salí a mediados del año sesenta porque ya no soportaba un libro muy complicado de sicología, pero que yo quería hacer bien. Estaba traducido con los pies, cosa muy normal en los libros del Fondo en su primera versión, y le dije a Díez Canedo que si me daba presupuesto para comprar una docena de libros y me dejaba un mes que dedicase yo el tiempo de trabajo a estudiar esos libros, que podría revisarlo con decoro. Pero como ése no es el plan de un negocio, pues entonces [ahí] se quedó la cosa. No aguantaba yo aquel libro ininteligible, aunque no era de economía, ya era pedagogía y complicadísimo, un libraco muy grande.
—¿Cómo se llamaba?
Teorías del aprendizaje.
—¿De quién era?
—No me acuerdo ya.
—Al final ¿se publicó?
—Sí, claro, con todas las barbaridades.
—¿En qué año regresaste a trabajar al Fondo?
—Regresé en 65 o algo así.
—¿Por qué regresaste?
—Porque desapareció mi trabajo previo del Centro de Documentación. Logró su director que lo aniquilaran y desapareció aquello, lo cual fue para mí un golpe terrible del lado intelectual porque dejé de tener la revista científica a mi alcance, que era mi alimento principal desde hacía ya años, y me quedé flotando un tanto hasta que me llamó Alí Chumacero diciendo que cuándo volvía y tal. 
Volví cuando el Fondo entraba a la etapa más grotesca de su historia, que fue la que cubrió el sexenio de Díaz Ordaz y en la cual tuvimos como director a don Salvador Azuela, que convirtió a la editorial en una cosa verdaderamente de risa, que daría para un libro entero, pero un libro cómico.
—¿Por qué fue tan negativa esa etapa?
—No, no fue negativa, fue ridícula. Porque nadie, empezando por el director Azuela, hasta el último… bueno, el último no porque seguían ahí los mismos, los que sobrevivieron a las expulsiones en busca de comunistas, porque la idea que le metieron en la cabeza a Azuela es que en el Fondo de Cultura no podías abrir un cajón sin encontrar un lingote de oro de Moscú, lo cual era mentira porque muchos defectos tenía Orfila, y soy el primero y aun el único a veces en reconocerlos, pero en las cuentas el funcionamiento del Fondo era perfectamente limpio. Azuela metió una cantidad ilimitada de achichincles, gente absurda, ex burócratas, en fin, hasta que todo fue irse Díaz Ordaz del poder y rápidamente se fue Azuela con todo su circo y nos pusieron a Carrillo Flores, Antonio, que había sido Ministro de Hacienda y era una persona muy agradable de trato pero tenía tantos compromisos, tantas obligaciones, desde la ONU hasta no sé qué, que el Fondo entró en una etapa de semi-desintegración, con directores múltiples… Aquí fue especialmente pernicioso un señor que metió creo que Carrillo Flores, si no pues que la historia me corrija, pero era un señor Hegewisch que dividía los libros en “de administración de empresa” y libros “para exquisitos”. Los “libros para exquisitos” eran todo lo que fuese historia, ciencia, lo que fuera, y no merecían mayor atención.

Amistad con el ratón
—¿Cómo es eso que contabas alguna vez, que tenías un pequeño ratón en tu oficina del Fondo?
—En el Fondo de Cultura de Avenida Universidad había enfrente, casi hasta el último momento, una insondable extensión de basureros que llegaban casi hasta la Calzada de Tlalpan, y ahí se criaban infinitas moscas. Entonces el deporte del Fondo era matar moscas; todos teníamos matamoscas y era un placer, claro, el estar leyendo unas aburridas pruebas de economía y decirse: “Cuando acabe esta galera voy a matar moscas”. Hacíamos pilas luego, así como las hacía Tamerlán con calaveras. Cuando se te calentaba la mano matando tus moscas te asomabas al cubículo anexo y les decías: “¿No quieren que les mate…?”, y decían: “¡No!, ¡fuera!, ¡son nuestras moscas!”, y así. Y pues, bueno, entre los beneficiarios de los cadáveres de moscas resultó estar un ratoncito que salía de una grieta inverosímil, en el marco de la ventana que daba a Avenida Universidad, a un piso de altura. Lo descubrí de repente. Vi que algo se movía y miré, sin espantar a nadie, total era yo solo, era mi cuartito, y vi que salía un ratoncito, se agarraba una mosca muerta, corría y se metía en la rendija. Pero ya cultivándolo, poniéndole moscas apetitosas y todo, pues ya llegó el momento en que podía yo invitar a algunos amigos estrechos a que vieran conmigo, sin moverse, bien quietecitos y callados, cómo salía el ratoncito. Luego ya él también extendió su interés al mundo exterior, y se apoyaba en el cristal, y allá abajo, a cinco metros de las orejas del ratoncito, pasaban camiones, trolebuses, gente, coches, de todo, y el ratoncito miraba, miraba, o si no agarraba su mosca y se escondía.

Una anécdota de Alí
—¿Y cómo es la anécdota de Alí Chumacero, cuando gritó la frase aquella a otros empleados del Fondo?
—Ah, no, ésa era una de sus muletillas. Cuando cualquier mañana resultaba especialmente fastidiosa, de trabajo pesado y aburrido, se iba asomando de puerta en puerta diciendo: “Maestro, ¡mejor hubiéramos sido putas!”.

______________________
El número de la Gaceta del FCE de agosto de 2014 (“Cosecha 1934”) puede leerse en: http://bit.ly/11UxxRU

El espléndido retrato de Alí Chumacero es de Laura Cohen; lo tomo prestado de su página en la red, http://photolauracohen.com/el de Deniz que abre el post, es de Amaranta Chávez. El que lo muestra bebiendo una coca cola fue hecho en su cubículo del Fondo de Cultura Económica y forma parte de su archivo personal.

En los 80 años de Deniz, http://bit.ly/1sDZm8f

Más sobre Almela / Deniz en este blog:
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Noticias recientes, http://bit.ly/V95VkF
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1





En el CCH Vallejo


Hace un par de meses pasé una mañana en el CCH Vallejo, conversando con un grupo de alumnos sobre López Velarde. En esa institución trabaja el periodista Noé Agudo, quien unos días más tarde me pasó por correo el siguiente cuestionario. Sus preguntas y mis respuestas aparecieron en el número 198, del 13 de abril pasado, de la gaceta de ese plantel, llamada Comunidad Vallejo. Con el permiso de mi amigo periodista, las copio a continuación con el propósito de recoger el intercambio en este blog.


Poeta, ensayista, periodista, profesor y animador cultural, ¿con cuál de estas camisas te sientes más cómodo?
Yo te diría, siguiendo con la analogía que me propones, que todas y cada una de esas camisas, las cuales efectivamente están en mi guardarropa, me resultan gratas y cómodas. Afortunadamente puedo cambiármelas según el trabajo que tenga que hacer. Disfruto mucho las clases semanales que doy en la Escuela Mexicana de Escritores y lo mismo me pasa con el programa de radio, que también hago cada ocho días. 
Lo de animador cultural, expresión que te confieso que me parece un poco pretenciosa, supongo que se extrae de mi trabajo como entrevistador de autores de libros o incluso de mi oficio de editor, labores que también me gusta desempeñar. 
Ahora, también es cierto que a lo mejor algunas chambas ayudan a las otras: supongo que puedo decir que soy un profesor menos aburrido porque tengo entrenada la soltura del radio, y quizás no tan mal conductor porque me veo permanentemente en la necesidad de estudiar para estar al tanto de lo que tienen en la mente mis alumnos más jóvenes.

Has escrito hasta la fecha tres libros de poesía, ¿cuál ha sido la respuesta de los lectores, la poesía es sólo para élites?
Ha sido una respuesta modesta, en general. Ya se sabe que la poesía no suele encender numerosos entusiasmos. Pero la de algunos lectores escogidos, ha sido siempre satisfactoria. Es verdad que escribo muy pocos poemas, y últimamente quizás menos que nunca, pero mi libro más reciente, Palinodia del rojo, que es de 2010 y se mantiene bastante desconocido, todavía me depara de cuando en cuando alguna sorpresa.

Sobresaliente tu trabajo como editor y periodista, ¿qué periodismo requiere actualmente nuestro país?
Gracias por tus generosas palabras. No te sé decir si algún periodismo diferente al que siempre se ha necesitado. En este país, por lo que sabemos desde hace mucho, debe ser tenaz y valiente, y capaz de resistir lo que venga.
Una pregunta indispensable a un gran lector y animador de la lectura, ¿qué hacer para que los jóvenes regresen a la lectura?
Sin duda, acercarles la literatura que pueda interesarles. Es cosa bien sabida que cuando algo te interesa de verdad, lo que sea, haces todo lo posible por leer sobre ello, en el formato y en el género de edición y en los tiempos y las formas en que haya que hacerlo.

¿Por qué ese título (Contra la fotografía de paisaje) de tu más reciente libro de ensayos?
El título se explica leyéndolo, empezando por el prólogo, en que se relata que el autor es muy dado a fijarse en los detalles de las cosas, antes que en las generalidades. Cuando era joven desarrollé la discutible teoría de que la fotografía es un arte para retratar seres humanos, en particular sus rostros, y dar cuenta, así, del paso del tiempo, lo que es mucho más arduo si se trata de fotografiar paisajes. En Contra la fotografía de paisaje se encontrará, antes que teorías sobre los libros que leo, las razones por las que me entusiasma cierto poema de un determinado autor, y dentro de ese poema un verso en específico, y dentro ese verso, digamos, un adjetivo en particular. También asuntos como los pequeños giros, inesperados y sutiles, que toman algunos acontecimientos, o las mínimas desviaciones que sufre mi memoria aun en las cosas que más me entusiasman, lo que al final trae consigo importantes consecuencias.

____________________
Tomo la foto que abre este post de www.vallejotallerdelectura.blogspot.mx 

Gracias a Adriana Cortés Koloffon, de la Dirección de Literatura de la UNAM, por la imagen del auditorio José Vasconcelos del CCH Vallejo, donde se llevó a cabo la plática. La foto de grupo, en el Escuela Mexicana de Escritores, es de Mario González Suárez; la de la cabina del IMER, en la que acompaño al editor y narrador José de la Colina, es de Jonathan López Romo. El retrato en blanco y negro de mi querida amiga Dzazil Espinosa, es mío.

Otro cuestionario en este blog:
Una entrevista en Oviedo, http://bit.ly/1b5Vjyj

Una errata pertinaz

Por lo visto el error apareció por vez primera en Poesías completas y El minutero, la edición de la obra de López Velarde que hizo Antonio Castro Leal en 1953 para Porrúa (Colección de escritores mexicanos, número 68). En ella puede leerse, en lugar del enigmático verso “la carreta alegórica de paja” con que célebremente remata “La suave Patria”, “la carreteraalegórica de paja”.
El absurdo alcanzó la gloria de la traducción en The News, Sunday Supplement, “Vistas”, Mexico City, de la semana del 10 de octubre de 1971, en donde “La suave Patria” está traducida como “Mellow homeland”, según leo en una pequeña nota que publicó mi amigo Juan Almela en la revista Vuelta(“Más curiosidades velardianas”, número 143, octubre de 1988, págs. 68-69). Según él, que tuvo en las manos aquel periódico, el final del poema decía así: "...and a throne / In the open spaces, like a sonorous gourd: / The allegorical highway of straw!".
Ignoro si el libro de Castro Leal se siga publicando; si es así, es posible que aún lleve la errata. Lo digo porque en la edición que yo tengo aparece todavía, y eso que es ya la sexta, del año de 1971, es decir cinco ediciones y casi veinte años después. Aquí el aspecto de los últimos cinco versos del poema, que tomo del ejemplar que está en mi biblioteca:
En México estamos acostumbrados a cosas así. Lo que no tiene perdón es que en 2011, cuando el poema cumplió 90 años, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se encargara de dar nueva vida al despropósito, con lujo de esplendor y de derroche. El gobierno pagó en aquella ocasión dos planas enteras del suplemento El Ángel del periódico Reforma para reproducirlo completo: 
Los encargados de prepararlo quizás tomaron el poema de internet, donde suele aparecer con la errata, y lo que consiguieron fue renovar quién sabe hasta cuándo la vigencia del risible caso. ¿Cuánto costaba una doble plana en el desaparecido suplemento? Pues esa cantidad pagó, con el dinero de todos, la Secretaría de Educación Pública a través de Conaculta para poner nuevamente en el mapa la “carretera de paja”. Como quise incluir el dato exacto en Ni sombra de disturbio, mi libro de ensayos sobre López Velarde, que apareció bajo el sello de AUIEO y la DGP de Conaculta, no dejé de echar un ojo a la fallida edición del poema cuando estuve en la Hemeroteca Nacional haciendo un puñado de consultas finales. Aquí la portada del suplemento, seguido del doble desplegado y algunos detalles de las páginas dos y tres de la edición del 24 de abril de 2011 de ese periódico.





___________________
Gracias al poeta Óscar Cid de León por su ayuda para la elaboración de esta entrega de Siglo en la brisa.

Las fotos de este post fueron tomadas con la cámara de mi teléfono. 

Ni sombra de disturbio en este blog (en la imagen de la derecha, con el manuscrito de "El sueño de los guantes negros" desplegado):

La reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1AS1xxF
Fotos de la edición de AUIEO / DGP de Conaculta, http://bit.ly/1u1HBnC

Más López Velarde en Siglo en la brisa:
El amigo asturiano de Ramón, http://bit.ly/b1iBm5
Fermín Revueltas ilustra El son del corazón, http://bit.ly/1ggNc03

Retrato en Malinalco


La foto es del día de ayer, al lado de la fantástica pirámide de Malinalco. Subí a verla como una especie de preparación para recibir mi cumpleaños, que es hoy. Nací hace 51 años, el 12 de junio de 1964. Esta semana, en Siglo en la brisa, estamos de fiesta –y por eso, excepcionalmente, no ofrezco una nueva entrada en este blog

Juan Villoro sobre Ni sombra de disturbio

(La noche del 29 de abril de 2015, en el Museo Tamayo, se presentó mi libro de ensayos sobre López Velarde, Ni sombra de disturbio. Además del editor del libro, Marco Perilli, participaron los escritores David Huerta, Luis Miguel Aguilar y Juan Villoro. Dos días después, Villoro publicó en el diario Reforma un artículo con la mayor parte de lo que dijo en aquella ocasión. Quiero agradecerle explícitamente a él su presencia en la presentación del libro y la redacción de este generoso y bello texto, que recojo en Siglo en la brisa con su autorización.)

Por Juan Villoro
Ramón López Velarde es el poeta más y mejor leído de México. Muerto en 1921 a los 33 años, ha provocado tantas investigaciones que José Emilio Pacheco exclamó con ironía: “has caído en manos de la policía judicial literaria”. Una y otra vez cedemos a la tentación de pensar que se ha dicho todo sobre el poeta jerezano.
En la iglesia de San Francisco, San Luis Potosí, se encuentra el barco de cristales mencionado en el poema “El candil”. Coincidí ahí con un grupo de escolares. El maestro explicaba que ese bajel brillante había encandilado a López Velarde. Los niños pensaron que se refería a un santo. Inscrito en la leyenda, el autor de “La suave Patria” goza de los privilegios y las distorsiones de la idolatría. ¿Es posible leerlo con asombro?
La paradoja del pasado es que no está quieto; se renueva desde el presente. Javier Marías comenta que las traducciones pueden renovar a un clásico. Los países que hablan otras lenguas pueden actualizar a Cervantes y nosotros a Dante.
Los clásicos de nuestra propia lengua adquieren nueva vida a través de la lectura, según demuestra Ni sombra de disturbio, reciente libro de ensayos de Fernando Fernández. El poeta y editor revisa originales y encuentra que dos versos de “Al volver...” fueron cambiados (para mal) por Antonio Castro Leal. En otro poema descubre que un corrector de pruebas modificó el coloquial “fuistes”, que permitía un endecasílabo, por el desabrido “fuiste”, que deja un verso cojo, de diez sílabas. 
En el archivo de la Academia Mexicana de la Lengua, estudia el más discutido de los manuscritos velardianos, “El sueño de los guantes negros”. Escrito a lápiz en un papel que el poeta llevaba en el bolsillo, el texto habla de un amor de ultratumba. El tema y el aspecto del original son testamentarios. Estudiarlo tiene algo de exhumación y -luego de numerosos estudios reverentes- profanación. Para perfeccionar nuestra curiosidad, a ese legado le faltan palabras que José Luis Martínez trató de completar. Pues bien: en ese texto mil veces estudiado, Fernández descubre una palabra que no había sido registrada. No se trata de un vocablo de relumbre velardiano, como “tósigo” o “cauterio”. El hallazgo es modesto y, por eso mismo, conmovedor: se trata del artículo indeterminado “un”. Resulta curioso que se le haya escapado a tantos detectives de la letra. Por lo demás, el mínimo hallazgo de Fernández establece un entrañable contacto con un poeta que al asomarse al viejo pozo de su infancia descubrió que el destino dependía de “históricas pequeñeces”.
Ni sombra de disturbio es un jardín donde brotan pequeñas y significativas novedades. Fernández es un lector cuidadoso, pero carece de pedantería. No se adentra en las numerosas ediciones para practicar un safari de erratas. Lee por placer; comunica su gozo y su perplejidad ante las luces y las sombras velardianas, pero en el camino encuentra piedras que no deberían estar ahí. Si algo queda claro en su aventura es que estamos muy lejos de tener una edición definitiva del poeta del que creíamos saberlo todo.
Leer es una forma de conversar. Ni sombra de disturbio lo demuestra al incorporar las reflexiones de Sheridan, Paz, Zaid y tantos otros. El pionero decisivo en los estudios velardianos fue Xavier Villaurrutia. De manera aguda, Fernández observa que es el único de los principales comentaristas que no se ocupa de “El sueño de los guantes negros”, siendo el que más se dejó influir por esos versos. Este apunte revela la forma en que se construye la tradición. Como los magos, los intérpretes buscan que se aprecien sus efectos, no sus trucos. Villaurrutia elogió todo en López Velarde, menos el poema que imitaría.
Una zona un tanto borrosa de un autor mil veces retratado es su poesía de juventud. Fernández enciende una lámpara para ver el boxeo de sombra del joven león que se prepara para futuros combates, y encuentra en el temprano poema “El adiós” un anticipo de “El sueño de los guantes negros”.
Las novedades sobre López Velarde se deberían publicar en la primera plana de los periódicos. Cuando murió, se decretaron tres días de luto nacional. Vivimos “malos tiempos para la lírica”, como diría Brecht. Pero la sosegada discusión continúa. Fernando Fernández confirma la inagotable condición de un poeta. Podemos descifrar expresiones como la “cuaresma opaca” o la “grupa bisiesta”, pero sólo podemos intuir lo que significa el sonoro misterio de “la hora actual con su vientre de coco”.
Cuando el poeta que nunca tuvo reloj da la hora, la felicidad está madura.

________________
Este texto, que recoge una buena parte de lo que Juan Villoro dijo en la presentación de Ni sombra de disturbiola noche del 29 de abril de 2015 en el Museo Tamayo, apareció publicado dos días más tarde, el primero de mayo de 2015, en la página editorial del periódico Reforma. Gracias a su autor por permitirnos reproducirlo en Siglo en la brisa

Ni sombra de disturbio apareció a finales de 2014; es una coedición de AUIEO ediciones y la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Las fotos de la presentación son de José María Fernández; la del candil y las del libro, mías.
Tomo el retrato de Villoro de la red: http://bit.ly/1TB4yZz


Más sobre Ni sombra de disturbio en este blog:
La presentación en el Museo Tamayo: un puñado de imágenes, http://bit.ly/1SvPw5I
Fotos de la edición, http://bit.ly/1u1HBnC
La reseña de Ernesto Lumbreras, http://bit.ly/1GP0UqG



Seis segundos de pasado legítimo

Un amigo, que alguna vez me oyó contar que una noche de agosto 1981 asistí en la sala Ollin Yoliztli a una inolvidable lectura de poetas en la que participaron, entre otros, Borges, Günter Grass, Allen Ginsberg y Octavio Paz, me mandó el enlace que lleva a un video de esa ocasión. Dijo: “Para ver si te encuentras entre el público”. Fue emocionante, antes de que pasaran diez minutos, efectivamente, encontrarme en él.
Es una lástima que el video reproduzca sólo la segunda mitad de aquella velada. Eso quiere decir que Borges, que abrió la primera ronda de participaciones, no habla en ese tramo –y no lo vemos casi, salvo al inicio y eso brevemente, al volver al escenario después del intermedio, llevado torpemente por dos personas–. Ya he contado aquí que aquella vez, entre otros poemas, dijo el inolvidable “La luna” (“Hay tanta soledad en ese oro…”), que desde entonces, por supuesto, me sé de memoria.
Pero vayamos a lo que sí tenemos. Con todo, esta vez no me referiré a las lecturas de la segunda parte del programa, las de Paz, Vasko Popa, Andrei Voznesensky y Joao Cabral de Melo Neto, en ese orden, que es como aparecen en el video, sino al público, al que se ve en las tomas abiertas o cerradas de los lapsos casi siempre de aplausos que hay entre poema y poema. Para quien quiera verlo completo y confirmar así algunos detalles a los que voy a referirme, ofrezco el link respectivo al calce de esta entrega de Siglo en la brisa.
Por supuesto que ni yo ni mi padre, que me acompañaba en aquella ocasión, conocíamos a nadie y por lo tanto no hicimos plática con nadie que no fuéramos nosotros dos. Más de tres décadas después, al verlo con detenimiento, sin embargo, reconozco a algunos asistentes: la China Mendoza, por ejemplo, en los minutos 4:37 y 21:29...
El arquitecto Teodoro González de León y su mujer, la poeta Ulalume, en diversos momentos, como en el minuto 23:32.
El escritor ítalo-venezolano Alejandro Rossi en 19:24, y una vez más en 39:42, y todavía alguna vez más…
También reconozco, en el minuto 2:39, a un jovencísimo Eduardo Vázquez Martín, poeta y promotor cultural, actualmente Secretario de Cultura de la ciudad de México, de quien por cierto me hice amigo unos ocho años más tarde.
En 39:57, la muchacha que aplaude de pie, me parece que es la dramaturga Estela Leñero …
Después de años y años de hablar de aquella lectura, también sé que había entre el público otros futuros conocidos míos –la otra tarde, sin ir más lejos, alguien me contó que allí también estuvo David Huerta, cosa que no he consultado con mi amigo poeta, y apenas la semana pasada el fotógrafo Juan Miranda me decía que tiene imágenes de esa noche…
Pero lo más interesante para mí, naturalmente, es que mi padre y yo aparezcamos en un lento paneo de seis segundos –y luego, en otro de tres, un poco más adelante. 
Es en el minuto 7:10, cuando Octavio Paz ha dado por terminada la lectura del poema “Por la calle de Galeana”. La cámara que ha encuadrado al poeta, corta; a continuación vemos un plano fijo de una segunda cámara, que toma el centro del escenario, y casi de inmediato lo que enfoca una tercera, en brazos de un camarógrafo que se mueve entre el público: a la izquierda del cuadro aparecemos mi padre y yo. Aquel día, yo tenía 17 años recién cumplidos; mi padre, 46. No me impresiona tanto el que hayan pasado casi treinta y cinco años como el hecho de que él tuviera cinco menos que hoy yo.
Veo el video otra vez, para apreciar los detalles. Mi padre, elegantísimo como siempre: nótese su corbata, el prendedor que fija los dos triángulos del cuello de la camisa; en sus dedos, dos anillos (¿por qué le gustó desde siempre llevar anillos? ¿De dónde le vino esa costumbre, que hoy conserva? Tema para un futuro post.) A la derecha del cuadro, es decir a mano izquierda de mi padre, estoy yo, particularmente serio y concentrado, como si no quisiera que nadie me sacara de un sueño. Mi postura en la butaca ¿es incomodidad? ¿arrogancia? ¿nerviosismo? De lo que estoy seguro es de que la intensidad del momento tiene tomado cada átomo de mi persona: no voy a perderme nada de lo que ocurra en esa ocasión. Entiéndase: estoy hechizado ante la presencia de mi héroe, Borges: nunca lo había visto en persona, nunca lo volveré a ver.
En agosto de 1981 acabo de empezar el último año de la preparatoria, en el CUM. Desde hace unos años sé con certeza que deseo dedicarme a la literatura y en consecuencia escribo todo lo que puedo. Aun así, no entraré a la carrera de Letras sino después de un paso fugaz y algo extravagante por la Facultad de Derecho. Los maristas tienen algunas virtudes: aun siendo religiosos, no son dogmáticos al respecto; gracias al razonable costo de sus colegiaturas, la sociedad que habita sus aulas es felizmente variada y por eso su educación resulta “democrática”, etc. Sin embargo, además de que su escuela es sólo de hombres –cosa imperdonable–, no fomentan como deberían las vocaciones humanísticas, con excepción de la que lleva a las odiosas Leyes. Para agosto de 1981, no lo dudo: escribo versos y pequeños diálogos teatrales y desde hace unos meses hago circular entre los otros alumnos una pequeña publicación, en todo incipiente y casera, en fotocopias engrapadas. En una palabra: ya soy quien voy a ser. Y si hoy mismo no leo a Borges con la pasión y el fervor de entonces, su huella se mantiene intacta en mí.
Pero volvamos al video: en el momento en que salimos a cuadro, mi padre se vuelve hacia su izquierda para decirme algo. 
El poema que acabamos de escuchar en voz de Octavio Paz se refiere, entre otras cosas, a una casa en construcción y menciona a unos albañiles, lo que me proporciona la primera hipótesis: ¿será que me comenta algo al respecto, él, que es arquitecto? 
¿O será para recordarme cuál es la calle de Galeana, en San Ángel? ¿O para hacerme notar, en fin, alguna singularidad en la expresión de Paz? Aun cuando el pequeño “metraje” es relativamente largo, seis segundos de pasado legítimo, en foco y a colores, resulta demasiado fugaz. Pasa demasiado deprisa: como el agua que corre. 

_______________
Gracias a mi amigo Alan Suárez por el envío del link que conduce al video completo de la Noche de Poesía Internacional, de agosto de 1981 en la Sala Ollin Yolliztli.Aquí lo copio a mi vez: http://bit.ly/1nlozVE

Gracias también a Jonathan López Romo, quien editó el video original para mostrar el minuto que me interesa reproducir en Siglo en la brisa: http://youtu.be/us4b_FtWDEE

Borges en la Sala Ollin Yoliztli (a la derecha, una página de la revista Viceversa ilustrada con una serie de fotos de Borges tomadas en México por Rogelio Cuéllar):http://bit.ly/1n26rgE

Otras entradas sobre Borges en Siglo en la brisa:
En los baños de San Ildefonso, http://bit.ly/9aenhb 
Borges y el prestigio del sistema decimal, http://bit.ly/17bOcNo
El gomero de la Plaza San Martín, http://bit.ly/12ON7aX

Más sobre Octavio Paz en este blog:
Un retrato afortunado, http://bit.ly/1DCO5Jl
La contestadora automática de Octavio Paz, http://bit.ly/1fCpu0p
El gato que rasguñó a Lévi-Strauss, http://bit.ly/TAg6AJ
Paz en el velorio de Juan Rulfo, http://bit.ly/XJsi1s



La mirada del sol que se retira

A José María
Vi la serie una sola vez, hará unos veinte años, y nunca he conseguido sacármela de la cabeza. Tanto es así que a todo el que me contaba que se daba una vuelta por el Museo Dolores Olmedo, le preguntaba por ella: una sala, decía yo, una sala no muy grande, de forma rectangular y oscurecida a medias, dedicada exclusivamente a una serie de obras de pequeño formato, las más conmovedoras de todas las que conozco de Diego Rivera. Las respuestas solían variar, según quien fuera mi interlocutor; a la mayoría era imposible sacarlos de la impresión que les producían los xoloscuincles y los pavorreales rondando alegremente por los jardines de la vieja Hacienda de la Noria. Jamás tuve una respuesta satisfactoria, que correspondiera, digamos, a mi vivo interés, ninguna que confirmara que mi recuerdo no era una nueva mala pasada de mi descabalada memoria.
Eso fue así hasta el otro día, cuando José María fue al museo y volvió con una bella edición dedicada al edificio y sus colecciones, que mi hermano compró como cada vez que encuentra algún libro de arte de su gusto. La abrí. En las primeras páginas, para ilustrar el arranque del artículo de nuestro común amigo Juan Coronel Rivera, descubrí una reproducción de estupenda calidad de la serie.
En esta ocasión, el recuerdo me ha fallado sólo en un aspecto, más o menos esencial –y eso, según se vea–. Y es que, si atendemos a su naturaleza, nadie podrá perdonarme con facilidad que recordara que eran acuarelas, cuando en realidad son óleos. Pero si lo pensamos un poco más, el error quizás tenga algo de certero: a pesar de estar hechas con trazos decididos y tonalidades francas, con la fuerza de quien está acostumbrado a pintar con derroche de expansión expresiva, conservan esa cierta delicadeza que solemos adjudicar a la técnica de la acuarela –o al menos en la memoria, quiero decir, con el paso de los años–. En este caso, la delicadeza quizás podría explicarse por dos razones. 
La primera: las dimensiones relativamente pequeñas de cada una de las obras: 29.1 por 40.8 centímetros. La segunda: Diego pintó la serie cuando ya estaba enfermo de cáncer. En efecto, el vitalísimo pintor mexicano copió del natural las apasionadas puestas de sol de Acapulco durante los últimos meses de su vida, cuando sabía que su final estaba cerca.
Grandes, poderosos, profundos atardeceres, reproducidos en una tela más bien pequeña, que transmiten la emoción de quien se despide de la vida, cegado por el último fulgor del sol –cegado, claro, es un decir… (De paso: imposible no recordar aquel bello endecasílabo del último Octavio Paz: “con mirada de sol que se retira”.) 
En aquella sala del museo de Xochimilco dedicada en exclusiva a ella, la serie de veinte pequeños óleos produce una honda impresión que bien puedo asegurar que nunca se atenúa.
No es fácil dar con buenas reproducciones en la red. Me conformo con la que abre este post. Y por supuesto, con las de la edición del libro que José María me ha prestado unas semanas. De ese libro tomo estas líneas de Juan Coronel, nieto de Diego y uno de los grandes conocedores de la obra del gran muralista:
En 1956, a los 70 años de edad, Diego Rivera tenía por cierto que le quedaban pocos días de vida. Estaba convaleciente en Acapulco, Guerrero, recuperándose de los tratamientos que para curar el cáncer que lo aquejaba le habían recetado; se hospedaba en la casa que su amiga Dolores Olmedo tenía en aquel lugar. Lo que más le sorprendió del puerto fueron los fulgores de las puestas de sol, días violetas y violentos, naranjas y melancólicos, verdes, rojos, azules. Los captó todos en una serie de pinturas cuyo recorrido cromático es una lección que pretende absorber el instante mismo de la creación, ese primer aliento del alba que los libros sacros de todas las religiones describen: tituló sus obras “Colores en el mar, el cielo y la tierra” (“Dolores Olmedo: coleccionismo y generosidad”, Museo Dolores Olmedo, libro editado por el propio museo y Nacional Financiera en 2007.)

______________________

La foto de Juan Coronel Rivera es de Raúl Cano; la tomo de la página de Facebook de mi amigo, poeta y crítico de arte. La de Diego Rivera en Acapulco, en la que aparece Dolores Olmedo cargando un xoloscuincle, procede de la red; aquí el enlace del que la tomo: http://bit.ly/1Cln3Gp


Más sobre Juan Coronel Rivera en este blog:
Mi carta de Proust, a subasta, http://bit.ly/1GtH

Más sobre artes plásticas en este blog:
Las portadas para niños de José Guadalupe Posada, http://bit.ly/OTvwyW 
Siete imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
Mi último encuentro con Vlady, http://bit.ly/1fKoWm7
El azul pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/V3HU0F
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/P3xWqu
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep


Yamita: imágenes recientes


De pronto caigo en la cuenta de que llevo largos meses sin dar noticias de Yamita. Echo entonces un ojo a las fotos recientes que tengo de ella y me doy cuenta de que hay material suficiente como para dedicarle un nuevo post. Todas las imágenes fueron hechas con mi teléfono celular; unas cuantas pasaron por alguno de los filtros de Instagram. El próximo 4 de septiembre, la deliciosa gatita con la que vivo cumplirá cuatro años. Aquí está, en todo su esplendor. Dedico este post a quienes han preguntado recientemente por ella.


Yamita y yo. 21 de junio de 2015



 Progresivo acercamiento. 7 de junio de 2015.

  Tazón. 23 de febrero de 2015.

Cordón de la persiana. 31 de agosto de 2013.

  Gatita mosaica. 9 de febrero de 2014.

  Iba pasando. 10 de agosto de 2013.

  De entre las camisas. 7 de junio de 2015.

Inquietante cordón. 20 de marzo de 2015.

  Indio. 11 de marzo de 2013

  Piso fresco. 26 de abril de 2015.

____________________________
La foto que abre este post ("Yamita y Yázpik") es del 4 de mayo de 2013.
Más sobre Yamita en este blog:
Un año de Yamita Monogatari, http://bit.ly/PMM7Vy
2013 en diez imágenes, http://bit.ly/1ehGdEj
Fotos curiosas, http://bit.ly/1wXRbuC

90 años de Mi lucha (Programa de radio)


No pocos amigos se quedaron sin escuchar la emisión del pasado lunes del programa A Pie de Página. Por esa razón me decido a armar este post. El tema no puede ser más interesante: el libro Mi lucha, que Adolf Hitler –con la ayuda de Rudolf Hess– escribió en la cárcel a principios de los años veintes, y el cual, como ningún otro documento, expone el ideario y los propósitos del Partido Nacional Socialista que lo llevaron al poder apenas unos años más tarde.
Mañana, sábado 19 de julio de 2105, ese libro cumplirá 90 años de su primera aparición editorial. No sólo eso: a finales de este mismo año, los derechos de reproducción del libro quedarán liberados, lo que significa que a partir de entonces quien quiera podrá imprimirlo libremente.
¿De qué se trata Mi lucha? ¿Quién lo editó originalmente y qué efectos tuvo su primera edición? ¿De quién son los derechos, todavía en lo que resta de año, antes de que queden liberados? ¿Anunció el libro de Hitler la espiral de atrocidades y horror que vino con el esplendor del nazismo? ¿Qué significa el que pueda editarse y leerse de nuevo de manera masiva?
A todas estas preguntas contestó el invitado de nuestro programa del pasado lunes, mi amigo Jacobo Dayán. Experto, entre otros temas, en derechos humanos y genocidios –y por esto mismo, en nazismo y Holocausto–, Jacobo es también un gran conocedor de temas de cultura y sociedad alemanas por lo menos de la primera mitad del siglo XX.
Copio al final de esta entrega de Siglo en la brisa el enlace que lleva al programa de ese día. Ilustro este post con las imágenes de un ejemplar pirata de ese libro, propiedad de Jacobo; es el mismo que tuvimos al aire aquella tarde en la cabina de Horizonte Jazz FM, y al que nos referimos en algún momento de la conversación.
Las fotos, que hice con mi teléfono celular, con prisa y en malas condiciones, acaso ayuden a transmitir una cierta sensación relacionada con su condición ilegal. Como verán los lectores más cuidadosos, fue impreso en Colombia, aunque con el sello una supuesta editorial chilena, en el año “105 de la era hitleriana”. Aquí el enlace que lleva al programa:


_____________________
Gracias a Jacobo Dayán por su presencia en A Pie de Página. No menos que eso, por proporcionarme el retrato que incluye esta entrega de Siglo en la brisa. Es del portal de la revista Moi, en la que él colabora.

Una selección de emisiones de mi programa de radio:
Programa especial sobre Eduardo Lizalde, http://bit.ly/1exsXfU
Una entrevista con Vicente Rojo [en la foto que ilustra esta nota],  http://bit.ly/1exsURf
Fernando Escalante Gonzalbo diserta sobre la obra de Antonio Alatorre,  http://bit.ly/1bhoKpS
Federico Álvarez cuenta su vida, http://bit.ly/1aLqT26
Enrique Serna, sobre sus cuentos más recientes, http://bit.ly/1cKRaPH
Andanzas y visiones de Jesús Silva-Herzog Márquez, http://bit.ly/1cdFpfM
Leonardo López Luján y la escultura mexica de grandes proporciones, http://bit.ly/1aNJ8nK






Dracaena fragans


Tomé las fotos que conforman este posten cuatro distintas ocasiones, entre el 19 y el 28 de abril de 2015, la primera vez en el momento en que me di cuenta de que florecía el palo de Brasil que vive al lado de la ventana de la sala de mi casa desde hace unos siete u ocho años, y la última de ellas la víspera de un viaje que me tuvo cinco días fuera de la ciudad. Cuando volví, las flores se habían secado. La planta fue un obsequio de cumpleaños de mi amiga Cecilia Barraza, a quien dedico este post.
La floración ocurrió de manera totalmente inesperada para mí. Aunque conocía el nombre científico de la planta, nunca había reparado en su apellido fragante. Y nada, por cierto, más justo y descriptivo: el aroma que desprende, una vez que ha echado flores, es muy notable, agradable para mí pero no siempre para quienes presenciaron nunca sin compartida sorpresa la milagrosa floración. La cosa dio para un poema que acabó llamándose precisamente de esa manera: "Dracaena fragans".
Leo en línea que el palo de Brasil florece una o dos veces a lo largo de su vida. Por mi parte, sólo puedo confirmar lo que también he leído por ahí: que es una fortuna presenciarlo. Aquí las fotos, en el orden en el que las tomé. Las imágenes, que en sí mismas no tienen ningún valor, fueron hechas invariablemente con mi teléfono celular.

19 de abril de 2015




24 de abril de 2005




27 de abril de 2015




28 de abril de 2015


_______________________
Tomo la foto de Cecilia Barraza de su página en Facebook.

Más sobre árboles y plantas en este blog:
El gomero de Plaza San Martín, http://bit.ly/1FZKBkM
El árbol de Giovanna, http://bit.ly/1KnArSE

Casas en los árboles, http://bit.ly/10KoKee
Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj
Guía de árboles de la Ciudad de México, http://bit.ly/bSTUI2  
Mi cuaderno botánico, http://bit.ly/acYY4W

El árbol que ilustra esta nota es un hule (Ficus elastica) que está en la calle de Thiers, en la colonia Anzures. Lo tomé para ilustrar la ficha dedicada a ese árbol que forma parte de mi Guía de árboles del DF.


David Huerta dialoga con López Velarde


En el número de junio de la Revista de la Universidad pudo leerse el bello y generoso texto que el poeta David Huerta leyó en la presentación de mi libro Ni sombra de disturbio el pasado 29 de abril en el Museo Tamayo (al calce, el link que lleva a ese trabajo). 
Lo que no apareció en las páginas de la publicación universitaria es algo que David leyó también aquella noche: un par de poemas escritos en homenaje a López Velarde que ha tenido la enorme gentileza de dedicarme. En ellos, mi amigo poeta se adentra en las atmósferas y el glosario de López Velarde, y echando mano de algunos de sus procedimientos, digamos que en sus terrenos mismos, dialoga con el fundador de la poesía moderna de México.
David, que acepta mi propuesta de reproducirlos en este espacio, me cuenta algo sobre sus intenciones, al responder a un correo en que le pregunto si interpreto bien cierto verso: delas, si puedo llamarlas así, propiasel verso patricio de Lugones"“Los poemitas no tienen más pretensión que mostrar un fervor por López Velarde; como somos gente de versos, pues así nos sale el testimonio de admiración. No hay mucho que entender en los poemas; quiero decir, más allá de que recrean, con todas las limitaciones que puede imaginarse, el lenguaje, el vocabulario, los estilemas y hasta un poquitín de la versificación velardiana.” De acuerdo con ese espíritu, los comento brevemente, de manera libre e intuitiva.

Cuaderno de Jerez
Por David Huerta
Para Fernando Fernández
1
Mañana en que tu espíritu lustral
perfumaba mi ardiente cabezal.

Yo me desperezaba con la unánime
certeza de un vivir impuro, exánime.

De la noche y sus ásperos polígonos
eran mis vicios ávidos epígonos.

De tus pupilas diurnas recibí
una liturgia: mirra y benjuí.

Y en tu manto benigno e inconsútil
reconciliéme con mi vida inútil.

2
Una vez más he visto
—cual un infante pródigo y bienquisto—,
colgando de las cúpulas insomnes,
el candil en que antaño conocía
mi talante, mi ardor, mi sacrificio.
Preso de un voluptuoso maleficio
quise acercarme a la constante vía
en que mi pecadora fantasía
se aclara con el tósigo del mundo:
descubrí en el candil, en sus cristales
y en su luminiscente pedrería,
el signo de Sión
y desde ese radioso y erizado
artificio rotundo,
recibí en medio del pensar consciente
y en la bárbara frente
el ungido misterio del perdón.
¡Oh, candil: nada sé!
¡Oh, candil: he olvidado el cómo, el qué!
Pero escucho en tu aria,
silenciosa y feraz, la hospitalaria
música del desierto. Nada pido,
sino en gotas simétricas de luz,
candil, sobre mi pecho y mi testuz,
la redención, el viático, el olvido.

3


Comentarios
por FF
1.
El primer poema imita una de esas enunciaciones estáticas, si puedo llamarlas así, propias del estilo velardiano. Uno tras otro, los cinco dísticos que lo componen caen de manera exacta para dar cuenta de un género de pasión amorosa típico del poeta jerezano. 
Ese estatismo está encuadrado e incluso subrayado por la forma que le ha dado su autor: cada uno de los pares de versos está compuesto por dos endecasílabos que riman de manera consonante (esto es, son versos pareados), lo que ayuda a crear esa sensación que no es tanto de rigidez como de rotundidad. Es la misma solución que López Velarde dio al poema “Fábula dística” (del libro Zozobra), que dedicó a la bailarina Tórtola Valencia, en donde se leen versos como éste: “Acreedora de prosas cual doblones / y del verso patricio de Lugones”.
Aquí una manera posible de leerlo: por la “mañana”, quizás metido en la cama, el poeta reflexiona sobre sus aventuras nocturnas a la luz de la pasión que una mujer le inspira. Él evoca el “espíritu” de ella, que es “lustral” –es decir “purificado” como define el diccionario, de acuerdo con la visión de López Velarde, quien gusta de entremezclar elementos cristianos y paganos–. Ella “perfuma” con su poderoso recuerdo el “cabezal” de él, es decir su “almohada” –o la cabecera de su cama, como acaso con excesiva libertad, por extensión, leo yo–. ¿Qué decir de los aromas velardianos? En la presentación de mi libro, Juan Villoro recordó el precioso verso de Ramón: “en la aromática vecindad de tus hombros”…
En el segundo pareado, el poeta se “despereza”, lo que confirma que está en la cama o que por lo menos acaba de despertarse, con el sabor todavía en la boca de lo que hizo anoche: “con la unánime / certeza de un vivir impuro”, por lo que está rendido: “exánime”. ¿De qué está cansado? “De la noche y sus ásperos polígonos”. ¡Rara y bella imagen!: “los polígonos de la noche”. Debo preguntar a David si la saca de alguna cosa en concreto de López Velarde o si es suya, como creo. Sus “vicios”, dice el poeta, eran los “ávidos epígonos” de los polígonos de la noche… (No me resisto a añadir algo que sé gracias al tiempo que viví en España, que pone un acento a mi personalísima lectura. Conste que digo “mi” lectura y que lo hago entre paréntesis. “Polígonos” es como se llama comúnmente a esos espacios industriales, cuyo nombre completo es “polígonos industriales”, ubicados con frecuencia las afueras de las ciudades o de los pueblos, en donde suelen estar los burdeles.)
El siguiente par de versos reafirma la oposición día-noche que sostiene al poema. Y es que David-Ramón recibió la “liturgia” de la “mirra” y “benjuí” de las “pupilas diurnas” de ella; se antoja decir que él se ha aventurado por los espacios –¿pecaminosos?, ¿sacrílegos?– de la noche, protegido por el benjuí y la mirra rituales que ella le proporcionó con su luz –específicamente la luz de sus pupilas de día–. La última imagen del poema nos muestra al poeta arropado en un “manto”, como solemos cubrirnos cuando estamos en cama o buscamos la protección o el descanso, si bien se trata de uno “benigno e inconsútil”, que lo “reconcilia” con su “vida inútil”.

2.
En el segunda de las dos imitaciones podemos sentir con mayor nitidez el diálogo que sostiene David Huerta con nuestro joven y centenario maestro común, acaso porque aparecen en el poema algunos aspectos velardianos en convivencia con otros que son ya propiamente suyos. Es una de esas silvas que tanto practicó Ramón, hechas de versos de siete y once sílabas acomodados con la misma libertad con que están distribuidas las rimas. 
Todo proviene de la magnífica visión del candil que pende del crucero de la iglesia de San Francisco de la ciudad de San Luis Potosí, al que López Velarde dedicó un poema (Obras, edición de José Luis Martínez, segunda reimpresión de 2004 de la segunda edición de 1990, FCE, México, pp. 221-222). 
David regresa, como si fuera un niño “pródigo y bienquisto”, a contemplar el famoso objeto y cuenta que antes tenía, gracias al candil, algunas noticias de su propio temperamento, de sus pasiones y hasta de su religión. Por cierto la bella lámpara cuelga de unas cúpulas que no son “criollas”, como en Ramón, sino “insomnes”.
Quien habla en el poema no solamente está bajo el efecto de un maleficio voluptuoso, también quiere estarlo, lo está con todo propósito. Si su visión de la realidad se aclara con la confusión de su “pecadora fantasía”, su salud toda se gana con el veneno (“tósigo”) del mundo. De pronto, descubre en el candil la estrella de David, que le acabará concediendo el perdón.
En los adjetivos de que echa mano Huerta, que bien podemos calificar de velardianos, es donde más se nota el fructífero intercambio entre los dos poetas: aquí algunos que podrían ser de Ramón (y aun lo son, como el primero de ellos): bárbarafrente”, “el ungido misterio del perdón”, “hospitalaria / música del desierto”… Otros, aunque conservan la intención imitativa, me parece que son ya del poeta de Incurable, una vez que ha recibido el influjo de López Velarde: “luminiscente pedrería”, “radiosoy erizado / artificio”…
Entonces llegamos a uno de los momentos más hermosos del poema. En él resuena a mis oídos una extraña aleación afortunada: “¡Oh, candil: nada sé! / ¡Oh, candil: he olvidado el cómo, el qué!”. Dije aleación: y es que me gusta pensar que en esos versos, en los que percibo un eco de Alfonso Reyes, David hace que éste hableen un poema de Ramón. 
Es bien sabido que esos dos poetas que tenemos en tanto aprecio, ni se entendieron ni se quisieron; si mi lectura, que no es más que intuitiva, tiene algún valor, en esos dos versos de David Huerta se tocan López Velarde y don Alfonso, como en un principio de reconciliación.
El final se me antoja plenamente huertiano. Es importante decirlo porque lo que sigue confirma que el poema no se queda en la imitación sino que propone un diálogo. El poeta nos dice que, igual que el candil, nada sabe: no obstante, escucha el soliloquio silencioso de la lámpara, lo comedido de la música de las arenas. Y entonces, añade bellamente Huerta, nada pide “sino en gotas simétricas de luz / la redención, el viático, el olvido”. Me parece muy afortunada la frase “gotas simétricas de luz” para referirse al candil, que está hecho de cristales. Pero la idea general que está en
        … Nada pido,
        sino en gotas simétricas de luz,
        candil, sobre mi pecho y mi testuz,
        la redención, el viático, el olvido,
y la manera en la que está engastada en los versos métricos, me parece que suena ya fuera de López Velarde –y eso aunque todavía aparezca ese “viático” tan suyo–. Acaso ayude a ello el que la rima final no sea cerrada sino abierta; me explico: el que el poema concluya con una rima que enlaza no con el verso inmediatamente anterior sino con el que está colocado tres líneas más arriba, como ocurre digamos en la redondilla, lo que comunica cierta sensación de apertura… . O quizás mejor dicho: lo que despeja la sensación de cierre brusco que no disgustaba a López Velarde, quien de cuando en cuando acababa sus poemas con una rima inmediata.
Entre los dedos tenemos la punta de la madeja que conduce al mundo, sólo suyo, de David Huerta. Los puntos suspensivos reproducidos debajo del título de un posible tercer poema de la serie anuncian su intención de seguir trabajando en su cuaderno jerezano. No me queda más que pedir encarecidamente que sea verdad.

___________________
El primer retrato de David, hecho el día de la presentación de mi libro en el Museo Tamayo, es de mi hermano José María; copio el segundo de la página de prensa de Conaculta: es de Crispin Hughes y fue tomado en el Poetry Translation Centre. El que reproduzco en estas notas, y en el cual aparece al lado del poeta Gerardo Deniz, fue hecho en las oficinas de Siglo Veintiuno Editores por Eugenia Huerta y pertenece de mi archivo. Las dos fotos del candil son mías.

El ensayo de David Huerta sobre Ni sombra de disturbio (Auieo ediciones y DGP de Conaculta, 2014) se llama “El cristal sabio y la plegaria fiel”. Apareció en la columna mensual, “Aguas aéreas”, que el poeta publica en la Revista de la Universidad, en junio de 2015. Puede leerse aquí: http://bit.ly/1BPqdYn
Más sobre David Huerta en este blog:
Evocación de Néstor Pelongher, http://bit.ly/1GpA6ft
En los 80 años de Gerardo Deniz, http://bit.ly/1sDZm8f
La revista Alejandría, http://bit.ly/1cPgFw9
19 imágenes de los Estados Unidos, http://bit.ly/1w0kZFZ
Danza de Clori, http://bit.ly/1AXDU4L


Alcántara


Me vino la idea hace un par de años, al poco de conocer a la fotógrafa Martirene Alcántara, cuyas imágenes ilustraron el número que la revistaArtes de México acababa de dedicar al arquitecto Carlos Mijares en el que yo también colaboré.
Temeraria como es, Martirene se había internado en una zona peligrosa de Michoacán para fotografiar, en un lugar amenazantemente llamado La Coyota, cierta capilla que ni siquiera Mijares había visto más que en obra negra. Lo había hecho contra el consejo del director de la policía estatal, porque quería hacer una entrega lo más completa posible de materiales para el número monográfico que la revista preparaba en homenaje a nuestro amigo arquitecto.
La idea me vino tan de pronto, que fue casi como una inspiración: Alcántara, ¿no era precisamente ése el apellido de aquel pintor al que había yo conocido una tarde de mediados de los años ochentas en la casa de Jorge Carrión? Sin duda, me interrumpió ella antes de acabarle de dar todos los detalles, sin ninguna duda a quien había conocido en casa de los Carrión era su padre, Ernesto Alcántara. La cosa estuvo todavía más nítida para ella en cuanto le conté la escena, que puedo ubicar con toda precisión en 1986 porque ese año está firmado el dibujo que Alcántara me regaló aquella vez, por cierto el primero de los dos que aparecen en esta historia, y que he atesorado durante casi tres décadas.
Visitaba yo a Jorge, Conchita y Camila Carrión en su casa a un costado de la carretera vieja a Cuernavaca; en la sala había otro amigo de la familia, un hombre largo y flemático, de bigote y pipa, que no hizo otra cosa que dibujar durante el tiempo que duró mi visita. No recuerdo que haya dicho una sola palabra; alzaba los ojos y echaba un vistazo rápido, aquí o allá, y se hundía nuevamente en una hoja de papel, que apoyaba en unas guardas de piel clara y flexible. De cuando en cuando, con un movimiento gracioso y rítmico, me di cuenta, salpicaba sus trazos con el agua de un vaso que tenía delante.
En una de ésas, para mi sorpresa, se volvió a mí y me extendió una hoja de papel con una retrato de mi persona, resuelto en unos pocos, hábiles, trazos.
Como Jorge Carrión le había dicho, por supuesto que nunca sin su característica ironía, que yo estaba interesado en la poesía, Alcántara me dibujó de toga y con una rama de laurel, igual que si fuera un poeta romano. Tanto me gustó aquel dibujo que lo enmarqué y lo tuve durante los primeros años cerca de mí, colgado al lado de la cabecera de mi cama. Un día, unos años más tarde, preparándome para irme de México una larga temporada, cuando desmonté el departamento en que el vivía, aun me tomé el cuidado de desenmarcarlo para que se conservara de la mejor manera.
Hace un par de años, más de un cuarto de siglo después de aquella tarde de 1986, Martirene me contó que su padre, que para entonces había rebasado los ochenta años, vivía prácticamente retirado del mundo en una casa construida por él mismo en Nepantla, en el límite de los estados de México y Morelos. Allí, con la única compañía de sus perros, se dedicaba a trabajar: pintura al óleo, dibujo, grabado.
Dos temas lo rondaban con la fuerza de la obsesión: el volcán Popocatépetl, que al que tenía siempre a la vista, y que dibujaba cada vez que podía, y Sor Juana Inés de la Cruz, que nació precisamente por esos rumbos, en la Hacienda de Panoayan, a no muchos kilómetros de su casa.
Con toda naturalidad se armó el plan de ir a visitarlo. Mi idea era llevarle el retrato, desde luego, para ver si se acordaba de aquella vieja tarde en casa de los Carrión. Pasé dos días agradabilísimos con él: la conversación, desde luego, pero también el famoso clima de Nepantla, las vistas del Popocatépetl, las comidas...
Una parte sustanciosa de la plática la ocupó su obra, que cuelga de las paredes de su casa, en todas las técnicas y los tamaños posibles, y que puede verse incluso pintada sobre las paredes mismas –como en la cocina, en donde don Quijote comparte un refrigerio con Sor Juana–; la charla pasó la historia de las generaciones de sus perros a la obra de otros, de Enrique Climent a Durero o Rembrandt; hablamos también de mi madre, de quien le llevé uno de los discos que ella grabó hace un par de lustros, y que oímos la tarde del primer día por lo menos tres veces seguidas mientras bebíamos tequila, debajo de su veranda con vista al volcán, y también después, mientras devorábamos una exquisita cecina de la vecina Yecapixtla, que él había ido en persona a comprar aquella mañana.
Con el primer trago de tequila, le mostré el retrato de 1986. Martirene me había advertido que era raro que retratara a nadie que no conociera, y que seguramente aquella vez, en casa de los Carrión, lo había hecho quizás porque algo en mí le había caído bien; también me dijo que su padre no acostumbraba beber más de una copa antes de pasar a la mesa. Ambas cosas quedaron desmentidas una vez que empezamos a conversar. De hecho, una vez que vaciamos ya no sé si el segundo o el tercer caballito, Alcántara se ausentó discretamente y volvió con los bártulos para hacerme un segundo retrato.
–––––––––––––––––––––––––
Una serie de notables volcanes de Ernesto Alcántara ilustra el suplemento cultural de la revista Este País de este mes (número 292, de agosto de 2015).

Las fotos que ilustran este post, con la excepción de la imagen de El Quijote y Sor Juana en la cocina de la casa de Nepantla, son de Martirene Alcántara (a la derecha de estas líneas, con su padre), a quien agradezco su apoyo para la realización de esta entrega de Siglo en la brisa.

Más sobre artes plásticas en este blog:
Portadas para niños de J. G. Posada, http://bit.ly/OTvwyW 
Siete imágenes del Códice Laud, http://bit.ly/13dmUao
Mi último encuentro con Vlady, http://bit.ly/1fKoWm7
El azul pintado más hermoso del mundo, http://bit.ly/V3HU0F
Carlos Mijares en Michoacán, http://bit.ly/P3xWqu
El museo imaginario de Marcel Proust, http://bit.ly/V3ICep



Viewing all 240 articles
Browse latest View live